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En el mundo de los consecuentes nadie asume las consecuencias

Así, sea en el ámbito personal o en el ámbito internacional, lo que prima es evadir las responsabilidades y adjudicárselas a otras personas o a otras circunstancias. Es la época en que el voluntarismo ha reemplazado al realismo; en que mi derecho ha reemplazado a la justicia; en que la autenticidad ha reemplazado al honor; en que el consecuente ha reemplazado al humilde.


Hubo una vieja época -que parece desgraciadamente ya ida-, en que existía la costumbre de asumir las consecuencias por nuestros dichos, decisiones y actos. En esos tiempos antiguos y «oscurantistas» de la historia, había una cosa que se llamaba honor, el mismo que el liberal-socialismo ha proclamado extinguido. Ese honor, exigía -nobleza obliga, decían nuestros antepasados- reconocer nuestros errores y aceptar sus efectos. «Ä„Bienaventurados los mansos (humildes), porque ellos poseerán la tierra en herencia!»



Hoy, por el contrario, rigen otros códigos, otras leyes. Hoy, lo importante, es «realizarnos» y satisfacer nuestras necesidades individuales. Para ello, naturalmente, no puede existir nada que nos ate a resultados y secuelas que rechazamos. Nada debe entorpecer el camino hacia nuestra autorrealización. Esto es lo único que tiene valor ante los ojos de la Humanidad. Ser auténtico es la premisa de los tiempos que vivimos. Ä„Felices los consecuentes, porque ellos poseerán la tierra en herencia!



En este mundo de naturalidad, donde cada uno dice y hace lo que quiere, lo relevante es que las personas se mantengan firmes en sus convicciones; que no renuncien o traicionen sus proyectos, aunque resulten un verdadero fiasco. Cualquier abandono o retiro es mirado como el más abyecto de los pecados. De hecho es casi el único pecado. Por ello, aún cuando se muestre (y demuestre) la torpeza o el engaño de determinadas conductas o planes, no se puede aceptar la dimisión, menos todavía, las consecuencias.



Lo veo todos los días en la universidad. Los alumnos toman decisiones libres, por ejemplo, no inscribir sus asignaturas a tiempo o mandarse cambiar en pleno periodo de exámenes. Por cierto, lo hacen amparados en los más «nobles» motivos. Pero cuando llega la hora de asumir la responsabilidad -no poder cursar el ramo con el profesor que deseaban o no tener un nuevo examen-, surge el reclamo y la exigencia. Los argumentos, en sus bocas, suenan hasta lógicos y, muchas veces, se llega a creer que el verdadero culpable de los efectos negativos es quien aplica la sanción.



Podemos verlo, también, casi todos los días, en el ámbito nacional. Y así el que no ejerce el control donde debía, el que realiza actos imprudentes o dolosos, el que dice tonteras, no está dispuesto a asumir las consecuencias de ello. Siempre encuentra un chivo expiatorio: una mala elección de personal, un error administrativo, un mercado mafioso o un jarrón… En el fondo, cualquier cosa es válida con tal de que la imagen -el nuevo ídolo del momento- se mantenga, incluso contra toda realidad. Y, a veces, hasta se logra convencer de que no existen efectos y, por tanto, no hay nada que asumir.



Por último, se puede ver, asimismo, en el ámbito internacional. Así, el que ampara y financia terroristas, el que invade a los vecinos, el que no cumple con el derecho internacional, el que no acepta las decisiones de la mayoría de las naciones, porque van en contra de su posición, se levanta como inocente paloma, como el líder de una incomprendida cultura o idea. En este campo, tampoco se quieren aceptar los resultados de las propias acciones. Los verdaderos culpables son otros el terrorismo, el imperialismo o la globalización. Y, de tanto escuchar estas razones, la sociedad mundial comienza a creer en ellas.



Así, sea en el ámbito personal o en el ámbito internacional, lo que prima es evadir las responsabilidades y adjudicárselas a otras personas o a otras circunstancias. Es la época en que el voluntarismo ha reemplazado al realismo; en que mi derecho ha reemplazado a la justicia; en que la autenticidad ha reemplazado al honor; en que el consecuente ha reemplazado al humilde.



(*)Investigador de la Fundación Jaime Guzmán Errázuriz

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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