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De las reflexiones y las revisiones

El Comandante en Jefe del Ejército nos ha ofrecido una reflexión-revisión del 11 de septiembre. Así, entre otras cosas, ha reconocido excesos y atropellos a los derechos humanos; nos ha hablado del carácter profesional de su institución y su pertenencia a la patria toda; y nos ha llamado a la paz y a mirar el futuro. Excelente.


Las reflexiones, normalmente, son positivas. Sobre todo porque suponen un análisis serio, desapasionado y capaz de hacer distinciones y reconocimientos. Las revisiones, en cambio, suelen ser negativas, porque ellas carecen de matices y suenan a compromiso.



El Comandante en Jefe del Ejército nos ha ofrecido una reflexión-revisión del 11 de septiembre. Así, entre otras cosas, ha reconocido excesos y atropellos a los derechos humanos; nos ha hablado del carácter profesional de su institución y su pertenencia a la patria toda; y nos ha llamado a la paz y a mirar el futuro. Excelente.



Pero, por otra parte, ha obviado los matices y ha zanjado toda discusión sobre parte del pasado con eufemismos como «la situación que desembocó en los sucesos del día 11 de septiembre»; «los hechos que desencadenaron la crisis de 1973»; o la incluso menos clara expresión: «del día en que nos vimos todos envueltos en una gravísima enemistad cívica». Suena a compromiso.



Ahora bien, ¿por qué nos ha ofrecido, públicamente, esta reflexión-revisión? Es probable que por variadas razones. Porque, como él mismo dice: quiere que el Ejército dé un paso más para la concordia y la reparación; quiere acercarlo a todos los chilenos; quiere una institución respetada por la legitimidad de su aporte; y quiere hablar de futuro. Bien.



Pero, también porque como han interpretado todos los sectores, quiere desmarcarse del «11» y del General Pinochet. ¿Es esto positivo? Quizá lo sea si se piensa que es mejor fraccionar la historia y reconstruirla sólo con los fragmentos que se estiman relevantes, y el resto olvidarlos.



Sin embargo, no es posible rehacer la historia: «lo pasado, pasado está». Ella nos mira y nos interpela a cada momento. Nos sale al encuentro cada día y no es posible pasar por el lado como si nada. Ella permanece ahí, como mudo testigo de nuestros actos y como una madre que nos mira con reprobación cada vez que pretendemos olvidarla. Esa ha sido nuestra culpa, intentar borrarla. Algunas veces, escondiendo la cabeza y el cuerpo y, también, la conciencia; y otras, sacándola para decir lo «políticamente correcto», traicionando el alma.



Lo que ocurrió aquel 11 de septiembre no fue consecuencia de «situaciones» o «hechos» desgraciados, así como si sólo el acaso fatal hubiera intervenido en ellos. Lo que sucedió fue que algunos hombres, en el ejercicio de su libertad, predicaron el odio y la violencia como instrumento legítimo de acción política.



Lo que pasó fue que una minoría intentó, por todos los medios, adueñarse de todo el poder para imponer una visión, una ideología. Hubo horrores y no sólo errores, ya que de quienes se esperaba cordura, porque estaban a cargo de la salus populi, hubo injusticia, hubo quiebre moral y hasta violencia. Por eso, todos recurrieron a las FFAA como garantes de la institucionalidad. Desde el Presidente Allende, hasta el Congreso y la oposición.



Al final, en este clima, ellas intervinieron, para salvar la patria y para reconstruirla. Lo hicieron. Misión cumplida. Pero, se enredaron también en la violación de los derechos fundamentales de muchos chilenos, y la gran mayoría -incluidos los jóvenes oficiales- escondió la cabeza, «hizo vista gorda» y calló. Mal, muy mal.



Esta es nuestra herencia, la de todos los chilenos, no sólo de una institución, de algunas personas o de algunos grupos. Ya sea que la queramos o no, o que la interpretemos más benignamente para un lado que para otro, no podemos repudiarla. De allí venimos y de esto hemos sido hechos. Con sus errores y sus horrores; con sus culpas y grandezas. Para servir a Chile y tener a la patria y a su bien común por sobre cualquier otra consideración, debemos tener presente siempre quiénes somos. No es posible hacer reflexión verdadera sin matices; no es posible la reconciliación con reconocimientos unilaterales.



*Investigador de la Fundación Jaime Guzmán Errázuriz

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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