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De corbos y de cuotas

Si se propone nombrar a Vittorio Corbo, mal para nosotros que queríamos un poco de pluralismo en el Banco Central, que pasa a ser jugosa «cuota» de economistas que piensan igual.


Muchos quedamos sorprendidos con la propuesta del Presidente Lagos al apoyar a Vittorio Corbo. Y más atónitos quedamos con la explicación aportada por el Ministro de Hacienda. «Se acabó el cuoteo político». Se trata, de ahora en adelante, de elegir a los mejores.



El argumento es viejo como el hilo negro. Se parte de la base que por la complejidad y especialización de la política, ella no es susceptible de abandonarse al querer directo del pueblo o de sus representantes populares. Por eso se debe optar simplemente por el «gobierno de los expertos»: la tecnocracia.



Platón lo señala en La República. Si uno está enfermo, argumenta, no va a la plaza a preguntarle al vulgo qué enfermedad tiene. En medio de una tormenta, no convocaremos a una asamblea a debatir con los marinos qué rumbo debemos tomar. En ambos casos el sentido común nos invita a llamar al experto, al mejor: el médico y el capitán.



Robert Dahl, unos de los más importantes politólogos del siglo XX, señala que este tipo de argumentación puede esconder un verdadero tutelaje de la democracia. Este último se disfrazaría bajo las elites de políticas públicas que se desempeñarían como «cuasi-tutores». Alternativa a la democracia harto sospechosa, pues son los «expertos» quienes nos explican porqué ellos han de decidir por el pueblo. ¿Quién decide quién es experto y quién lego? ¿En qué consiste el pensamiento experto en economía?¿Hay una sola política económica? ¿El economista liberal es más experto que el socialdemócrata o el socialcristiano? ¿Es que hay una sola economía y los que opinan distinto son «gásfiteres»?



Dahl critica dicho tutelaje pues las decisiones de los asuntos públicos requieren, implícita o explícitamente, formular juicios de valor junto con un análisis empírico. Por ejemplo, en el caso del Banco Central señalemos que es tan técnico dedicarse sólo a controlar la inflación o, como se da el caso en importantes democracias desarrolladas, además promover y custodiar el empleo, como es el caso de la Reserva Federal norteamericana.



El carácter especializado del saber de los tecnócratas públicos, «ofrece de ordinario una base harto estrecha para formular los juicios instrumentales que demanda una política pública inteligente». Seamos claros que la política es el arte del compromiso, y que muchas veces más vale un mal arreglo que un buen pleito. Hay veces nos empecinamos en lo que nosotros creemos que es verdadero y corremos el riesgo de equivocarnos o de llevar al país a un desastre. De hecho, de 1998 en adelante el Banco Central ha venido sistemáticamente equivocándose en sus estimaciones de crecimiento. Además, el político es más sutil y busca los matices. Sabe que la política no es el campo de verdades absolutas. Son los fanáticos, como algunos revolucionarios de 1789, los que proclaman «Que perezca Francia, pero que se salven los principios».



Dahl constata que: «En todos los países del mundo (los tecnócratas) son célebres por la premura con que promueven sus propios y estrechos intereses burocráticos o institucionales, los de la organización o grupo al que pertenecen, a nombre del bien general». Es harto sospechoso que los arquitectos lleguen a la conclusión que sólo un arquitecto puede dirigir el Ministerio de la Vivienda o que sólo los médicos pueden dedicarse a la salud. De hecho Carlos Massad fue Ministro de Salud.



Además, «las decisiones en materia de política pública sobre todo si versan sobre cuestiones complejas, están casi siempre veladas por la incertidumbre: requieren opinar sobre alternativas cuyos resultados son sumamente inciertos» (…) por lo que lo obvio es que quienes serán afectados por este riesgo deban manifestar su parecer. Por eso las decisiones públicas deben ser decididas por los representantes del pueblo.



En democracia la política debe responder a las preferencias ciudadanas y el poder debe ser controlado por los gobernados. La lógica tecnocrática es la de la eficacia, no la del gobierno responsable ante los ciudadanos y que responde a las preferencias populares.



En suma, si se propone nombrar a Vittorio Corbo, mal para nosotros que queríamos un poco de pluralismo en el Banco Central, que pasa a ser jugosa «cuota» de economistas que piensan igual. Pero es demasiado el que además se las emprenda contra el compromiso, que despectivamente se llama cuoteo, y no pluralismo o respeto de la diversidad de opciones políticas y económicas. Y agregar, como señaló el ministro Eyzaguirre, que «desde ahora» se elige a los mejores agravia tontamente a todos aquellos que fueron antes designados para ocupar cargos públicos. Definitivamente, no son buenos tiempos.



Me voy este fin de semana a descansar con un corv(b)o enterrado en el corazón.





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