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Del perdón que debemos a los chilenos


Por Sergio Micco

El Comandante en Jefe del Ejército, General Juan Emilio Cheyre, ha señalado: «Nunca más una clase política que fue incapaz de controlar la crisis que culminó en septiembre de 1973. Nunca más a los sectores que nos incitaron y avalaron oficialmente nuestro actuar en la crisis que provocaron. Nunca más excesos, crímenes, violencia y terrorismo. Nunca más un sector ausente y espectador pasivo. En fin, nunca más una sociedad chilena dividida»

Recuerdo al filósofo Kart Jaspers. Este en 1949 invitó a sus compatriotas, «como alemán entre alemanes», a analizar su responsabilidad. Así propuso distinguir la responsabilidad metafísica, esa que nos grita que somos todos «guardianes nuestro hermano». En virtud de ella, nada de andar levantando los brazos diciendo «yo no hice nada y no tuve nada que ver en todo esto». Lo cierto es que incluso los hijos de los actores del 11 de septiembre de 1973 responden, en cierto modo, por los errores y horrores de sus padres. Pues, en caso contrario, seríamos una generación de indolentes del pasado, que no recordaríamos nada y, por lo mismo, correríamos el riesgo que la historia se volviera a repetir. Además no hay nación si las nuevas generaciones se benefician de los aciertos de sus antepasados y frente a sus fracasos y crímenes guardan silencio.

En segundo lugar existe la responsabilidad moral. Ella es la que nos exige analizar nuestros pecados de acción y de omisión en todo esto. Ella es tan exigente que nada es suficiente cuando se trata de defender la integridad personal de un compatriota o de un prójimo violentado en sus derechos más esenciales. Jaspers, casado con una judía y que sufrió la persecución nazi, se declara moralmente responsable de haber seguido viviendo y por no haber estado dispuesto al martirio por defender a sus hermanos. En ese sentido, son responsables moralmente todos los chilenos que nada hicieron para evitar la crisis de 1973 y que luego pasivamente vieron cómo se actuaba con absoluta impunidad. Y lo no hicieron nada, o muy poco, muchas veces amparados por muy buenas razones como conservar el trabajo, proteger a su familia o constatar que objetivamente nada podían hacer.

Existe una responsabilidad penal más terrible aún y que apunta a los autores, cómplices y encubridores de las violaciones a los derechos humanos. Aquí encontramos a los que dieron la orden de matar, torturar, exiliar, delatar, despedir o apresar y a los que las ejecutaron. Peor aún por los que pusieron su intelecto en desarrollar sofisticadas políticas, instituciones, leyes y reglamentaciones al servicio de la peor causa de todas: matar al compatriota. Es claro que cada vez más los que actualmente son enjuiciados están reclamando que ellos sólo ejecutaron órdenes que otros dieron. Yo agregaría que los que eran autoridades políticas del autoritarismo ni siquiera han pedido perdón y menos concurrido a una cárcel. Y ellos gobernaban a todos los chilenos, utilizando recursos que eran de todos los chilenos y debían promover el Bien Común de todos los chilenos y no la muerte sistemática de los que declararon «antipatriotas» o «enemigos internos de la seguridad nacional».

Finalmente existe una responsabilidad política. Ella apunta a la más alta de las artes y ciencias humanas: gobernar la sociedad promoviendo el Bien Común. Asumir cargos políticos no es cosa banal. Hay que actuar con «temor y temblor» cuando se llega a las más altas magistraturas de la república, pues las responsabilidades que se asumen son tan agotadoras como enormes. Por eso, los que eran gobierno y oposición el 11 de septiembre de 1973 deben asumir sus responsabilidades. Los que eran gobierno en 1973 sufrieron lo indecible por sus acciones y omisiones, tan erradas como suicidas. Y los que eran oposición es tiempo ya que pidan con vergüenza perdón.

No quiero entrar en la responsabilidad política de la Derecha. Pero sí decir que los demócratas cristianos, que éramos el principal partido en 1973, debemos asumir nuestras responsabilidades más claramente y pedir perdón. Perdón por haber recibido financiamiento indirecto de la CIA y habernos prestado para una «Guerra Fría» que no era la nuestra. Debemos pedir perdón por habernos sumado a un Paro de Octubre de 1972 que fue el preludio del desplome final. Debemos pedir perdón por el Acuerdo de la Cámara de Diputados de agosto de 1973 que era previsible que sería utilizado como documento avalador de la «ilegalidad de los actos del gobierno» y de la necesidad de su derrocamiento. Debemos pedir perdón por habernos declarado «independientes y críticos» ante una Junta Militar que había puesto fin a la república y a la democracia.

Pedir perdón, sí pues es un gesto justo, valeroso e imprescindible para que los chilenos podamos seguir caminado juntos como compatriotas. Gesto esencialmente humano pero que apunta hacia el cielo de lo divino. ¿Qué más decir? Que treinta años se cumplirán el 11 de septiembre del 2003 y que es tiempo ya que ese mes de la Patria sea el mes del recuerdo, del perdón avergonzado y del «nunca más» de una nación que no se cansa de proclamar su formidable voluntad de ser.

(*)Sergio Micco es Director Ejecutivo Centro de Estudios para el Desarrollo, CED.

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