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Cómo aprendí a amar la bomba atómica

Tarea difícil oponerse a la voluntad de Bush, que con su desplante nos recuerda a aquel piloto-vaquero del film de Kubrick que, sin escuchar a nadie, activa manualmente una ojiva nuclear y se va montado en ella, arreándola como un caballo, para ejecutar felizmente el exterminio.


Las responsabilidades de seguridad en la sociedad global no pueden ser eludidas. Más aún si Chile tiene aspiraciones de potencia media y, tal como ha venido sucediendo desde hace algún tiempo, el Presidente Lagos se ha comprometido ante otras naciones a ejercer el puesto que el país asumió en el Consejo de Seguridad de la ONU como una vocería de intereses comunes de la región.



Por ello, no tienen mucho sentido las admoniciones sobre lo peligroso que sería para el país asumir responsabilidades directas en el Consejo, que podrían transformarlo en blanco del terrorismo internacional. Inevitable. Esto nada tiene que ver con la prudencia sino con la credibilidad que el país tiene y los compromisos efectivos que de ella derivan y que no se pueden eludir.



Pero sí es necesario preguntarse si los servicios de inteligencia están preparados para tal eventualidad y si las autoridades civiles, militares y policiales han hecho realmente las tareas que tienen que hacer para, como dicen los documentos ad-hoc, «acompañar eficientemente el despliegue del instrumento diplomático del país».



No quiero dudar, sólo hago una prevención. Si las cosas en este ámbito están como está la tramitación de la ley que crea la Agencia Nacional de Inteligencia; si no se ha superado la falta de coordinación estratégica entre las policías; y la interoperatividad no es la virtud cardinal de nuestras FF.AA., tenemos una falla enorme. Sobre todo si en el escenario internacional actual, más allá de la guerra de EE.UU. con Irak, el paradigma básico de seguridad es inteligencia, información y coordinación internas y cooperación externa. Vamos a ese grano.



En una columna en el Washington Post en noviembre del 2001, a solo dos meses de la tragedia del World Trade Center, Donald H. Rumsfeld, Secretario de Defensa de los Estados Unidos sostenía «…adaptarnos a la sorpresa -rápidamente y con determinación- es una condición de la planificación militar del siglo XXI. Para enfrentar la sorpresa debemos modificar nuestra planificación militar pasando del modelo «basado en la amenaza» que ha dominado el pensamiento en el pasado, a un modelo del futuro «basado en las capacidades». En lugar de concentrarnos en cuál puede ser el próximo de nuestros adversarios, o donde puede estallar una guerra, debemos concentrarnos en cómo podría pelear ese adversario y elaborar nuevas capacidades para disuadir y derrotar a ese adversario. En lugar de sólo planificar grandes guerras tradicionales en teatros precisamente definidos, debemos planificar para un mundo de adversarios nuevos y diferentes que recurrirán a la sorpresa, el engaño y los armamentos asimétricos…».



EE.UU. está haciendo todo lo contrario. Después de Afganistán le ha declarado la guerra a Irak, y se prepara a un uso intensivo de la maquinaria militar más sofisticada que tiene.



Sin embargo, el problema de Irak, al igual que Afganistán, es más político que bélico, y no tiene conexión causal con el terrorismo, aunque tenga articulaciones con él. Más bien huele a petróleo. La escalada de precios del crudo empobrece la economía mundial pero enriquece a sus dueños. ¿Quién está ganado plata en estos momentos?



En lo militar no es difícil derrotar a Irak, cosa que ya ocurrió en la Guerra del Golfo. Esta vez se trata de sacar del poder a Sadam Hussein, cosa que no se quiso hacer después de la Guerra del Golfo. Y reemplazarlo por un poder político viable, que impida la feudalización de Irak, y su transformación en un agujero negro de seguridad internacional. Pero, aparentemente, es casi imposible pensar un núcleo de orden político interno.



Y como pese a los desarrollos tecnológicos, la guerra se gana en tierra y en la política el ataque norteamericano a Irak lo que puede provocar es una ocupación norteamericana de muchos años, muy costosa y difícil, y un potenciamiento del terrorismo, el que puede llegar a diversificarse y ampliarse después de la guerra, si ésta se concreta.



Para producir una solución política EE.UU. requiere de la cooperación internacional, donde el sentimiento generalizado es que la guerra se puede y debe evitar. Chile deberá pronunciarse sobre esta materia y debiera hacerlo de manera consecuente con los principios de fortalecimiento de sistemas multilaterales de consulta y el sometimiento del empleo de fuerzas militares a la decisión colegiada de la ONU. Sobre todo porque la doctrina Bush sobre el empleo preventivo de la fuerza cambia de facto la doctrina universalmente aceptada de que su uso solo es permitido en caso de legítima defensa frente a una agresión.



Tarea difícil oponerse a la voluntad de Bush, que con su desplante nos recuerda a aquel piloto-vaquero del film de Kubrick Cómo aprendí a amar la bomba atómica que, sin escuchar a nadie, activa manualmente una ojiva nuclear y se va montado en ella, arreándola como un caballo, para ejecutar felizmente el exterminio.



(*) Abogado, periodista, cientista político y especialista en temas de Defensa.



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