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Parlamento a control remoto


Ya nada es demasiado asombroso en nuestros señores políticos, pero me produce cierta perplejidad ver a parlamentarios de distintos colores políticos defender con toda cara dura la legitimidad de un procedimiento evidentemente tramposo, escudándose en un infantilismo descarado: «hace tiempo que lo hacemos así», saltándose graciosamente un requisito elemental del ejercicio democrático: el voto es individual y personal, y pasando por encima del propio reglamento de la Cámara, intentan convencernos de que es enteramente normal y deseable:



– que los legisladores se ausenten cuando les viene en gana de las discusiones lateras que ellos mismos generan;



– que dejen activado su voto electrónico durante horas lo que, además, implica que les importa un pepino las argumentaciones sobre temas de estado;



– que «un amigo» (¿qué significa eso en política?) apriete el botoncito por los que están haciendo pipí, los que se fueron porque estaban lateados, los que se instalaron en la quinta fila debiendo estar en la primera y demasiado agotados como para volver a su puesto, los que están en una cita matinal importantísima para el país que los aleja de la sala, la que se le rompió una media o el que tiene gases;



– que «una seña» sería un mecanismo serio y legítimo para transferir al que está más cerca del botoncito la responsabilidad y representatividad de una votación para la que el parlamentario ha sido mandatado por sus electores;



– que una vez descubiertos, los parlamentarios defiendan esta práctica con un espíritu de cuerpo que sería muy útil en la postergada aprobación de leyes que favorecerían a los más pobres, a la ampliación de la democracia y a la trasparencia de las instituciones públicas.



No creo que al senador Jorge Alessandri le pareciera tan normal
ausentarse de la sala y andar correteando por los pasillos mientras se discutía la derogación de la llamada Ley de Defensa de la Democracia, por la que se había proscrito de los registros electorales a cientos de chilenos.



No puedo imaginar a Radomiro Tomic encargándole a un compadre que vote por él la Reforma Constitucional que nacionalizó la gran minería del cobre.



Francamente, no me imagino al senador Salvador Allende saliendo al baño cuando se intenta aprobar la Ley de Reforma Agraria. Ni me parece que el presidente Salvador Allende hubiera sido tan indulgente como su hija con los parlamentarios que, por la razón que fuera, no estuvieran presentes, atentos y vigilantes cuando se discute una acusación constitucional contra uno de sus ministros.



* Periodista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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