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PPD: Definiciones ideológicas y juegos de poder

¿Vale la pena que el PPD se enfrasque en discusiones respecto a su perfil ideológico y se desligue de su irrenunciable responsabilidad en la gestión de un Gobierno del que forma parte?


La Mesa Directiva Nacional del Partido Por la Democracia (PPD) ha decidido adelantar las elecciones internas para redefinir los pesos específicos de los liderazgos internos que, después de la seguidilla de escándalos que involucra a militantes del partido, parecieran estar en discusión.



Hay, en el fondo de las discrepancias, conflictos de poder e influencia; al parecer son demasiadas las cuentas pendientes.



Así de simple es la situación: un Presidente de partido que llegó al poder con una mayoría abrumadora se ve, por la fuerza de hechos que todo el país reprueba, cuestionado antes de tiempo. Todo parece lógico y comprensible, como el pensar que son las elecciones el mecanismo más adecuado para configurar el nuevo escenario.



Sin embargo, y lamentablemente, se ha intentado en forma equivocada mostrar las discrepancias de poder interno sobre la base de la pugna entre dos visiones contrapuestas e irreconciliables, la socialdemócrata y la liberal; haciendo descansar la explicación de la divergencia en la falta de opción clara del partido entre una y otra visión ideológica.



Digo que es una visión equivocada porque para los que hace un año ingresamos al PPD lo hicimos inspirados en varias ideas fuerzas que nos resultaban atractivas. Estaba el hecho de perfilar un partido a la caza de posiciones de avanzada, en la búsqueda del progresismo existente en el centro político; había un estilo abierto a nuevas fórmulas para escuchar y responder a las demandas ciudadanas; existía, en fin, una evolución positiva en el sentido de que las arcaicas discusiones ideológicas quedaban atrás.



Sin embargo, el planteamiento que aparece respaldando la convocatoria a la elecciones borra con el codo lo que se escribió con la mano.



La actual Directiva se caracterizó por imprimir un sello renovado al PPD, que sin renunciar a su historia se transformaba en un partido pragmático, incluyendo dentro de sus acuerdos más relevantes aquel de Quilpué que respaldaba en su voto político la disposición a la privatización de áreas estatales que parecían cerradas al debate por un injustificado atavismo ideológico.



Extraña, por tanto, que la misma Directiva que hoy termina su periodo y abre espacio para el debate democrático interno, explique su traspié con la indefinición ideológica del PPD; utilizando argumentos retrógrados, anquilosados y añejos.



Por lo demás la dicotomía liberalismo/socialdemocracia, se hace sobre una lectura propia del maniqueísmo. En donde las ideas de una u otra posición política están caricaturizadas al extremo, puestas en contraposición irreconciliable, como expresión del bien y el mal.



En la «falta de definiciones ideológicas» que explicarían las deficiencias en la conducción del partido, está, precisamente, la mayor de sus fortalezas. Muchos de los que arribamos al PPD vimos en él la libertad para competir con nuestras ideas, llegando a construir síntesis provechosas para los intereses del ciudadano común. El mismo al que hoy le importa bien poco las líneas históricas del pensamiento político moderno y al que le preocupa mucho más la manera en que la sociedad resuelve sus problemas más angustiantes.



¿Vale la pena que el PPD se enfrasque en discusiones respecto a su perfil ideológico y se desligue de su irrenunciable responsabilidad en la gestión de un Gobierno del que forma parte?



Parece un precio demasiado alto, a pagar por todos los militantes del partido, el detenerse en disquisiciones teóricas para justificar el reacomodo de las fuerzas internas.



En la próxima elección del PPD debiera darse espacio para renovar, o retirar, la confianza de los militantes en sus autoridades, para ganar así el impulso que requiere una mesa directiva nacional que es sustento político del Gobierno.



Aunque algunos nos definamos como liberales, y tengamos una opción ideológica que no nos quita el sueño, poco nos interesa retrotraer la discusión a la década de los 70. Porque muchos de aquellos que reniegan del liberalismo lo hacen bajo el supuesto de que entre éste y el neoliberalismo no hay diferencias.



Desconociendo, como lo hacen los documentos fundacionales del PPD, la contribución que esta corriente de pensamiento ha tenido en garantizar el desarrollo humano de la mano de los derechos individuales, la tolerancia, la libertad de pensamiento, la libre asociación y el espíritu emprendedor. Renegando, de paso, de los avances de la historia al poner en el centro de las preocupaciones del Estado los intereses de los individuos; negando la existencia de liberales que defienden la libertad por sobre todas las cosas, que no tienen empacho en discutir con la misma seriedad las responsabilidades públicas a la par con las privadas; en fin, descalificando al liberalismo a través de caricaturas, desempolvando viejos lemas y agitando raídas banderas.



Siendo liberales sentimos que esa no es la discusión de esta hora, quizás si sea muy útil para más adelante, pero no nos tapemos la vista; lo que está en discusión es si el PPD está en condiciones de tener una conducción veraz, asertiva y capaz de recuperar la confianza ciudadana.



Más que una definición ideológica, o intrincados devaneos teóricos, se requiere de la búsqueda de personas que sean capaces de reposicionar al PPD; en su sitial fiscalizador, en el lugar donde era el protector de los derechos ciudadanos y una organización de personas sensibles a las necesidades de la gente.



Más que largos panegíricos, vetustos pergaminos, sendos e interminables programas, se requiere acción y voluntad; se necesita creer en la existencia de un partido capaz de congregar a chilenos de diferentes sensibilidades: libertarios por convicción, progresistas por definición, probos sin discusión y futuristas desde el compromiso con los ciudadanos.



* Profesor de Historia y Geografía, militante PPD.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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