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Indígenas: el premio de consuelo

Si los senadores no quieren colocar en la Constitución de 1980 la acepción «pueblos indígenas» están en su derecho. Sería lamentable, pero que lo digan y que lo voten. Con todo, no parece lógico que en esta materia tan delicada se navegue entre ambas aguas y se otorguen premios de consuelo.


La Comisión de Constitución, Legislación, Justicia y Reglamento del Senado ha aprobado una modificación del artículo primero de la Constitución. Por 3 votos contra 2 se ha negado a introducir en el texto constitucional la acepción «pueblos indígenas», como lo proponía el Mensaje del Ejecutivo.



Ha prosperado, en cambio, una singular redacción que dice: «La Nación chilena es una e indivisible. El Estado reconoce la existencia de etnias indígenas originariasÂ… Ellas constituyen parte esencial de la raíces de la Nación chilena. Es deber del Estado respetar su identidad y promover su cultura y tradiciones».



Si la Nación es postulada como indivisible ello significa que el Contrato Social que está en su origen es indisoluble. Algo no anda bien en este mito de Rousseau que «nos obliga a ser libres» y de ello no tienen la culpa nuestros indígenas.



El Estado de Chile reconoce la existencia de etnias indígenas. Ahora bien, si una etnia existe o no existe éste es un hecho social, un dato antropológico e histórico. Es casi ridículo reconocer cosas obvias. Los indígenas han estado aquí bastante antes que Chile tuviera siquiera nombre. Sin embargo, en los albores del Tercer Milenio los legisladores de la República vendrían recién a reconocerlos como etnias indígenas originarias existentes.



¿Y por qué agregar a eso de etnias indígenas, el adjetivo «originarias». Basta abrir cualquier diccionario para saber que indígena es «originario del país de que se trata». O sobra «indígena» o sobra «originario».



Ahora bien, estas etnias constituyen según el informe despachado: «parte esencial de las raíces de la Nación chilena».



Esencial: desde que el Padre Osvaldo Lira dio a ciertos sectores de la chilena inteligencia algunas clases de metafísica los encandilados discípulos comenzaron a hablar de «esencias», «substancias», «naturaleza» y otras «ipseidades». El Texto Magno de 1980, habla a lo menos 11 veces de «esencial». Se agrega ahora la perla redaccional de ser los indígenas: «parte esencial de las raíces de la Nación».



Es claro que si algo forma parte de la raíz, ello es de por sí esencial y si hay partes esenciales: ¿cuáles son las accidentales partes de la Nación chilena?.



Por lo demás, indígenas y sus etnias no sólo están en la raíz de la Nación. Están en el tronco, en las ramas, hojas, flores y frutos.



Como cúspide de este edificio normativo se crea un deber nuevo del Estado: «respetar su identidad».



Pero, si los indígenas son un pueblo ¿de qué modo se respeta su identidad negándose a aceptar lo que son? Impresionante manera de cumplir el estatal deber que empieza a dejarse sin efecto en el mismo acto en que se proclama.



Se termina con un agregado: «promover su cultura y tradiciones». Siempre se ha entendido que la tradición es parte de la cultura y es por eso que se nos enseñó antaño que cultura popular es: «el conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo».



De todo esto se deduce que es imprescindible que la Sala del Senado ponga cordura a esta indicación de una de sus Comisiones encargadas como dice su Reglamento de «ilustrar» a la Sala.



Si los senadores no quieren colocar en la Constitución de 1980 la acepción «pueblos indígenas» están en su derecho. Sería lamentable, pero que lo digan y que lo voten. Con todo, no parece lógico que en esta materia tan delicada se navegue entre ambas aguas y se otorguen premios de consuelo.



En efecto, los pueblos indígenas no necesitan en Chile ni premios, ni consuelos. Necesitan justicia.





* Profesor Titular de Derecho Público. Pontificia Universidad Católica de Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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