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La fábula de los copiones: trece años de la Concertación

La Concertación está pagando el costo de haber fracasado en cambiar el universo pinochetista. Inverlink robándose los papeles de la Corfo pertenece a la saga de los negociados del tiempo del dictador.


Se cumplen trece años de gobiernos de la Concertación y tres de la administración Lagos. Chile, sin duda, ha cambiado. Pero eso ocurre con todas las sociedades, incluidas las más conservadoras. El asunto central se refiere a la dirección del cambio.



En 1997 afirmé -en «Chile Actual: Anatomía de un mito»- que los gobiernos de la Concertación no «transitaban», sino que producían la culminación del modelo económico social impuesto por la dictadura. Realizaron el sueño del pinochetismo: que la «obra» sobreviviera a su ejecutor, con lo cual, de paso, éste podría fallecer en la cama con olor de naftalina. Aun más, permitieron que el neoliberalismo se decorara con las luces de neón que le presta nuestra singular democracia, este sistema indecoroso en que nos tiene aprisionado la Constitución del 80.



Transitar significaba, en el lenguaje de nuestras luchas contra la dictadura, afirmar que la Constitución del pinochetismo no permitía una democracia real y que el modelo neoliberal no aseguraba crecimiento con justicia y ni siquiera modernización en el capitalismo. Transitar significaba, en ese entonces, transformar. Podríamos citar como evidencia palabras de Foxley, de Correa, de Cortazar etc., las cuales mostraban que en un sistema neoliberal era imposible un desarrollo democrático auténtico.



En los momentos de triunfalismo esa afirmación fue considerada una provocación. Por escribir ese libro muchos políticos realistas me consideraron un nostálgico sin discernimiento. Pero hoy día, cuando el pinochetismo hace explosión, espero que sean más autocríticos. Porque hoy es un lugar común.



En tono de sorna, se puede decir que la Concertación está creando un Chile «transitable», poblado de numerosos vías subterráneas y elevadas, con aeropuertos provistos de mangas de desembarque y tiendas de souvenires, con un Santiago dotado de una extensa red de metro. Aunque todo sea concesionado, ahí está y muchos lo toman como la prueba indesmentible de nuestra modernización. Pero se ha cometido el error ideológico de confundir transitable con transición.



La transición es la instauración de una sociedad democrática, lo cual implica en primer lugar elecciones y política competitiva pero también una transformación de las estructuras socio económicas del capitalismo neoliberal. Limitarse a cambiar a Pinochet fue, sin duda, un gran avance, pero no basta.



Esta seguidilla de escándalos es el pinochetismo mostrando sus peores lacras, salpicando de lodo a una Concertación que gobernó dentro de esa matriz. Estos negociados turbios son propios de la sociedad donde los valores del dinero, del sometimiento de la política a los negocios, de primacía del mercado por sobre la regulación de un aparato estatal con ética de bien común, constituyen la resultante de las sociedades del individualismo sin freno. Si alguien tiene dudas que recuerde a Enron y otros numerosos casos que ocurren, no en un país subalterno, sino en la patria del capitalismo neoliberal.



La Concertación está pagando el costo de haber fracasado en cambiar el universo pinochetista. Inverlink robándose los papeles de la Corfo pertenece a la saga de los negociados del tiempo del dictador; aunque cualquier cosa es un pálido reflejo de la vertiginosa ascensión de los Ponce Lerou y otros de parecida alcurnia, algunos de los cuales hoy ofician de «Catones». Arrastrada a repetir el mundo del pinochetismo, la Concertación no ha podido librarse de las consecuencias de la imbricación entre política y negocios.



A la Concertación le ha faltado realismo y le ha sobrado pragmatismo. La primera es una virtud de la política, la segunda es un vicio. El realismo significaba en este caso buscar reformas posibles, que fueran transformando de manera evolutiva el modelo de desarrollo intrínsecamente inequitativo del capitalismo neoliberal. Pero se eligió el camino del pragmatismo, de la adaptación o del ajuste. Para colmo, se optó por un tipo de adaptación que no fue defendida como «lo posible», en el marco de ciertas circunstancias dadas, sino como «lo bueno».



No hubiese sido la primera vez que la izquierda elegía lo posible, pero antes lo hizo sin renunciar a formular otro futuro. Basta recordar las coaliciones de centro-izquierda, imperfectas y conciliadoras, pero que nunca negaron sus principios de identidad.



La causa profunda de esta crisis es que la izquierda de la Concertación cambió de identidad y ya no hace el discurso de otro futuro o lo hace como puro simulacro, el cual no se concreta en acciones. Ello porque sus sectores dirigentes no creen que en el capitalismo neoliberal solo hay espacio para una pseudo democracia. Más bien, muchos de ellos creen que una «economía abierta» es, efectivamente, el reino de la libertad.



Y aquí estamos, con los tímidos intentos de reforma fracasados o estancados, viviendo un escándalo tras otro, pero orgullosos por haber entrado al glorioso tratado que nos traerá el desarrollo con equidad.



¿Quién escribe el guión de la teleserie de la política chilena? Los invito a elegir entre Ionesco o Kafka.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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