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Mejor cerrar La Nación

El diario La Nación tiene fecha de vencimiento. Y es bueno que así sea, si no fue capaz de sostener un proyecto que había logrado -en parte- sacudirlo del estigma de «malo» y «oficialista».


Alguna vez soñamos que era posible un Chile con libertad de expresión. Lo sentíamos fuerte cuando comprábamos los primeros Fortín al quiosquero que aún no se atrevía a colgarlo en vitrina. Lo sentíamos cuando leíamos la Análisis sin fotos (censuradas) en la universidad. O cuando la Cooperativa no podía emitir noticias por órdenes de la dictadura.

La Concertación, la versión original, fue depositaria de ese clave sentimiento de que la prensa libre era uno de los pilares de un país libre.



Rara vez en democracia pude sentir ese cosquilleo de tener en las manos el Fortín, la Análisis o escuchar la Cooperativa en las largas noches de protesta. Sí reconozco que lo sentí con el primer The Clinic, con la aparición de este medio electrónico, o cuando el equipo de La Nación Domingo comenzó a dar golpes a diestra y siniestra, con una soltura que le significó que, cada cierto tiempo, algunos de sus textos investigativos se quedaran en las garras de la censura, allí en un espacio oscuro que se abría entre el director periodístico y el Directorio.



Decenas de veces el equipo de La Nación Domingo recibió la recomendación de evitar «buscar mierda» de este lado (supongo que se referirían a la Concertación y el gobierno) para concentrarse en la «mierda» de los del frente (división cada vez más difusa). Decenas fueron también las veces en que, como «monos porfiados», volvían a la carga con un tema que terminaba archivado en algún cajoncillo de la sala del Directorio. Pero lo de Indap fue más allá, y si bien no fue a parar al cajoncillo aquel de los recuerdos, terminó por «sincerar» las posiciones al interior del diario estatal.



Todos los periodistas y columnistas de La Nación Domingo renunciaron porque, sencillamente, no se les dio ninguna garantía de que podrían seguir adelante con su proyecto, sin presiones y con independencia de los dolores de turno de las autoridades de gobierno y su eterno círculo de amistades y sostenedores políticos. La lista de intocables seguiría ahí, diciéndole a los periodistas hasta dónde llegar.



Un párrafo especial merece esta especie rara de «periodistas-políticos», que con cierta facilidad se visten con el traje de la defensa de la libertad de expresión y en contra de la «concentración de los medios», al de censores sumisos de la autoridad política que los recompensa con una «cómoda» calidad de vida.



¿En qué momento la Concertación y sus «periodistas» desecharon el sueño de un Chile con plena libertad de expresión? ¿O no han sido todos, sino sólo los más asiduos al poder?



El diario La Nación tiene fecha de vencimiento. Y es bueno que así sea, si no fue capaz de sostener un proyecto que había logrado -en parte- sacudirlo del estigma de «malo» y «oficialista».



Si en algún momento adherí a la tesis de que es mejor tener algo malito que no tener nada; tras los sucesos con el equipo de La Nación Domingo queda claro que es mejor la sinceridad de no contar con nada, si lo que existe no se resiste en pie.



Desde ese punto podríamos volver a construir con mayor independencia y calidad.



Cuando hoy el ministro de Hacienda hace esfuerzos por cuadrar las cuentas para el gasto social de los próximos tres años, vale la pena preguntarse ¿cuánto pierde el diario La Nación? ¿Cuánto deja de ganar la empresa, y por tanto de retribuirle al Estado, con la edición del diario? ¿Cuánto ganan estos «periodistas-políticos» atrincherados en el único medio que les podría dar trabajo?



Hace unos cinco años esa pérdida era del orden de los 900 millones pesos, más de un millón de dólares, y si la decisión de gobierno fue darle continuidad -pese a todas las voces que proclamaban su cierre- para equilibrar en algo el predominio informativo de la prensa de derecha, hoy el mejor paso sería crear un fondo con esos 900 millones que financie proyectos de diarios, revistas, páginas web, radios locales, donde tenga cabida la plena libertad de expresión.



Es mejor plantar cientos de semillas (es cierto, crecerán sólo unas pocas) que seguir regando un árbol totalmente podrido.





(*) Periodista.





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