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Irak: EEUU consolida su presencia en la región

lo que se busca no es un triunfo militar rápido, ni siquiera la llamada «liberación» de Irak vía derrocamiento de Saddam Hussein, sino una estrategia política, militar y económica destinada a consolidar la presencia de EEUU en la región, dividir a la Unión Europea e impedir que el Medio Oriente se convierta en zona de influencia de potencias emergentes, sobre todo la República Popular China.


Semanas de combate en Irak no han reportado a los Estados Unidos el triunfo rápido que auguraron los propagandistas de la Casa Blanca y el Pentágono. Terror y muerte son las secuelas que va dejando tras sí el paso de las tropas anglo-norteamericanas, y todo indica que la catástrofe se acentuará durante el asalto a Bagdad.



Pero aún en las situaciones más dramáticas es preciso hacer un análisis frío, que vaya al fondo de los problemas. Si aplicamos este razonamiento, podemos concluir que para los Estados Unidos la extensión de la guerra no es el tema prioritario.



Probablemente, la perspectiva de una confrontación prolongada ha estado desde un principio en los cálculos de los estrategas de la Administración Bush. Quizás ni siquiera sea la más desfavorable para los intereses norteamericanos. Porque lo que se busca no es un triunfo militar rápido, ni siquiera la llamada «liberación» de Irak vía derrocamiento de Saddam Hussein, sino una estrategia política, militar y económica destinada a consolidar la presencia de Estados Unidos en la región, dividir a la Unión Europea e impedir que el Medio Oriente se convierta en zona de influencia de potencias emergentes, sobre todo la República Popular China.



Vamos por parte: una guerra prolongada mantendrá los precios del petróleo al alza, con consecuencias devastadoras en primer lugar para los países importadores del crudo, es decir las principales potencias europeas y Japón (y de paso, también Chile).



Asimismo, prolongaría la división que se ha generado dentro de la Unión Europea entre los países que rechazan la guerra, encabezados por Alemania, Francia y Bélgica, y quienes apoyan a Bush, el Reino Unido, España e Italia.



Pero la estrategia apunta sobre todo a los ex países socialistas de Europa, que ingresarán en mayo de 2004 a la Unión y que han cerrado filas tras la política de Washington. Es decir, la situación generada representa un golpe a la estabilidad inmediata pero sobre todo futura de la Unión Europea, restándole poder político y económico.



Esto se vio reflejada en el último encuentro cumbre europeo, la semana pasada, en el que las graves divisiones políticas quedaron de manifiesto, inmovilizando de hecho a la Unión como un actor político de peso en el concierto internacional.



Cabe destacar que, junto a los aspectos propiamente políticos del conflicto, los principales bancos europeos han comenzado a ajustar sus proyecciones, llegando a la conclusión que las consecuencias de una guerra prolongada irán in crescendo, y su mayor impacto negativo se producirá recién en 2004.



Al respecto, un aspecto poco considerado hasta ahora en los medios internacionales es el efecto de castigo que se pretende aplicar contra Irak porque este país cambió a fines del año 2000 sus transacciones petroleras del dólar al euro. Si este ejemplo hiciera escuela en la OPEP, los efectos para la economía norteamericana serían desastrosos.



Se trata por tanto de una guerra de amplias proyecciones, que pretende consolidar el dominio norteamericano sobre el mundo, impidiendo que surjan competidores potentes que puedan jugar un papel de peso en la arena política y económica mundial.



(*) Analista Político.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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