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El gurú de la economía

La moraleja de esta fábula es que el asunto no consiste en buscar al mejor economista sino la política más adecuada. ¿No será ya hora de preguntarse si los problemas no radican en la política aplicada o en la forma de aplicación del modelo de desarrollo?


Un conjunto de arqueólogos chilenos han informado, consiguiendo gran audiencia en una prensa tan crítica y exigente como la nuestra, que por fin dieron con el buscado «Gurú». Se trata de una especie que se creía en extinción, cuyo atributo es la de ser un economista clarividente, capaz de explicar por qué se ha producido esta crisis tan larga, que iba a ser tan corta y, sobre todo, dotado de la mente futurista de Jimmy Neutrón, que se cree capaz de predecir sin fallas cualesquier cosa y, también, los desarrollos futuros de la economía chilena y mundial. Una especie parecida a la del futurólogo Melnick que estuvo al servicio de Pinochet.



El Ministro de Hacienda, con un estilo que antaño hubiéramos calificado de «tropical», pero que en la actualidad se ha convertido en el pan de cada día, emitió el siguiente dictamen: «es el mejor de todos». La prensa de oposición farfulló, sin esconder su alegría, por fin un economista liberal en la presidencia del Banco Central.



Todos estos discursos han llamado mucho la atención. Ä„El mejor de todos! ¿De dónde habrá sacado esta clasificación nuestro serio Ministro? ¿La habrá consultado con una clasificadora de riesgos? La otra posibilidad es que exista, sin que los simples mortales lo sepamos, un listado donde los economistas acumulan puntos como lo equipos de fútbol.



Si así fuera, lamento decirle al señor Ministro, cuyo pasado cuenta con toda mi simpatía, que el «gurú» que encontraron es igualito a Jimmy Neutron, que cree saberlo todo pero se equivoca con la misma frecuencia que los otros economistas neoliberales.



A estas alturas si algún miembro del severo tribunal de la Inquisición, cuya función habitual es la de desautorizar a los legos que hablan de economía, lee este articulo estará ya al borde de la apoplejía. Pero en mi defensa le cuento que me he encontrado, por afición de archivero, con unas predicciones que el gurú, nombrado en la vida social como Vittorio Corbo, realizó a comienzos de la crisis para un diario de la plaza. En ellas aseguraba que la economía chilena, en términos del PIB, crecería en 1998 al 5,5%, en 1999 al 4,7% y el 2000 a la espectacular tasa de 7,3%. Por fortuna nuestro gurú es el mejor de todos, porque de haber elegido al segundo en el ranking quizás a qué márgenes de error podríamos llegar.



Para decir las cosas como son, mucho más cerca en sus predicciones han estado los economistas de izquierda o Ricardo Ffrench-Davis, uno de los principales redactores de los Informes de la Cepal, donde se ha insistido en una visión mucho más realista que la de Corbo sobre los efectos de la crisis para América Latina en su conjunto.



Por supuesto: equivocarse es para un científico una cuestión habitual, pues el saber teórico-empírico no es como la ciencia infusa que se suponía que Dios colocaba en la cabeza del elegido. El problema es que se nos quiere hacer creer en la infalibilidad de la política económica derivaba de la versión neoliberal de la tradición neoclásica. El que se equivoca es porque no era el mejor, sino de alguien elegido por «cuoteo».



El problema de fondo de la frasecita laudatoria del Ministro es que supone que existe el mejor economista en sí. Eso es un pensamiento anacrónico, o sea atrasado desde el punto de vista de la teoría del conocimiento. Su elogio supone que todavía sigue creyendo que existe una sola teoría económica válida o verdadera, como antes creyó que existía una sola teoría de la historia. Pero la epistemología contemporánea de carácter historicista, hace tiempo que ha mostrado que las verdades no son inmutables y que su validez depende de la situación y del proyecto que se persiga.



Es posible, aunque al Ministro le cueste creerlo, que su gurú liberal de primera línea resulte ser tan ineficiente como el anterior Presidente del Banco Central, quien compite con éste en materia de adhesión al liberalismo (no haga leña, Ministro, del árbol reemplazado). El problema nada tiene que ver con los conocimientos del nuevo Presidente. Teniéndolos en exceso, según se nos dice, cometió en 1998 los errores de predicción que he señalado, uno de los muchos que deslizó en esa crónica.



En ella, por ejemplo, el insigne gurú dijo que si el precio del cobre se situaba en un promedio de 0,77 la libra, el crecimiento podría desacelerarse dos puntos en el año 2000 (aunque el diario, por error, habla de 1999), llegando al 4% y 5%. Pero agrega que esto solo puede predecirlo Yolanda Sultana. En verdad no creo que el senador Lavandero y el economista Caputo tengan el poder de adivinación de la mencionada dama, pero ellos hace tiempo que predijeron la caída sostenida de los precios del cobre.



La moraleja de esta fábula es que el asunto no consiste en buscar al mejor economista sino la política más adecuada. ¿No será ya hora de preguntarse si los problemas no radican en la política aplicada o en la forma de aplicación del modelo de desarrollo? Por lo menos, muchos economistas, tan sabios como el elegido, se lo preguntan en todos los países del mundo y de América Latina.





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