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Kissinger: una mirada latinoamericana con motivo de sus 80 años

A muchos intelectuales latinoamericanos les ha molestado la arrogancia con que Kissinger se mueve en el plano de las ideas. Más de uno le escuchó estupefacto: «nunca ha venido una idea importante desde el sur; lo que pase en América Latina es irrelevante».


Extraordinariamente complejo es diferenciar al político del académico, pero no cabe duda que en los dos ámbitos, Henry Kissinger no resulta indiferente para nadie. Al cumplir 80 años de edad (el 27 de mayo pasado), parece pertinente reflexionar sobre su influencia y legado para las relaciones internacionales, tratando de explorar más allá de las zonas marcadas por el maniqueísmo que rodea -siempre- a aquellos que influyen más allá de lo que se espera, se desea o se estima necesario.



En las relaciones internacionales, entendida como disciplina autónoma, la contribución de los escritos y reflexiones de Kissinger son invaluables. Para la corriente teórica denominada Realismo, su concepción del Poder y del Estado son esenciales. Para quienes adscriben a otras escuelas de pensamiento, su obra es tomada como referente crítico prioritario.



En efecto, la tesis de pregrado de Kissinger «El Sentido de la historia. Reflejos de Spengler, Toynbee y Kant» (1951), así como su tesis de doctorado «El Mundo restaurado; Metternich, Castlereagh y los problemas de la paz» (1957) -ambos obtenidos en la Universidad de Harvard con distinción suma cum laudem– constituyen requisitos básicos para adentrarse con efectivo rigor científico en la historia de las relaciones internacionales. El primero como análisis de los principios filosóficos presentes en el debate; el segundo como cuerpo comprensivo del sistema mundial en el siglo 19. Sus dos obras más recientes «Diplomacia» y «¿Necesita EEUU una política exterior?» son, a su vez, fundamentales para entender las relaciones internacionales contemporáneas.



Las críticas a su controvertido ejercicio de funciones como Asesor de Seguridad Nacional y como Secretario de Estado durante los gobiernos de Nixon y Ford suelen dejar de lado -o bien impiden superar los niveles de la superficialidad- que fue una prolífica labor como profesor universitario e investigador lo que catapultó a Kissinger al primer plano de la diplomacia norteamericana. En este sentido cabe recordar que fueron dos elaboradas críticas a la política exterior de Eisenhower, «Los límites de la diplomacia» (publicado en The New Republic en 1955) y «Fuerza y diplomacia en la era nuclear» (publicado en Foreign Affairs al año siguiente), los que lo situaron a la vanguardia del pensamiento en esta disciplina.



En ambos, Kissinger reclama la necesidad de que EEUU tome conciencia de que es una potencia global y que el enfrentamiento nuclear es inviable debido a la destrucción mutua asegurada, por lo que recomienda una política que combine enfrentamiento-apaciguamiento y negociación permanente con Moscú. A la otra superpotencia, escribía, se le debe abordar con una elaborada política de contención que se refleje en todos los ámbitos internacionales. Privilegiar el enfrentamiento conduce al desastre. Por ello, fue el primero en criticar a John Foster Dulles por no haber estrechado la mano del premier chino Chou En Lai en 1956 en Ginebra, por ser marxista.



Kissinger fue el primer policy-maker norteamericano que abordó los problemas internacionales desde una óptica global y que introdujo la lógica de vincular todos los temas posibles a los intereses específicos de la URSS y EEUU. También fue el primero en tomar medidas conducentes al reconocimiento de China continental como una superpotencia.



Otro aspecto que suele dejarse en el olvido fue su cercanía con John Kennedy, así como el permanente diálogo que tuvo tras abandonar el gobierno con personeros del Partido Demócrata interesados en los temas internacionales.



A muchos intelectuales latinoamericanos les ha molestado la arrogancia con que Kissinger se mueve en el plano de las ideas. Más de uno le escuchó estupefacto: «nunca ha venido una idea importante desde el sur; lo que pase en América Latina es irrelevante».



Esa soberbia intelectual ha opacado el interés con que Kissinger aborda algunos temas latinoamericanos, como el libre comercio, y otros más pedestres como el fútbol. Por eso fue uno de los principales promotores y lobbystas del TLC con México. Y dada su fuerte afición desde niño por el fútbol, ha seguido con especial atención la trayectoria deportiva de los mejores exponentes del balompié latinoamericano, a la vez que gestionó la llegada de Pelé al fútbol estadounidense con la finalidad de popularizar ese deporte en EEUU. También apoyó con fuerza ante la FIFA la realización de los campeonatos de fútbol en Argentina, México y EEUU.



En los últimos años, su empresa de lobby internacional Kissinger Associates ha trabajado con intensidad en esta parte del mundo, estrechando vínculos con empresarios argentinos, brasileños, colombianos y mexicanos a través de su subsidiaria Zemi Communications.



Entre sus críticos no sólo están los defensores de derechos humanos en el Tercer Mundo, sino que la mayoría de los antiguos disidentes soviéticos. Ello no debiera extrañar, pues Kissinger percibe las relaciones internacionales como un permanente juego de Poder entre Estados, preocupado sólo por el destino e interés de su país de adopción. Y es que, pese a provenir de una muy observante familia judía-alemana, que huyó del régimen nacional-socialista, Kissinger dejó de lado esas costumbres y asumió por completo su pertenencia cultural a los EE.UU., en especial a sus círculos conservadores.



Al cumplir 80 años de edad, Kissinger apoya a la administración Bush, aunque se muestra escéptico de la posibilidad de exportar la democracia a Irak y de dar otros golpes preventivos. La gran alerta estadounidense, a su juicio, debiera estar situada hoy en el combate al terrorismo transnacional en todas sus facetas.





* investigador del Instituto de Estudios Avanzados, Universidad de Santiago.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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