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La ética desregulada de la corrupción

En Chile no hay incompatibilidad entre ser Ministro de Transportes y empresario de microbuses, por ejemplo. Un senador puede comprarse la principal línea aérea nacional al mismo tiempo que legisla sobre materias de transporte aéreo, otro ejemplo. No es incompatible tener intereses privados en aquello sobre lo que se legisla.


Hay algo que no termino de entender, aunque me he esforzado harto. El manual del cortapalo del libre mercado indica que la única regla sagrada es la de ganar plata. Este concepto es la ética medular del neoliberalismo cruel y salvaje, repito: ganar plata, ojalá mucha plata.



Desde esa moral amoral, el señor Monasterio -nombre muy pío- y el señor Moya -nombre muy representativo del chileno medio- actuaban según las reglas del sistema cuando le hacían al fisco un forado de casi cien mil millones de pesos. Especialmente, porque se lo hacían al fisco, entidad denostada y despreciada bajo la acusación de ineficiente y burócrata, según las mismas vertientes de pensamiento.



El fisco respondió en forma tardía, lenta, elefantiásica. Primero, demoraron dos largos días llenos de trascendidos contradictorios en hacer lo que era obvio que había que hacer frente a las dudas: el arqueo correspondiente en Corfo. Luego afirmaron que se trataba de un «error administrativo», que al cabo de los días se convirtió en una de las más notables estafas al patrimonio público de la que se tenga memoria.



Por suerte, en esta oportunidad ningún vocero del gobierno verbalizó un «caiga quien caiga» que, paradojalmente, en este caso sí se materializó con la salida de Gonzalo Rivas de la vicepresidencia de Corfo, y que no es temerario suponer que seguirá con la salida de Carlos Massad del Banco Central, una especie de subproducto espurio pero unánime de este bochornoso suceso y otros anteriores.



Hasta aquí, la opinión pública escucha perpleja cómo los banqueros y Empresarios -que son justamente los padres legítimos del ideario desregulador, generado desde Sergio de Castro hasta acá en un continuo sin sobresaltos-, exigieron y lograron en pocas horas que el Estado asuma las pérdidas en esta estafa de la que ha sido objeto, para no generar un caos en los mercados, que pudiera alterar la armonía que reina en la vida de Chile.



Desde la moral amoral del libre mercado extremo, neoliberalismo para algunos, el Estado no debe regular nada y sólo puede tener instrumental completamente inútil para ejercer una apariencia teatral de control sobre la riqueza que generan todos los chilenos. Pero desde esa misma moral amoral, ese mismo Estado titerizado debe velar por el patrimonio público. Entonces, mediante este silogismo de birlibirloque, el Estado fue doblemente estafado, primero por dos frescolines (y otros que irán apareciendo) que aprovecharon las ventajas de la desregulación del mercado.



Inmediatamente después, cuando algunas señoras de la tercera edad fueron a sacar sus fondos mutuos desregulados del banco de la esquina, y algunos oficinistas creyeron prudente retirarse de la isapre desregulada que ya no les vendería bonos, el Estado fue burlado sobre mojado, esta vez por los banqueros y empresarios, férreos guardianes de aquella misma desregulación, que le endosaron el forado completo al fisco en su calidad de garante de la confianza en los mercados.



Este triste saldo negativo, con el loable objetivo de no poner aún más en riesgo nuestro querido lugar número diecisiete en el ranking de «Transparencia Internacional». Ni tampoco hacer peligrar ese baluarte del éxito económico que es nuestra ejemplar ubicación en el criterio «Riesgo-País».



No pesó mucho en las decisiones que la percepción de los ciudadanos -los connacionales de Moya, Monasterio, Rivas, Eyzaguirre y Somerville- considerara que hay corrupción en toda la administración pública, especialmente en el Poder Judicial y en la Policía de Investigaciones, ambas -paradojalmente- las encargadas de llegar a la verdad y castigar a los culpables en este caso.



No parece fácil el futuro de este tema en un país en que las leyes las hacen unos señores que pueden ser empresarios y legisladores a la vez. En Chile no hay incompatibilidad entre ser Ministro de Transportes y empresario de microbuses, por ejemplo. Un senador puede comprarse la principal línea aérea nacional al mismo tiempo que legisla sobre materias de transporte aéreo, otro ejemplo. No es incompatible tener intereses privados en aquello sobre lo que se legisla. Otro aspecto de la ética neoliberal que tanta plata le ha dado a unos pocos mientras la mayoría miramos cómo la cuentan delante de nuestros ojos.



* Periodista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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