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Al pan, pan y al vino… wine


En estos días de grave confusión mediática debida a la guerra y la necesidad de no dar informaciones al «enemigo», hemos vivido una especie de «estado de sitio» comunicacional que ha tenido más de algún episodio oscuro. Dicen que las investigaciones sobre el disparo de tanque al hotel Palestina siguen su curso, y lo concreto es que hay varios periodistas muertos entre ese episodio y otros que tampoco aparecen muy transparentes.



En nuestra ínsula de Barataria la discusión y debate es de menor nivel y todo giró, esencialmente, en torno a las posibilidades del TLC, cuya «L» es cada vez más dudosa, toda vez que cualquier desavenencia con los poderosos amigos del norte es vista como una especie de crimen.



Si no fuera por la indignación que produce la indignidad, sería francamente para la risa. Lo importante es estar en algún debate y pasar algunas frases que puedan ser escuchadas por los potentísimos vencedores y quizá traducirse en el futuro en alguna beca o invitación o, más simple aun, en una posibilidad de llegar a las altas esferas de nuestra empresa nacional con capitales USA.



Ni siquiera importa mentir. No, lo importante es emitir una opinión que permita entrar en el círculo de los «amigos» y, más importante, es que los otros queden como adversarios y ojalá enemigos. Si pues, porque las becas e invitaciones no son tantas y menos los cargos gerenciales a los que se podría aspirar.



Se vio hasta un panelista en TV que aseguró la debilidad de los nuevos tanques ante una simple molotov lo que daba cobertura moral al cobarde disparo contra el hotel de la prensa en Bagdad. Que minutos después en oficial del Ejército lo haya desmentido, tampoco importa, la «posición» ya estaba fijada. ¿Es posible que haya gente así y que, además, tenga un título profesional? ¿No será que estamos reemplazando la autocensura de los primeros años de la transición por una nueva, esta vez de carácter planetario y global?



De seguir así las cosas, la división política del futuro será entre yanaconas y aborígenes. Eso marcaría el final exacto y cabal de nuestra posibilidad de seguir siendo una nación, un país, una identidad.



Que un container lleno de «radicchio» sea la base y fundamento de nuestra política exterior, me hace tornar a la vieja sabiduría linarense campesina que afirmaba: «más vale mujer honrada que puta pobre!» y me da pena concluir en que todo esto se debe a la ausencia de un proyecto país.



Para que vanos a hablar de la seriedad de las convicciones más íntimas de muchos de los cortesanos, que se declaran cristianos y que nada les importa menos que la opinión del Papa.



Quizá, dentro de poco podrán proponer a la autoridad complaciente, el cambio oficial de aquel refrán popular que sintetizaba tan bien el concepto de honestidad -eso que, ahora, llaman trasparencia, pues de la anterior se olvidaron- y quede como el título o mejor aún: «al pan, bread y al vino, wine».





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