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La Concertación a la deriva

Parte de los problemas actuales del conglomerado nacen de la mala calidad de su liderazgo. Ya se habla de dos oposiciones: una proveniente de la derecha y otra que emana de la propia alianza, revelándose, así, que la Concertación ha perdido vocación de gobernar, pues su dirigencia ya ni se percata que si al Gobierno le va mal, su propia existencia queda en peligro.


Las limitaciones del actual diseño de la Concertación son cada vez más evidentes. A las fisuras y desconfianzas que la afectan desde hace tiempo, se suma también la falta de una visión estratégica de largo plazo. La alianza respondió a un momento histórico determinado. Le propuso al país un camino creíble hacia la democracia, dentro de una institucionalidad autoritaria. Demostró, así, capacidad innovadora y de sintonía con los deseos de la mayoría. Fue, en ese momento, el agente del cambio político anhelado. Por el contrario, la derecha se presentó como el de la continuidad y fue derrotada.



El período de Aylwin asumió dicha aspiración de cambio, pero fracasó en efectuar las reformas democráticas prometidas, dejando inconclusa la tarea. Frei representó el desafío de realizar los cambios pendientes y, además, las aspiraciones a una sociedad moderna. Los tres primeros años se ajustaron a dichas expectativas. Sin embargo, el impulso innovador se pierde a partir del tercer año. De agente proactivo, el gobierno se convierte en agente reactivo ante la recesión que se desencadena.



La Concertación logra afianzarse como alianza gobernante en el período de Aylwin. Sin embargo, dado el esquema de subdesarrollo político del modelo institucional heredado, caracterizado por una gran distancia entre gobernantes y gobernados, comienzan a manifestarse en su interior tendencias oligárquicas, que culminan en el paradigma del poder como modo de «hacer política». A este paradigma le es consustancial la corrupción y los abusos de poder, cuyos efectos se constatan hoy con más fuerza que nunca.



Parte de los problemas actuales del conglomerado nacen de la mala calidad de su liderazgo. Ya se habla de dos oposiciones: una proveniente de la derecha y otra que emana de la propia alianza, revelándose, así, que la Concertación ha perdido vocación de gobernar, pues su dirigencia ya ni se percata que si al Gobierno le va mal, su propia existencia queda en peligro y ganar, nuevamente, las elecciones presidenciales sería una ilusión de delirantes. Además, la ausencia de un líder que encabece la futura lucha por la presidencia y, antes, las elecciones municipales, es otro indicador de las falencias que sufre en este campo.



De continuar así, el actual período presidencial terminará en dos años con las próximas elecciones municipales. El último año ya no tendrá valor. Sin voluntad de gobernar, la alianza entrará en una etapa de «sálvese quien pueda». Cada partido mirará su propio metro cuadrado. Hoy se ha perdido el mínimo de lealtad que todo partido gobernante debe tener con su gobierno y el del Gobierno con ellos. Centrada la actividad política en problemas de identidad, lo que diferencia y no lo que une es lo importante. Triste panorama si se considera que en el país sólo existe una democracia política a medias. Ni hablar de ella en el ámbito social y económico.



Recientes encuestas demuestran el impacto negativo que ha tenido en la Concertación su poca claridad en materia de ética pública, la cual ha experimentado a nivel mundial una evolución hacia una mayor estrictez, según lo señala Anthony Giddens en las denominadas Conferencias Reith. Lo que antes era visto como una forma normal de hacer política, es evaluado como corrupción por las nuevas generaciones y la sociedad en general.



Un aspecto a destacar es el del PDC y sus esfuerzos de recuperar una identidad desdibujada por errores políticos y las conductas corruptas de algunos de sus militantes. Para ello ha elegido ser contestatario al Gobierno, sin darse cuenta que todo socavamiento de la fortaleza del mismo, necesariamente, redundará en su perjuicio. Las encuestas señalan que el partido habría dejado de caer ante los ciudadanos, lo que para algunos es estimado como un éxito de su nueva estrategia de perfilamiento. Si así fuera, ello implicaría que el partido tenderá a fortalecerse en la medida que el gobierno se debilite y con ello sus aliados y la Concertación.



Los intentos de recuperar la Concertación pasan obligatoriamente por una cirugía mayor de su dirigencia, composición y estilo de hacer política. Ello involucra un cambio fundamental de su discurso frente al país, ya que el vigente carece de propuestas de cambio creíbles. Se requiere de una lógica renovada que la lleve a ampliarse hacia nuevos sectores de la sociedad porque con los que la apoyan ahora está agotada. Debe abrirse al mundo profesional, universitario, intelectual, popular, juvenil, incorporándolos efectivamente y no como meros instrumentos de algún oligarca de turno. Si no entiende en serio la democracia, el futuro de la Concertación será más que incierto. No existirá.



(*) Analista Político.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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