Publicidad

La lógica de la guerra

Es impensable, dados los intereses en juego, que el Consejo de Seguridad no autorice alguna forma de uso de la fuerza en contra de Irak, si quiere realmente afirmar el último de los escenarios señalados.


Desde que se movilizó la fuerza militar en septiembre del 2002, la guerra se hizo inevitable en Irak, aunque se concrete solo en forma limitada, por ejemplo, por el control de Basora. Nadie mueve tal cantidad de fuerza solo para hacer una demostración de poder. La credibilidad real de la acción depende en definitiva de su uso.



Por ello no se puede sostener que lo que hoy se discute en el Consejo de Seguridad de la ONU es el desarme de Irak. Este es el objetivo compartido por todos. Lo que realmente está en discusión es cómo se hace, y ahí es donde se enfrentan los intereses de las diferentes potencias.



Si se hace a la manera norteamericana, se impone el principio de la iniciativa individual en el uso de la fuerza, que relega a la ONU al papel de organismo de consulta, y arrastra a los aliados hacia un modelo de seguridad colectiva con un primus inter pares: Estados Unidos. Por el contrario, si se impone la lógica franco-alemana, prima un principio de decisiones colectivas, diferente al sistema de vetos actual, que no excluye la guerra, si no que la sitúa en el ámbito del «control institucional».



Es impensable, dados los intereses en juego, que el Consejo de Seguridad no autorice alguna forma de uso de la fuerza en contra de Irak, si quiere realmente afirmar el último de los escenarios señalados. Ello porque efectivamente Irak se ha puesto sistemáticamente fuera de la legitimidad internacional desde la invasión a Kuwait y porque dos de los principales poderes militares del mundo actual, UUEE e Inglaterra hace rato iniciaron las acciones militares, y para reencasillarlos en la ONU hay que darles algo.



De ahí que la posición de Chile, de devolver la pelota a los miembros con veto, sea coyunturalmente una salida astuta, pero sin proyección estratégica. Nada es más dañino para el interés nacional de los países pequeños que la anarquía internacional y el poder unilateral del más fuerte. El fortalecimiento de la institucionalidad internacional es, por lo tanto, fundamental y ella sólo se logrará sometiendo a todos los actores a las reglas del colectivo.



Estados Unidos no puede actuar sólo, sin base en la legitimidad internacional, y Saddam Hussein no puede quedar sin sanción por su permanente acción desestabilizadora. Por lo tanto, lo más seguro es que en la ONU se impondrá la tesis intermedia de una intervención limitada, que satisfaga a Estados Unidos e Inglaterra, desestabilice a Saddam, y abra un curso político posterior para Irak. Porque políticamente hablando, qué hacer el día después en cuanto al orden político de la región, sobre todo en relación a Arabia Saudita y el problema palestino, es tanto o más importante que el futuro gobierno de Irak.



En esa perspectiva, un poco de realismo político no le haría mal a los miembros no permanentes del Consejo de Seguridad, sobre todo si lo fundamental es transformar su actual participación en poder real de decisión en el nuevo escenario internacional, más allá de los intereses naturales de las potencias europeas y de los Estados Unidos. Y por cierto, tienen la oportunidad de ayudar a tejer una institucionalidad internacional más acorde con un sistema de decisiones colectivas.



Si se aplica al caso la máxima de Klausewitz de que la guerra es la continuación de la política por otros medios, la intervención armada sólo sería evitable si la política puede satisfacer efectivamente los intereses en disputa. Y en nuestra opinión ello no es posible.



El interés central de Estados Unidos en este momento es un principio de poder sobre el «nuevo orden internacional» respecto del cual la caída del régimen de Bagdag es una prueba de fuerza.
El control del petróleo y el orden en la región serán un resultado que depende de cómo se soluciona este primer test para EEUU. Como ha movilizado su capacidad militar de manera ostensible, su utilización es un problema de credibilidad, no ya ante Irak, sino ante sus propios aliados. El viejo principio romano del «imperium», fundamental en el interés nacional norteamericano, está en juego. Por lo tanto el status quo es una derrota.



Para la Unión Europea el interés fundamental es seguridad y cohesión interna, para lo cual precisa que en el plano internacional se afirme una visión de control colectivo de la fuerza. Es la única que le permitiría conjugar los diferentes intereses nacionales en un interés único, y afirmar su papel independiente en el nuevo orden internacional, de una manera no subordinada a Estados Unidos y sin tropiezos para su proyecto unionista. Inglaterra ha dado un golpe a esta postura al adoptar su tradicional rol de potencia insular y equilibradora, plegándose a la posición de Estados Unidos.



Si la guerra transcurre al modo norteamericano, la Unión queda más expuesta a sus consecuencias y a las contingencias no previsibles derivadas de ella. Su cohesión depende, además de la legitimidad social de sus acciones, la que se ha visto en este caso cuestionada por el movimiento pro-paz de su ciudadanía. Por lo tanto le hace daño una guerra, pero también el status quo, lo que hace que su opción más clara sea la guerra «controlada», impuesta a través del Consejo de Seguridad.



En cuanto al Consejo de Seguridad, está constituido en la arena política del nuevo escenario y, al mismo tiempo que una gran responsabilidad, es un privilegio tener la opción de incidir en sus decisiones. Lo fundamental para un país pequeño es que el uso de la fuerza en el medio internacional sea sometido a un control institucional y a un proceso de decisiones colectivas. Que efectivamente los órganos técnicos de la ONU en materia de seguridad y desarme sean entes efectivos y con real capacidad de respuesta, que potencien soluciones colectivas.



Por lo tanto, no puede haber una acción elusiva de los miembros no permanentes y su interés nacional radica en que este organismo salga fortalecido del proceso y no inhibido por la acción individual o el sistema de vetos. Es comprarse un seguro hacia el futuro. Nadie garantiza que se lo paguen pero por lo menos tiene un caso.



Paradójicamente, el interés de Irak casi no cuenta, a pesar de que es el objetivo militar. Para su núcleo gobernante el ideal es el status quo, es decir, inmovilizar la eventual acción militar directa norteamericana, mantener la cohesión interna del régimen, conservar sus ingresos por petróleo, y propinar una derrota política a Estados Unidos.



Manteniendo en lo posible la incógnita acerca de su poder militar real. Una especie de equilibrio dinámico que haga aparecer más costoso desarmarlos mediante la guerra que permitirles una subsistencia controlada. Imposible de sostener en el tiempo. Solo si se va Saddam Hussein cambiaría el escenario. Por voluntad propia es impensable.



(*) Abogado, periodista, cientista político y especialista en temas de Defensa.



_______________



Vea otras columnas del autor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias