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Panorama canino


El viernes, mi amigo Jordi Lloret lanzó su libro de poemas «Ladridos», 41 confesiones o reflexiones de otros tantos perros, imaginarios pero más bien reales de Concón. Lo he releído un par de veces y me pregunto si allí no hay más revelaciones de los destinos quebrados de tanta gente que en los periódicos:



Soy mestizo
hijo de padre policial
y de perra desconocida.

Mi dueña me quiere
y creo que está muy sola por el arribismo de su marido.
Era de esos que cuando le dieron un cargo político
dejó su región de origen
se compró un Peugeot con vidrios oscuros

y comenzó a hablar de vinos finos
sin tener idea.
En un almuerzo con sus amigotes
mi amo se dio cuenta de que no podía jactarse

de tener un perro de raza
y me vino a botar
por aquí cerca de la carretera panamericana.




Resulta inquietante emprender el ejercicio de imaginar qué podría llegar a pensar un perro para terminar meditando en lo que sienten tantos seres humanos. La soledad, el abandono, la lucha por la supervivencia, las traiciones, las dentelladas y las pulgas.



Dominan en nuestro panorama canino los quiltros, caminantes frenéticos en busca de un bocado de comida entre la basura. Son lo más chileno que hay. Por cierto, también hay perros finos, prisioneros y hasta esclavos de su linaje, de su status de certificado y pedigrí. Pero lo que domina es el mestizaje, como contrapartida a esa galería de canes de peluquería. La verdad está ahí, como entre los humanos.



En una sociedad que se fragmenta, que recela del otro -y se acostumbra al gesto de mostrar los dientes- la tentación de borrar al otro, sobre todo a los que son vistos como un lastre, se multiplica. El camino que se ofrece es el salto individual, bajo el lema de «aprovechar las oportunidades», sin calibrar las persistentes desigualdades de oportunidad que aún existen.



El domingo, el diario La Tercera daba cuenta del aumento de los aranceles en las Universidades en los últimos años, y cómo eso va marginando crecientemente a sectores de la clase media de la posibilidad de educar a sus jóvenes. Para algunos sólo les queda la alternativa de echarse en una esquina a roer un hueso, y esperar la ocasión de pegar un tarascón y escapar con un botín arrebatado.



Si a la política actual se la critica por no ofrecer proyectos colectivos, tal vez una de las razones de ese déficit es que, convertida en una actividad mediática, se ha olvidado de mezclarse con las jaurías de perros callejeros que inundan nuestras ciudades. Esos que no están en los estelares de televisión ni en los concursos caninos, que son perros de peluquería, perfumados, ya sin olfato. Pero la gran mayoría es la que sigue reconociéndose por el olor a calle, donde las oportunidades más que una oferta son una promesa distante a la que hay que montarse a mordiscos, dejando en el camino jirones de piel y hasta la vida.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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