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La guerra que la ONU perdió

La ONU ha perdido una batalla central en el caso Bush-Irak. Y volverá a fracasar en su misión pacificadora en la medida que no aumente su poder militar y económico, junto con democratizarse.


La Organización de las Naciones Unidas nació para evitar la guerra. El 24 de octubre de 1945 los gobiernos de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial buscaron hacer realidad la anhelada paz: Ä„Nunca más la guerraÄ„ Motivos no les faltaban. Tengo en mi poder el Libro Negro del Comunismo y el Libro Negro del Capitalismo. En el primero, Stéphane Courtois acusa a los comunistas de ser responsables de 20 millones de muertos en la ex URSS, 65 millones en China y 1 millón de muertos en Europa Oriental. Entre otras cifras macabras.



Pilles Perrault acusa al capitalismo de los 8,5 millones de muertos en la Primera Guerra Mundial y los 50 millones de muertos durante la Segunda Guerra Mundial. Las hambrunas impuestas por Occidente a Rusia y China habrían producido 6 y 8 millones de muertos, respectivamente. Este es el balance del terror.



Las Naciones Unidas nacían con el objetivo político por excelencia de acabar con la violencia como medio de resolver los conflictos, tanto en el interior de un Estado como en las relaciones entre Estados nacionales. La erradicación de la guerra se transformó en necesidad absoluta a partir de Hiroshima y Nagasaki.



Cuando estalló la primera bomba atómica en Japón, Einstein dijo que una guerra con aquella bomba devolvería a la humanidad a la Edad de Piedra. Y a través de la BBC de Londres, un 30 de diciembre de 1954, el filósofo Bertrand Russell habló de «cómo ser humano, como miembro de la especie humana, cuya supervivencia está en duda». Denunció que «si se llegaran a usar varias bombas de hidrógeno se producirá la muerte universal, que tal vez se salvará una minoría, pero la mayoría tendría que sufrir una muerte lenta y tortuosa».



Por eso el dilema, a partir de Hiroshima, ya no era guerra o paz, sino entre poner fin a la raza humana o poner fin a la guerra. Optar la guerra conducirá a la Humanidad a la muerte, víctima de sus odios y rencores.



Por eso, y para eso, nació la ONU. Para acabar con la guerra. Sus fundadores sabían que nuestra codicia y ambición, la falta de una auténtica moral civilizatoria, la opresión, las injusticias, y la miseria hacían imposible el sueño de la paz perpetua. Pero sí era posible que existiera un superestado que actuara como un «tercero imparcial» sobre las partes contendientes. Se seguiría la misma evolución que existió al nacer el Estado nación. En efecto, mientras cada señor feudal, dotado de ejército propio, se sintiera con el derecho de resolver violentamente sus disputas con su vecino no habría paz. Surgió entonces el Estado central, con un rey o presidente que reclamó su derecho y deber de impedir tal desangramiento. Con su ejército, policía y burocracia central impondría el orden y resolvería el conflicto mediando él como un «tercero imparcial». Y si los contendientes no acataban su veredicto, lo impondría mediante las armas.



Del mismo modo el tercero súper partes, el tercero-por-la-paz, debería ser las Naciones Unidas. Cuando un Estado se sienta agraviado por otro o codicie sus riquezas y quiera atacar, la ONU debiera intervenir para imponer el orden pacífico.



Sin embargo, si analizamos el mundo de la posguerra nos damos cuenta que la paz no llegó. Vietnam y Camboya, Kosovo e Irak son tristes ejemplos de lo anterior. Las razones son tan antiguas como la Humanidad. Para algunos son unos animales violentos que durante millones de años vivimos de la caza. La cultura no podría contra este impulso de muerte. Para otros, la codicia por las riquezas de los otros lleva al capitalismo a la guerra. Otros dirán que la arrogancia de los totalitarismos, que se creen poseedores de la verdad, lleva indefectiblemente a la violencia. No faltan los que dicen que mientras haya ejércitos ellos presionarán por la guerra para justificar su existencia.



Ahora bien, más particularmente la ONU ha fracasado Ella no es un verdadero «tercero sobre las partes» pues carece de poder coactivo para imponer sus decisiones, veredictos y resoluciones. Cuando un país poderoso no tiene más interés en respectar la institucionalidad de la ONU, simplemente la viola.



Junto no carecer del monopolio de la guerra, la ONU carece de la capacidad de imponer impuestos para financiarse autónomamente. Norberto Bobbio recuerda que los pactos, sin la espada de una entidad superior a los dos contratantes, son una simple expresión de buenos deseos. Y en la medida que sepamos que un tercio del financiamiento de la ONU depende de Estados Unidos, entenderemos mejor el desconcertante silencio actual del Secretario General.



Por otra parte, se ha hecho evidente que la falta democracia de la ONU. Hay demasiados Estados, como Irak, que no son democráticos. Y los órganos y mecanismos de decisión son, evidentemente, no democráticos. Los mecanismos de veto y la integración del Consejo de Seguridad no pueden continuar como están.



La ONU ha perdido una batalla central en el caso Bush-Irak. Y volverá a fracasar en su misión pacificadora en la medida que no aumente su poder militar y económico, junto con democratizarse.





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