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Diálogo


Meditando sobre lo que significó para nuestro país el padecer una dictadura que hizo de la violación de los derechos humanos -del terror- una práctica institucional, reparé en una cita del escritor francés, Albert Camus, que está incorporada a su texto «Ni víctimas ni verdugos», y que fue publicada en noviembre de 1948 en la revista Combat, nacida durante la resistencia a la ocupación nazi.



Guardando las proporciones, Europa tuvo sus campos de exterminio y las SS, mientras aquí hubo sitios y organizaciones que, en su medida, parodiaron aquellas barbaridades.
La cita dice así:



«Algo en nosotros se ha destruido por el espectáculo de los años que acabamos de vivir. Y ese algo es esa eterna confianza del hombre por la que siempre creía que podían obtenerse de otro hombre reacciones humanas hablándole con el lenguaje de la humanidad. Nosotros vimos mentir, envilecer, matar, deportar, torturar y nunca fue posible persuadir a los que lo hacían de no hacerlo, porque estaban seguros de sí mismos y porque no se persuade a una abstracción, es decir al representante de una ideología»



«El largo diálogo de los hombres acaba de terminar. Y, por supuesto, un hombre a quien no se puede persuadir es un hombre que da miedo»



Cuando, en estos días, hemos vuelto a escuchar de quienes ahora sí aceptan que en Chile se cometieron violaciones a los derechos humanos que éstas deben explicarse en un «contexto» y que, en el fondo, los verdaderos responsables de las brutalidades son las izquierdas que crearon un clima político agresivo y pronto a la agresión, es inevitable volver a sentir miedo. Porque lo que allí se nos está diciendo es que lo ocurrido tiene una justificación, y que los autores de los crímenes son, finalmente, «víctimas» de una violencia que no eligieron y que, incluso, les fue impuesta por sus adversarios. Cuando se justifica algo se acepta que, en determinadas ocasiones, vuelva a repetirse.



No es que la izquierda chilena sea inocente. Pero despojar de su carácter de víctimas a los desaparecidos es, en último término, quitarle esa dimensión de dignidad que tiene todo hombre triturado por el aparato del Estado por el sólo hecho de pensar diferente y disentir.



Quienes justifican y justificaron el golpe de 1973 no pueden aceptar como inevitable el horror (incluso ejercitado después de tantos años, hasta las postrimerías de la dictadura) que le siguió. Los que se opusieron con razón a la Unidad Popular, porque vieron en ese proyecto una intención de coartar las libertades e imponer un modelo autoritario, desacreditaron y prostituyeron esas críticas al tolerar y justificar la conculcación de las libertades y la tiranía de Pinochet. Vuelvo a destacar las excepciones -que es un homenaje-, como fueron, por ejemplo, los ex integrantes del Partido Nacional Julio Subercaseaux y Hugo Zepeda.



Que se entienda: es justo debatir la propuesta de la UDI sobre este tema sin suponer intenciones aviesas. No hacerlo sería negar el derecho de ese partido a construir el destino de la sociedad que queremos y, lo más grave, negar la posibilidad de diálogo desde donde, precisamente, se debe realizar esa construcción. Es justo, también, exigirle a esa colectividad que no esconda su historia -la de sus más conspicuos militantes- y sus responsabilidades. Pero pretender excluirlos del tema de los derechos humanos es cancelar el anhelo de contar con fuerzas de derecha comprometidas, verdaderamente y siempre, con la democracia (y con los valores que ella encarna).



A cada uno su parte. Aceptar a la UDI a dialogar un asunto, como el de las violaciones a los derechos humanos, que es -o debiera ser- la piedra fundacional de esta democracia. Pero que la UDI tampoco apele a esos argumentos y justificaciones que sólo terminan despertando el miedo que se siente frente a hombres inconmovibles en su posición de justificar el horror.



* Jefe de Prensa de Radio Bío Bío de Santiago.



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