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Las araucarias y el poder del dinero


«Quien no conoce el bosque chileno, no conoce el bosque» dijo Neruda un poco aventuraradamente en sus Memorias tituladas «Confieso que he Vivido» y seguramente fue un acto de evocaciňn de la propia infancia y juventud en Temuco y sus alrededores, rememorando la dimensión que tienen las cosas, las
plantas y los árboles, vistos desde más abajo de la altura adulta.



Pero si nos movemos un poco mas afuera de las cercanías de Temuco, lo cierto es que podemos entender esta particular afirmación de nuestro poeta. En estos últimos tres días he tenido la maravillosa oportunidad de viajar por las montañas de la IX Región, visitando algunos puntos fronterizos y en verdad, al recordar la nerudiana afirmación, uno puede hacer volar la
imaginación cuanto quiera.



Quizás no conozca todo el planeta, pero sí una buena parte de él y lo cierto es que bosques, selvas y junglas hay muchas y todas ellas tienen una particular belleza. Pero ir desde la laguna
de Icalma hasta la de Galletué y pasar en medio de un bosque de araucarias, es algo mas que único, tan exclusivo que crea una sensación de exclusión respecto de todas las otras bellezas que puede tener un conjunto de árboles. Esa corteza que semeja a la piel de un paquidermo viejo, parte de una columna recta llena de brazos que generosos entregan su fruto al indio Pehuenche es, fuera de toda duda, una sensación más que particular.



Siendo ya un viejo creyente en la naturaleza y ciertamente aficionado a la que me acompañó en la niñez maulina, puse a volar la mente en medio de este bosque de araucarias cuyas edades oscilan entre los 300 y los 500 años y llegué hasta las columnas de Luxor, en el Egipto misterioso, y tratando de llegar a
una conclusión, me dí cuenta que había no sólo una similitud sino que eran exactamente iguales: ambos eran templos, con columnas muy parecidas y con igual finalidad, esto es, proteger al hombre del sufrimiento, del hambre, de la privación.



La araucaria, como las columnas de Luxor, también está en peligro, amenazados ambos por la especie vertebrada superior «ávida dollars», que también tiene ahijados en los Estados y en los gobiernos para que dejen de cuidar estos patrimonios de la historia humana. Neruda seguramente siendo niño subió, como lo hacen hasta hoy los escolares de Temuco, a pié y rasguñado los faldeos del Ñelol y ya mas grande pudo viajar en
el tren que llevaba hasta Lonquimay, hoy desaparecido en nombre de un progreso involutivo, por mano de generales que gozan de impunidad.



Tengo la sospecha que la mezcla entre la arboleda tupida y las columnas majestuosas de un bosque de araucarias, fue lo que
sintetizó en esa frase que podría parecer hasta presuntuosa «…quien no conoce el bosque chileno, no conoce el bosque…»



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