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Impertinencia bovina


Decía el domingo pasado que el debate estaba bastante aburrido. La Asamblea de Cancilleres de la OEA no alteró en nada el ambiente y pasó tan inadvertida como un congreso social tipo Rotary o Los Leones, excepto por el par de boquillazos de rigor que Powel tenía la obligación funcionaria de echarle a la Cuba de Fidel. Que el gobierno de este secretario de Estado esté bajo una severa investigación de prensa y parlamentaria por las «mentirillas» para ocupar Irak, pareció importarle poco o nada a nuestros medios que siguen mandados por el rating y los avisadores, que vendrían a ser algo así como el Hijo y el Espíritu Santo de la teología medial.



Más divertida fue la salida del ministro de Salud, el tercero con olor a ex del actual gobierno, que resolvió dirigirse a las vacas, mudas ellas y por tanto con escasa capacidad de respuesta, para culparlas del desabastecimiento de leche en su Ministerio. Nadie se acordó, por cierto, que una muy privada empresa proveedora había hecho el numerito de entregar decenas de toneladas de leche en mal estado que debió ser botada a la basura. No, porque eso no hace noticia para los chacales del Estado, los que entienden corrupción solo como un acto posible del sector público, olvidando el viejo aforismo español que dice «dos no pecan, si uno no quiere».



Pero en fin, que más da si esa es la comunicación que tenemos en nuestra fotocopia feliz del Edén.



Pero quien debe ser motivo de solidaridad es el Presidente. No puede ser que alguien sea tan desatinado en oportunidades en que no hay que serlo. En los años 40 y 50 se vendía un jabón llamado «Criterium» y parece haber varios que no fueron tocados por ese limpiador.



Está el Presidente en lo mejor de un discurso que recuerda sus mejores épocas de luchador progresista enfrentado a la derecha -siempre tan cochina, ávida, instrumental y desleal-, diciéndole al país que pide un alza temporaria de impuestos para sacar del paso a los más pobres en épocas que el Fisco dejará de percibir -también temporalmente- algunos ingresos que servían a esos efectos.



Cuando a los más maduritos nos bate el corazón viendo al Ricardo Lagos autor de «La Concentración del Poder Económico en Chile» -su famoso libro de recién abogado y que, ahora, no serviría ni para curso introductorio de la desigualdad social- con las espuelas puestas y el ramal en la mano para chicotear a estos fariseos australes que esgrimen a los pobres como argumento y, yendo derecho al grano, los amenaza con enfrentarlos en el terreno electoral, cuando surge este señor que les dice a los periodistas «pregúntenle a las vacas».



Creo que ni «Taxi para Tres» fue tan tragicómica. Yo protesto porque me parece una forma demasiado abrupta de bajarnos del Nirvana de los sueños. Ä„Casi un porrazo! que nos hace ver nuestro subdesarrollo cultural que, ciertamente, se refleja en la política y en sus cuadros directivos.
El motivo de tanto entusiasmo era el discurso oficial para pedir un alza del IVA, lo que parece tener la aceptación en la coalición de gobierno, díscola ante la idea que se repita en sentido regresivo aquel eslogan que tenía el Mapu de antaño que decía: «El pueblo financia las luchas del pueblo». Y que ahora con este IVA alzado podría llamarse «los pobres ayudan a los pobres».



Pero si así debe ser porque no hay otro camino. Y no se trata de manos en la sombra que quieren hacer aún mas ricos a los ricos.



Me pareció interesante una idea que escuché de viejos dirigentes radicales que, a pesar del silencio de prensa en que viven, pueden producir un aporte no menor: «¿Por qué no le guiñamos un ojo a la cultura y le quitamos el impuesto IVA al libro?»



Como la pelea con la derecha quedó trunca con la impertinencia bovina, esta sería una buena forma de continuarla, con aún más contenido. Más libros sin IVA, son un agente silencioso de cambio, de mejoramiento de todos nosotros. Ä„Y cuesta tan poco!





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