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Que no espere el sur


Néstor Kirchner, el electo presidente de Argentina, lanzó a fines de la semana pasada la frase «terminará un siglo de olvido», para marcar el compromiso que como mandatario lo ligará a su tierra austral.



Imagino que para los habitantes de nuestro extremo sur, el más extenso, que va de Chaitén a Tierra del Fuego, escuchar eso debe ser tremendo. Olvidados desde siempre por el poder central, los habitantes de la Patagonia chilena, además, han tenido que enfrentar las difíciles condiciones que crea una Patagonia argentina subsidiada en buena medida por Buenos Aires.



Si Kirchner cumple su palabra, será peor para nosotros (el destino de esos conciudadanos es, también, nuestro).



¿Por qué tanta alarma? Porque, en buena medida, el abandono de nuestras tierras australes se agrava por las mejoradas condiciones al otro lado de la frontera. No sé cómo será ahora, pero hace un par de años el combustible Ä„y hasta el tabaco! eran comprados a precios rebajados -precios especiales para esa zona- en Argentina. Eso no sólo provocaba un éxodo de nacionales al país vecino, sino que implicaba tener que competir en condiciones desventajosas con los transandinos.



Al otro lado, claro, el libre comercio y la idolatría del mercado no son esgrimidos como verdades absolutas y finales en esa zona extrema, y por eso se otorgan condiciones especiales a quienes deseen construir un intento de porvenir en esos pagos. Se replicará que aquí, igual: que se han aprobado leyes que facilitan las inversiones en zonas extremas, que a pesar de todos los papeleos que eso significa el ofertón es atractivo, pero convengamos que ni siquiera se acerca a lo que ocurre en el país vecino.



Si la Concertación tiene clavada en el costado la daga de no haber logrado mayor justicia en la redistribución de los ingresos -un asunto urgente, si más encima se trata de un país pobre como éste-, también debería pesarle la mochila de no haber hecho más por descentralizar este país, por no haber creado las condiciones para sean ciudadanos con iguales derechos también los habitantes de las provincias. Bastaría, para argumentar la afirmación anterior, comparar las inversiones públicas entre Santiago y el resto del país, partiendo por señalar la disparidad existente, que hace más necesarias las inversiones en las regiones.



Como un pulpo hambriento, que atrae con sus tentáculos a los seres vivos para matarlos, la Región Metropolitana succiona energía humana y recursos. Los que están fuera de este coto de «primera clase» que es la capital y sus alrededores deben conformarse, por ejemplo, con las micros desechadas de Santiago, con remedos de universidades instaladas en provincia bajo el principio de la alta rentabilidad en plazos breves y, por cierto y no poco horror, con una buena galería de políticos santiaguinos que, designados por sus partidos, se hacen con los puestos de las regiones en el Parlamento (con los curas pasa algo similar, pero esa es esperanza perdida).



La Patagonia argentina está contenta con Kirchner de Presidente en el vecino país. Si es que cumple sus promesas seguirá feliz. Es de esperar que los connacionales del sur de Chile no deban esperar que sea uno de sus vecinos el elegido para instalarse en La Moneda para sentir, también, algo de dicha y esperanza.



* Jefe de Prensa de Radio Bío Bío de Santiago.



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