Publicidad

Cuarenta años no es nada (II parte)


El punto es que tenemos miedo, miedo que nos paraliza y puede echar tanto esfuerzo al tacho de la basura. Quién y en qué parte del mundo puede recobrarse de un fractura democrática como la muerte del Presidente mientras el palacio de gobierno hierve en llamas, recuperar la democracia sin derramar toda nuestra sangre y tener todavía energías para que cinco millones de pobres abandonen la oscuridad de la miseria. Y en su peor momento ganar las elecciones presidenciales, en plena crisis, después de dos gobiernos seguidos. Quién logra en un año firmar dos tratados continentales que pueden ser el primer paso para cambiar su fisonomía definitiva.



El único temor aceptable es dejar que ese despegue -tantas veces anunciado, tantas veces esperado y tan urgente para los más pobres de nuestro país- termine haciéndolo la derecha. No porque no pudiesen lograr la meta final de crecimiento económico -de lo cual, incluso, tengo dudas-, sino porque el sello del país sería distinto.



¿Se imagina usted un país cuyo perfil de liderazgo político sea el carismático de Lavin? ¿Dónde el principal canal de televisión sea el Mega de Ricardo Claro, el programa más cultural sea Morandé con Cía. o el Team Mekano? No veo a la derecha con ideas para encabezar esta tarea épica. Sí la veo con hambre de profitar de ese intento. No sería la primera vez que la elite económica de nuestro país despilfarra la oportunidad de crecimiento económico y desarrollo.



No es lo mismo un país económicamente solvente que un país desarrollado. Un país puede ser económicamente solvente hoy, y mañana dejar de serlo. Un país desarrollado es un esfuerzo más complejo, diverso, creativo y definitivo, requiere de otra clase de líderes en todos los ámbitos de la vida de una nación. Pero sobre todo, requiere de una visión de país y esto no lo tiene la derecha, no basta con una religión, un puñado de tecnócratas y mucha plata para la campaña, se requiere de proyecto y quien primero lo tenga es quien tiene el mejor derecho de dirigir Chile. Y no da lo mismo qué proyecto de país se tiene. Requiere de un espesor y valor que le dé sentido a nuestro desarrollo económico.



No es tan irresponsable volver a pensar a la Concertación en estos momentos y reconstruir, a través, de ese proceso las bases de un esfuerzo de desarrollo, como el que representa organizar un país para aterrizar en la aldea global. Es tan grande la tarea que no sobra nadie.



Una sola cosa es preciso hacer: no tener tanto miedo, tanto miedo a la democracia, tanto miedo al cambio, tanto miedo a la incertidumbre… Tanto miedo paraliza la mente y mata el espíritu. El miedo anula nuestra creatividad e inhibe nuestras potencialidades como nación. No sé si debamos encabezar un cuarto gobierno, eso conversémoslo el 2005; por lo pronto hagamos el proceso para proponerle al país cómo vamos a enfrentar este desafío épico que puede romper el tedio y la apatía, que puede comprometer los sueños y las ilusiones de nuestra gente, que puede darle sentido a la disputa por un nuevo periodo y que, sobre todo, puede definitivamente cambiar el rostro de Chile.



Cuarenta años pueden ser muchos, eso dependerá de las tareas que nos pongamos. Para superar la dictadura ya es suficiente. Lo que se viene ahora es la nueva tarea de Chile: superar la herencia de pobreza, enfrentar su desarrollo económico sustentable y cuidar de su patrimonio cultural que le permita mostrarse al mundo con un rostro más integral.



(La primera parte de esta columna se publicó el lunes 6 de enero de 2003).



_____________
* Ex Presidente de la Juventud Socialista

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias