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Contrapesos necesarios

De la capacidad de los Estados de actuar concertadamente para fortalecer las instituciones multilaterales dependerá el grado de atenuación y contrapeso que pueda tener la política imperial de la superpotencia y la extensión de sus políticas imperiales.


Una de las expresiones de la globalización ha sido la internacionalización creciente de las políticas públicas y el restringido espacio del Estado-nación para fijar, soberanamente, leyes y reglamentaciones en su territorio.



En general, en todo tema que se pretenda abordar los gobiernos deben atender algún referente internacional y, en la medida que el país se inserta y compromete como miembro la comunidad mundial, va disminuyendo su capacidad de maniobra. Expresado esto en un contexto de equilibrios, puede ser un camino para preservar la paz y obligar a negociar soluciones a los problemas, construyendo para cada conflicto salidas equitativas, relativamente estables y confiables.



De esa forma, el mundo había establecido, hasta el año 2000, este orden global, no exento de guerras localizadas, que pese a la tragedia implícita, no ponían en peligro mayor la paz mundial. Este mundo multipolar tiene como una realidad de fondo un dato clave: las dos terceras partes del comercio corresponde a un movimiento de bienes entre grandes corporaciones y sus redes de filiales, sucursales o representaciones.



Además, en una dinámica que ha resultado incontrolable para los Estados, funciona, de manera supranacional, un mercado de capitales en donde fluyen capitales privados, títulos bursátiles, fondos de inversión, fondos previsionales, seguros y reaseguros, divisas y servicios. Esa economía global funciona con dinámicas propias y en el seno de la Organización Mundial de Comercio los países han comprometido estandarizar sus sistemas comerciales, con reglas de conducta para el comercio de bienes y servicios y la inversión, para la compra pública y la solución de sus controversias en un plano igualitario.



Los actores internacionales que caracterizan hoy al sistema capitalista son las corporaciones multinacionales, que pugnan por alcanzar liderazgos planetarios y han venido construyendo sus alianzas estratégicas, fusiones y redes mundiales para alcanzar membresía en el selecto grupo de las «Top», nivel que les asegura permanecer en el tiempo, cuestión incierta para las que no se posicionan en punta.



El peso político de las corporaciones multinacionales es enorme y hoy vemos cómo, un sector de ellas, ligado a la industria armamentista y al petróleo, ha apoyado y empujado la invasión a Irak, lo cual es evidencia de su interés por desplazar del manejo del negocio a las compañías francesas, rusas y alemanas que ya estaban funcionando como concesionarios en Irak. De cara a la reconstrucción, con un evidente carácter imperial, esas corporaciones y todas las alineadas con el Pentágono, serán las que manejarán la post guerra y movilizarán las reservas de crudo que hoy, por medio de las fuerzas de la coalición, conquistan en Irak.



Lo descrito es una misión manifiesta, por más que se haya querido decorarla con una búsqueda de objetivos de democratización de Irak y la eliminación de un dictador antipático. Es decir, no estamos hablando ni siquiera de algo conspirativo, pues las fuentes de esta concepción imperial están escritas por los ideólogos que integran el gobierno de George W. Bush. La superpotencia, en su real politic, interpreta y hace suyos los intereses de sus grandes corporaciones, aunque eso signifique haber pateado el tablero de la ONU y colocar en riesgo equilibrios geopolíticos mundiales. Los escenarios que estamos empezando a vivir nos plantean posiciones de fuerza antes que razones, así cueste la ruptura del orden mundial preexistente.



La «real politic» señala que la moral del poder es el interés nacional. Frente a este concepto frío y descarnado, los países tienen que, en forma individual o en alianzas, tratar de contrapesar los poderes hegemónicos con reglas de conducta y es éste el rol civilizador histórico del Derecho Internacional, que opone a la fuerza el peso de los principios y a la sin razón la legitimidad de las instituciones que la propia comunidad ha venido consolidando en diversos ámbitos. Pero el tema de hoy es la guerra y como minimizar los costos terribles sobre el país agredido por la coalición.



Los actuales escenarios nos plantean como realidad incuestionable la debilidad de la democracia representativa para neutralizar la presión de los entes corporativos internacionales sobre el Estado, en donde se debe considerar lo permeable que resulta el aparato público a dicha influencia. A niveles de que la política exterior se vea dirigida por los think tanks con que funcionan los lobbistas en torno a la clase política.



El ciudadano elector se divisa a lo lejos como una masa difusa de opinión pública, sin peso real en las decisiones y, potencialmente, manipulable. Tal vez haya sido en este conflicto cuando la dirigencia política de la coalición ha sentido por vez primera el peso de esa opinión pública y lo desestabilizadora que les puede resultar su movilización permanente. Pero, el gran riesgo es que un detonante de terrorismo podría nuevamente obnubilar el más mínimo sentido de racionalidad y trastocar las sensibilidades de la sociedad civil.



De cualquier forma, el progreso al interior de la superpotencia está ligado a un orden mundial que debe preservar los intereses de sus corporaciones y las contrapartes han de entenderlo así para poder plantear estrategias de neutralización del peso específico que suponen tales gigantes.



En Estados Unidos, con la salida de Bill Clinton y luego los atentados del 11 de septiembre, la posición dura, imperial, unilateral, se impuso. Controlar las reservas energéticas y tomar posesión de ellas en el corazón de la civilización musulmana fue decisión imperial y los países periféricos, como el nuestro, deben manejarse ahora en una lógica de guerra, que retrotrae las relaciones internacionales a los períodos de conflictos hemisféricos. Sólo que acá, peligrosamente, se van exacerbando los odios hacia el occidente opresor y ya se habla de guerra santa en el mundo musulmán. Los pueblos asiáticos, comienzan a expresar duras corrientes en contra del sistema imperante. Los ejes de conflicto rebasarán los contextos regionales y lo que se teme es que el conflicto del Medio Oriente inflame los odios y resentimientos hasta generar una guerra entre civilizaciones.



El orden mundial está frente a un cambio crucial y la protección a los intereses corporativos en el mundo deberá ser defendido por ejércitos antes que por acuerdos internacionales. Las consecuencias para el planeta podrán ser insoportables si la guerra se extiende y con ella sus costos económicos, sociales y ambientales. La resistencia al imperio se evidenciará en la desesperación de terroristas suicidas y el mundo entrará en la ley del más fuerte, en donde esas mismas corporaciones, no conformes con lograr imponer sus intereses por la vía armada, presionaran sobre los Estados para obtener beneficios tal vez ilegítimos, lo cual puede debilitar aún más al Estado nación.



De la capacidad de los Estados de actuar concertadamente para fortalecer las instituciones multilaterales dependerá el grado de atenuación y contrapeso que pueda tener la política imperial de la superpotencia y la extensión de sus políticas imperiales.



Desde el frente de la sociedad civil y de la prensa no alineada, es preciso movilizar energías del planeta en defensa del derecho Internacional y, en definitiva, en defensa de la vida, que está siendo desgarrada cada minuto que avanza la guerra. Colocar límites a esta agresión unilateral y desmedida significaría evitar la propagación de una reacción terrorista imprevisible, que golpeará en cualquier lugar del planeta, propagando los efectos de esta guerra de conquista unilateral, a esos espacios que mantenían una convivencia pacífica y apegada al derecho.



Las movilizaciones de la opinión pública, el boicot a productos originarios de los países de la coalición, la presión sobre los gobiernos del mundo, debería generar un espacio para frenar a tiempo la demolición de Irak y el genocidio implícito. Abrir una cuña para que pase la ayuda humanitaria, el agua y los medicamentos, procurando la salida de heridos, de niños y mujeres, es abogar apenas por una cuota de humanidad que hasta las más sanguinarias guerras del pasado alguna vez permitieron. Rescatar la ONU es un deber mundial para establecer los necesarios contrapesos.



(*) Consultor internacional, escritor y columnista



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