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El Censo y la confusión de las lenguas

El gobierno ha utilizado el Censo para fortalecer el imaginario de la modernización de Chile. Este conjunto de cifras y porcentajes son convertidos en signos del bienestar de nuestro país. El Censo se metamorfoséa, se resignifica en su concepción positivista originaria.


Más que el análisis de las cifras parciales del Censo, entregadas por el INE, me interesa su instalación mediática y su uso político, tanto por parte del gobierno como por parte de las iglesias. La ceremonia del martes, en La Moneda, fue una liturgia destinada a hablar políticamente del Censo.



Se trata de una interesante paradója, puesto que las ideologías dominantes celebran con delectación la ausencia de politicidad y el acotamiento sectorial de la política, en la esfera de las decisiones respecto a los medios. Pero esa máscara, basada en la suposición de un consenso reflexivo de los ciudadanos, se derrumba a cada instante, sea que se hable de la corrupción, del divorcio o, en este caso específico, del Censo. La política, no podía ser de otro modo, mete su cola en todas partes.



No censuro el tratamiento político del Censo o de cualquier discusión pública, pero siempre que no se intente hacer creer que las cifras hablan por sí mismas y que ellas sólo tienen una interpretación verdadera. Me parece natural que este Censo sea usado por los actores políticos en sus luchas hegemónicas, que se transforme en un instrumento de los combates por crear una idea de Chile o por demostrar el poderío de una religión.



Pero se está haciendo de este Censo un falso uso político. «Politizar» la discusión sobre el Censo sería llamar a deliberar sobre sus resultados y no utilizarlo como elemento propagandístico, que es lo que se está haciendo.



El gobierno ha utilizado el Censo para fortalecer el imaginario de la modernización de Chile. Este conjunto de cifras y porcentajes son convertidos en signos del bienestar de nuestro país. El Censo se metamorfoséa, se resignifica en su concepción positivista originaria. En el discurso usado, los números son mucho más que una herramienta descriptiva que revela movimientos y modificaciones, a través del frío discurso de la estadística. El análisis que acompaña la presentación de algunas de los principales resultados es un ejemplo de uso estratégico de las cifras. Ellas son utilizadas como el apoyo numérico de una teoría apologética sobre Chile.



El Censo pretende salirle al paso, con la contundencia de sus porcentajes y números absolutos relativos a la población y no sólo a una simple muestra, a los agoreros que señalan malestares y temores. ¿Cómo algunos críticos se atreven a dudar que «todo va mejor» cuando el Censo muestra el formidable auge del equipamiento electrónico de los hogares chilenos? Después de estudiar las cifras del Censo ¿alguien podrá cuestionar que Chile está cada día más cerca del desarrollo, cuando tiene el comportamiento reproductivo de los países desarrollados y cuando, además, tiene una posición de liderazgo en el acceso a computadoras? Ä„Solo los testarudos, los nostálgicos o los ignorantes! El Censo ha sido convertido en argumento de autoridad del mito de la modernidad de Chile.



Pero ese tratamiento ideologizado oculta el problema básico que ninguna estadística puede resolver por si sola. Es la discusión sobre lo que debe entenderse por desarrollo. ¿Lo moderno consiste sólo en un mayor acceso a los electrodomésticos? Sin duda que esta accesibilidad es positiva, pero ¿qué pasa cuando ella va acompañada de la insuperada desigualdad en el acceso a la educación?



En realidad el uso propagandístico del Censo, falsa imitación de su uso político, que representaría la invitación a pensar Chile desde los indicios que los datos ofrecen, constituye una continuación de la campaña del «piensa positivo» o de los grandes paneles de propaganda aparecidos en el Metro donde se nos hace creer que en el Chile actual, reproducción de las estructuras del Chile «pinochetista», todo es avance, todo es progreso.



Pero el uso propagandístico del Censo no ha estado limitado al gobierno. También la iglesia católica y la rama pentecostal de los protestantes se han trenzado en un debate sobre su respectivo poderío. Como se sabe el Cardenal católico amenazo con declarar la ilegitimidad del Censo si su iglesia no obtenía un determinado porcentaje, culpando de ese descenso a unos correos electrónicos enviados desde ignotas oficinas gubernamentales. Esa posición es difícil de interpretar. Más que una amenaza parece una broma surrealista de Vicente Huidobro.



A su vez, la actitud de los pastores protestantes, celebrando la derrota relativa del bando católico, se puede asimilar a las luchas entre las barras de los clubes de fútbol o de los partidos políticos en día de elecciones. No puedo asegurar que no hayan bendecido con champagne el avance de sus posiciones. En todo caso la escena es desconcertante. Los protestantes claman por mejor posicionamiento y acceso a franquicias, mientras un destacado clérigo católico dice que somos «menos pero mejores». Con estas estrategias enunciativas no se sabe bien si se trata de un debate entre creyentes o de una disputa entre apostadores de un clásico hípico.



El gran poeta Armando Uribe Arce decía en un foro que se aproximaba el tiempo del Apocalipsis. Me resisto a creer en ese final catastrófico que abriría paso a la ultraterrena felicidad eterna. Pero no debemos olvidar que la Torre de Babel, donde se produjo la confusión de las lenguas, se encuentra en el espacio que hoy día bombardean los cruzados occidentales. ¿Coincidencia o signo?





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