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El problema universitario

Hemos avanzado mucho en educación bajo nuestra democracia. Sin embargo, es claro que un largo trecho nos queda por recorrer.


Los estudiantes universitarios son los grandes privilegiados de la sociedad chilena. Molesto de leer, pero cierto. En efecto, cuando se nace con una buena capacidad instalada en cuerpo y mente, genéticamente hablando, las cosas salen más fácil. Mejor aún si, además, se llega al mundo en una familia educada que lo cuidó, protegió y educó. Pero anotemos, inmediatamente, que nacer inteligente, sano y en buena familia no tiene mérito alguno. Es sólo fruto del azar y decisión de la diosa Fortuna. ¿O los jóvenes universitarios de hoy hicieron algún especial esfuerzo por nacer en Chile y no en Afganistán, inteligentes y no infradotados?



Se me podrá retrucar que, como diría don Enrique Molina, «sin verdad y sin esfuerzo no hay progreso». Así, los jóvenes universitarios de hoy han alcanzado este estadio producto de una perseverante voluntad de estudio. Es cierto. Sin embargo, vuelvo al punto inicial. Todos sabemos que de cada cien mejores puntajes en la PAA, 95 provienen de colegios privados que representan el 8% del total de la matrícula. Y el 65% de los jóvenes de los hogares del quintil más rico de los chilenos llega a la educación superior, contra un 9% del quintil más pobre. Por mucho que se esfuerce un joven que ha nacido sin la suerte de los privilegiados, es muy difícil que llegue a la universidad.



Insisto: en general los jóvenes universitarios de hoy son unos privilegiados por concepto de dotación inicial genética, hogar que los educó y colegio que los instruyó.



Una segunda verdad, es que los necesitamos a más no poder. Sabemos que la riqueza de las naciones no depende principalmente de los recursos naturales, ni del capital, sino esencialmente del conocimiento. Sabemos que la educación es central para la felicidad de las personas, familias y comunidades. Es vital para la productividad, la competitividad y el crecimiento económico. No es casualidad que en 1989 Japón tenía 3.548 científicos e ingenieros por cada millón de habitantes, Estados Unidos 2.685; Europa 1.632, América Latina sólo 209 y África apenas 53.



Un estudio del BID de 1998 analizó quince países de nuestra región. Ahí se descubrió que en ellos los jefes de hogar del 10% más rico de la población tienen 11,3 años de educación, casi siete años más que los jefes de hogar del 30% más pobre. Es claro que una persona bien educada tendrá muchas más posibilidades económicas de salir adelante.



Igual cosa ocurre con los países. Aunque parezca increíble, Corea del Sur en la década de los sesenta tenía un ingreso per cápita igual de Ghana (230 dólares) y la esperanza de vida no superaba los 58 años. La deserción de sus niños en primaria era del 67%. Sin embargo, de ahí en adelante los coreanos del sur optaron por invertir mucho, gastar poco, exportar más subsidiando y protegiendo sus productos y educándose. Es así como Corea del Sur llegó a invertir en educación y desarrollo científico-tecnológico el 10% del PIB. Ya en 1980 se licenciaron en las instituciones coreanas tantos ingenieros como en el Reino Unido, la República Federal de Alemania y Suecia juntos. Hoy día ese país es el número 27 en el Índice de Desarrollo Humano que elabora el PNUD. La esperanza de vida es de 74,7 años. La tasa de escolarización es del 90% y el analfabetismo es del 2,4%.



De ahí que los chilenos necesitamos a los mejores, a los favorecidos por la lotería de la genética y de la sociedad, trabajando por los demás. Es decir, los necesitamos devolviendo a la vida y a la sociedad lo que ellas les regaló. Eso se llama en el evangelio cristiano «la parábola de los talentos»: «Tanto te di, tanto debes devolverme».



Creo que desde esta doble óptica debe analizarse el problema universitario, que lamentablemente está reducido al del financiamiento. Los dirigentes estudiantiles dicen que faltan 10 mil millones de pesos en créditos. Los rectores calculan el déficit en siete mil. ¿De dónde saldrán estos recursos? Creo que la respuesta justa es que deberán salir de los más privilegiados de la sociedad chilena.



En Chile, los antiguos alumnos universitarios le deben al Estado 270 mil millones de pesos por concepto de crédito fiscal. ¿Cuántos de ellos realmente no pueden devolver con sus actuales ingresos ese acto de confianza -fueron objeto de crédito- por parte de todos los chilenos?



Si Costa Rica invierte el 5,4% de su PIB en educación y Chile sólo el 3,6%, ¿no podrá el Estado chileno hacer un esfuerzo mayor en esta dirección? ¿Hasta cuándo postergaremos el hecho que en Chile la carga impositiva de los sectores pudientes y las grandes empresas mineras es de las más bajas del mundo? ¿Hasta cuándo las universidades tradicionales, salvo honrosas excepciones, seguirán postergando urgentes racionalizaciones? ¿Daremos crédito estatal para que se cancelen matrículas en universidades que son compradas por consorcios internacionales que declaradamente buscan el lucro?



Hemos avanzado mucho en educación bajo nuestra democracia. Sin embargo, es claro que un largo trecho nos queda por recorrer.





(*)Director Ejecutivo Centro de Estudios para el Desarrollo, CED.



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