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Treinta años atrás


Lentamente la verdad se ha ido imponiendo, pues ella es hija de la historia. No falta mucho para que se cumplan treinta años del quiebre democrático del 11 de septiembre de 1973. Una de las tradiciones republicanas más sólidas de Occidente se vino abajo. Y su primera víctima fueron los derechos humanos.



El Informe Rettig señala que en un primer momento no se produjo en Chile «ninguna reacción crítica de carácter público, excepto de parte de las iglesias, especialmente de la Iglesia Católica». Muchos pretextaron no saber lo que estaba ocurriendo. Pero cuando ya se hacía cada vez más evidente para los más informados que estábamos frente a una violación sistemática de la libertad e integridad de millones de chilenos, «vastos sectores de opinión permitieron, toleraron e incluso avalaron las violaciones a los derechos de personas…». Por ello, el Informe Rettig señalaba: «Creemos que lo sucedido debe llevar a cada uno de los chilenos a reflexionar sobre la grave omisión incurrida».



Por eso es importante lo que ha estado ocurriendo estos últimos días. El Presidente de la UDI acaba de enviar una carta a siete familias de detenidos desaparecidos de Iquique en que les reconocía la valentía que tuvieron para dar el paso de acercarse a ella. Luego, les contaba cómo les había cambiado la vida tanto a ellos como a su partido y cómo habían asumido con mucha dignidad el legado de sus familiares. Les decía que debían sentirse plenamente orgullosos de eso y que ellos desde el cielo, les estaban dando aliento y fuerza por el gran paso que han dado. No juzgo intenciones, sólo constato el giro. Antes eran antipatriotas y subhumanos. Hoy día los reconocemos habitando el lugar que está destinado, según la tradición cristiana, especialmente a santos y mártires.



Más extensamente, la ciudadanía ya «nunca más» podrá declarar que no sabía lo que ocurría o lo que ocurrió. Cuesta imaginar un Chile en que la noción de los derechos humanos sea nuevamente sepultada en Pisagua. Sólo un dato. En horario estelar «Informe Especial» del Canal Nacional y «Contacto» del Canal 13 dieron a conocer la Operación Albania y Los últimos zarpazos de la CNI. El rating anotó 17 puntos para el primero y 21,3 para el segundo. No deja de sorprender la altísima audiencia, aunque es cierto que Andrea Molina en Mega anotó 31 puntos con su programa de variedades: «Mujer rompe el silencio». Me dicen que cada punto de rating en los dos principales canales de Chile y en esos horarios equivale entre ochenta y cien mil chilenos. Se trata entonces de más de tres y medio millones de chilenos que fueron virtuales testigos presenciales de tan alevosos asesinatos.



¿Por qué es importante lo anterior? Porque nos impide olvidar, aún treinta años después de producido el quiebre democrático y quince años de los hechos develados por la televisión. Jonathan Glover -en su libro denominado «Humanidad e inhumanidad. Una historia moral del siglo XX»- relata e intenta explicar los horrores de este siglo. En el epílogo del libro Glover señala que lo único que puede ayudar a garantizar el «nunca más» es que el pasado siga vivo en el presente. Debemos recordar que los que hicieron tanto mal, salvo excepciones, no eran monstruos, tontos ni especialmente perversos. Y debemos recordar igualmente y con más dolor que millones supieron lo que ocurría y no hicieron nada para impedirlo.



Por eso «Mantener vivo el pasado puede ayudar a impedir atrocidades. Lo que algunos esperan que los demás olviden puede tener una terrible significación. En un discurso a las SS que iban a Polonia, Hitler les dijo que mataran hombres, mujeres y niños sin piedad. Sugirió que sus actos serían olvidados». ¿Quién recuerda hoy las masacres de los armenios?» es escalofriante la semejanza entre esto y el comentario de Stalin mientras firmaba órdenes de ejecución: «¿Quién se va a acordar de toda esta gentuza dentro de diez o veinte años? Nadie. ¿Quién recuerda hoy los nombres de los boyardos que Iván el Terrible se quitó de encima? Nadie».



Aunque duela y moleste es necesario recordar nuevamente el 11 de septiembre de 1973. No quiero agraviar a nadie con esta columna. Sí ayudar un poco a inquietarnos moralmente. Es hermoso creer que la hora de la verdad, de la reparación del mal causado, del pedir perdón y del pronunciar el «nunca más» ha llegado por fin a nuestra patria. Y celebrar así agradecidos el 18 de septiembre el nacimiento del Chile que se quiere independiente, republicano y democrático. No deja de ser sorprendente que esas dos fechas coincidan en un mismo mes. Ambas nos enseñan todo lo horroroso que surge cuando nos dividimos hasta el odio fratricida y todo lo grandioso de las gestas compartidas cuando los chilenos nos proponemos hacer cosas juntos.



(*)Director Ejecutivo Centro de Estudios para el Desarrollo, CED.



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