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El derecho de vejiga

Desafortunadamente, a nuestros urbanistas parece habérseles olvidado la historia y han remodelado espacios de paseo ciudadano en las ciudades, sin considerar esta necesidad fisiológica natural de grandes conglomerados humanos.


Entre las necesidades humanas básicas está el excretar y el higienizar el cuerpo a través del baño. El derecho de vejiga sería la atención a un ciclo metabólico esencial, cual es vaciar orines y excrementos y de lavar el cuerpo y vestimenta para mantener una higiene que evite enfermedades. La disponibilidad de baño para las personas y las familias es una de las necesidades básicas principales y tiene que ver con la dignidad y calidad de vida, por lo cual el Estado debe asegurar que esta necesidad social sea atendida. Es una responsabilidad de piso en un escalamiento hacia el desarrollo y un elemento insoslayable en su rol de protección de la vida y la salud pública. Si un lugar no dispone de agua y alcantarillado es imposible vivir y que se asiente allí una población.



Situación que conforma uno de los elementos de las economías urbanas y agrarias, a través de redes de alcantarillado, agua potable y riego. Sin embargo, es en las ciudades, donde los baños o vespasianas son un ámbito de servicio público de creciente demanda, al cual deben poder acceder personas que conforman una población flotante y esto se traduce en transeúntes urgidos por encontrar un baño y también personas que simplemente no tienen casa y que viven en las calles, para quienes esto se convierte en carencia permanente y de alguna forma estos servicios debieran existir para ellos provistos sin cargo por municipios encargados de la salud primaria de la comuna.



Los baños son un servicio público que viene desde el Imperio Romano y forman parte del diseño de las ciudades modernas. En Corinto la visita al sitio arqueológico comienza con las ruinas del Foro Romano, que se extienden bajo la terraza del templo arcaico de Apolo. Desde el norte, el amplio y pavimentado Camino de Légeo conduce por una leve cuesta hacia el mercado o foro. Lo primero que se encuentra el visitante son los Baños de Eurycles, después están los lavatorios públicos, llamados Vespasianas y a continuación, al sur, una hilera de tiendas romanas. Desafortunadamente, a nuestros urbanistas parece habérseles olvidado la historia y han remodelado espacios de paseo ciudadano en las ciudades, sin considerar esta necesidad fisiológica natural de grandes conglomerados humanos.



Los municipios que antes mantenían baños públicos ahora operan normalmente a través de concesionarios, cuya selección no está clara y forma parte de las cajas negras de la gestión municipal. Muchas veces con escasa calidad de servicio y, al parecer, sin controles tributarios efectivos respecto de la recaudación. Del viejo letrero «Su propina es mi sueldo» pasaron a fichas y tornos automáticos, en donde el servicio es muy deficiente y el olor a cloro revienta en las narices. Si tributan o lo hacen por presunción de renta es algo que no queda claro, porque la tarifa que cobran se ubica en valores que no exigen entrega de boleta. Sin embargo, en sitios como los rodoviarios, los usuarios pueden ser miles al día.



De acuerdo al censo 2002, el grueso de las personas tiene baños en sus casas. Pero aún quedan resabios de situaciones mucho más precarias. Los conventillos y los cités se caracterizaban a principios del siglo pasado por tener baños compartidos y es una realidad que no ha desaparecido y mucha gente necesita poder contar con algún lugar en donde ir a bañarse. Antiguamente, la gente más pobre iba a la Unidad de Salud de su barrio y allí existían baños públicos, en donde se podía ir controlando desde la salud pública la pediculosis. También se vive una situación similar en los campamentos y tomas, pero la tendencia es la promoción social hacia viviendas dotadas de estos servicios básicos.



Para la clase media que puede disponer de una casa con servicios adecuados, esto podría parecer una realidad lejana. Sin embargo, cuando se es transeúnte de una ciudad viene la inquietud de dónde atender la necesidad de su cuerpo con seguridad de higiene. Si anda cerca de un centro comercial, la solución para una urgencia puede estar en los malls, que tienen baños limpios y gratuitos. No así las grandes tiendas de departamentos que no tienen diseñado este tipo de servicios para el público.



La situación de la gente más humilde es más complicada. Porque un pobre puede ser discriminado e impedido su acceso a estos lugares de administración privada. En ciudades como Valparaíso las personas no tienen un servicio apropiado y muchas veces la necesidad les obliga a pasar a una fuente de soda consumiendo al menos una gaseosa, para tener derecho a pasar al baño. En general la higiene y mantención de los baños en los negocios es mala y esta opción no asegura por lo tanto, una higiene debida.



Para personas de edad madura que sufren de próstata, el problema se agudiza y les cuesta pasear por la ciudad que carece baños públicos. Un síntoma de decadencia es la proliferación en las ciudades de los famosos callejones de los meados, normalmente cercanos a ferias y mercados, en donde la pestilencia e insalubridad generan focos de peligro para la salud de la población. Pero si un pobre no puede disponer de cien o doscientos pesos para tener derecho a entrar a un baño público cada vez que siente la necesidad, debería asegurársele el derecho gratuito a evacuar para que no tenga que hacerlo en la vía pública ni deba aguantar en desmedro de su salud.



Cuando personas vagabundas, indigentes, desvalidos, alcohólicos o drogadictos sin retorno, caminan por las ciudades en desmedradas condiciones de salud, sin un hogar o un mínimo refugio, ¿qué servicio público puede entregarles el derecho humano mínimo a orinar o defecar y a un espacio de aseo, un baño de sanitización que les ayude a seguir viviendo?



Son problemas de salud pública que exigen atención. Y dejan espacios para proyectos de baños públicos que cumplan con las máximas exigencias de higiene y salubridad, con un espacio obligado para las personas de escasos recursos o gente de tercera edad que deba ocuparlos. Si una solución de este tipo se ubica en áreas densamente pobladas, será de seguro un negocio rentable, pero en su rol social siempre deberá asegurar que nadie deba reventarse la vejiga o evacuar en la vereda por no tener cómo pagar la tarifa. Por eso, pensar en soluciones municipales directas es algo válido, sobre todo por la responsabilidad en salud primaria que les toca hoy a los municipios, aunque, repito, pueda ser una buena fuente de ingresos para la ciudad.



En algo tan sencillo y humano como este derecho de vejiga, se puede testear la vocación real de la autoridad para generar soluciones a escala humana, evitando que proliferen los callejones pestilentes que sólo reflejan la brecha social que se agudiza en nuestra realidad. No son sin duda de esas obras que sirven para robar cámara y cortar cintas, pero nos agradaría ver alcaldes y concejales ocupándose de darle a nuestras ciudades las vespasianas del siglo XXI, siempre al fondo y la derecha.



(*) Consultor internacional, escritor y columnista



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