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El archipiélago Concertación

La «gracia» de la Concertación es haberse transformado en una coalición política que -conciente de las diferencias entre sus miembros- dio pasos a una unidad política, programática y electoral.


Archipiélago es un conjunto de islas unidas por lo que las separa. La «gracia» de la Concertación es haberse transformado en una coalición política que -conciente de las diferencias entre sus miembros- dio pasos a una unidad política, programática y electoral.



En ese orden.



Política, desde el Acuerdo Nacional y la Alianza Democrática. Programática, en torno a la vía democrática para derrotar a la dictadura, incluyendo la aceptación del plebiscito. Y en último término, fue un acuerdo electoral para ganar ese plebiscito y las elecciones del 89.



Es tan increíble que casi todo el Movimiento Democrático Popular terminara en la Concertación, como que Allamand finalice en la Adolfo Ibáñez. ¿Recuerdan que el ex líder de la derecha firmó el Acuerdo Nacional?



Pocas coaliciones en la historia de Chile tienen un bagaje histórico y político tan nutrido ideológicamente.



El archipiélago concertacionista rompió con los tradicionales tres tercios del escenario público chileno. Algunas claves para ello -además de la, obviamente, coyuntural dictadura- fueron una no tan obvia adhesión a principios democráticos de lucha, así como la necesaria generosidad de cada uno de sus miembros para ceder posiciones y volver a darse la mano mirándose a los ojos. También la lealtad para mantener pactos que fueron la base sumatoria de otros partidos y protegieron a cada miembro de no recibir embates dorsales.



Esta ruptura de los tres tercios no ha sido poca cosa. Historiadores, cronistas y protagonistas coinciden en señalar que la gran crisis del sistema democrático se fundó en esa división exacerbada y fuertemente sostenida ideológicamente. Ahí sólo existían tres grandes islas sin relaciones entre sí. Se hicieron grandes cosas, pero no se superaron los grandes problemas de Chile. Y se fermentó la división y el mesianismo que llevaron al trágico 11 de septiembre del 73. Nuestro 11.



Por eso, causa tanto recelo ver la arrogancia, el caudillismo, el egoísmo y la irresponsabilidad con que Adolfo Zaldívar quiso poner fin a la Concertación. No es posible que un presidente de partido no asista durante un año a la reunión semanal de los líderes de la coalición. Eso es una irresponsable actitud política, muy lejana de la responsabilidad que siente como político y que ha declarado a El Mercurio en esa entrevista ya tan citada. Tan irresponsable como usar cargos públicos de elección popular o de alto nivel de designación, para beneficios personales.



Lo que pasa es que Robinson Zaldívar o Adolfo Crusoe no teme vivir aislado, lo que es un gran valor, pero no en política, donde es la acción colectiva y concertada la que se pone delante de los cambios y decisiones necesarias para llevar al desarrollo a un país.



Lo que nos une son las diferencias y la conciencia que de ellas tenemos debe ser nuestra mayor fortaleza, nunca una debilidad. Amurrarse es una inmadurez, la misma que tienen los adolescentes cuando creen que nunca les pasará nada y no miden consecuencias. La misma de los tres tercios, la misma del aislamiento, la misma de los «polillas» Girardi y Avila.



Lo que nos une es lo que nos separa, buscar esas diferencias, reconocer errores, con humildad y generosidad, no debilita, funda nuevas relaciones con claridad y lealtad.



Indagar en las visiones que cada cual tiene del Chile de hoy y fijar la agenda que marcará los próximos 20 años es la tarea de hoy. Chile ha cambiado -Ä„qué duda cabe!-, si hasta tenemos una derecha nueva que gobierna localmente a 5,9 millones de chilenos.



Ese dato exige un programa nuevo, con nuevas estrategias y nuevas caras que doten de sentido a una nueva Concertación, que haga frente a esa nueva derecha, que busque respuestas para esos ciudadanos descontentos que emigraron cediendo a las promesas de un Lavín, que no le alcanza ni para alcalde de Santiago.



Una coalición política, programática y electoral que sepa ponerse delante en el proyecto de un nuevo ChileÂ… más justo, más bueno y «más mejor».



* Claudio Agurto S. es Doctor en Sociología y Comunicaciones de la Universidad Complutense de Madrid.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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