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El derecho a la información


Por el Derecho a la Información. Así se llamó una manifestación que la noche del miércoles pasado reunió a varios centenares de personas en la bellísima Piazza Farnese de Roma, ubicada frente al palacio del mismo nombre que es la sede de la Embajada de Francia desde los mismísimos días en que Napoleón se llevó al Papa como rehén a París para hacerse coronar Emperador.



En medio de esas bellezas comparables con muy pocas otras en el mundo, un grupo de artistas e intelectuales protestaba por las últimas leyes aprobadas por el gobierno de centro-derecha que, en cierto modo, desvirtúan el rígido control democrático del Estado respecto de la obligada pluralidad y prescindencia de los medios de información. Es un hecho no menor si se piensa que el Primer Ministro Berlusconi es uno de los magnates europeos de la televisión y su grupo de inversión ha incursionado también en la prensa escrita.



Estamos hablando de un país como Italia que tiene una de las Constituciones mas democráticas del mundo, ni siquiera comparable con nuestro remedo de Carta Fundamental, nacida el 80 al calor de las bayonetas.



¿Por qué, entonces, este celo en la defensa del derecho a la información? Porque no cabe duda que el criterio de verdad e inclusive hasta la teoría misma del conocimiento, están influidos y hoy en día hasta condicionados por la forma en que se transmite la información y la consiguiente influencia en la creación de voluntad y opinión en quienes son sujetos pasivos, o sea la masa humana que recibe las informaciones.



Ya me he referido a este tema en artículos anteriores en esta misma columna de El Mostrador.cl, en especial en lo que hace a la realidad nuestra, chilena.



Ahora, a la prudente distancia que significa este Roma magnífica, parte esencial de la Unión Europea, me parece que este de la información es el tema que más nos separa de las naciones cultas.



Del mismo modo que el mero asistencialismo material a la pobreza, sin asegurar educación y cultura, me parece una aspirina dada a un agónico, creo que jactarse de democracia sin leyes que regulen la democracia de la información, es tan falso como la mayor mentira que se pueda imaginar.



El manejo de la información y todas las decisivas consecuencias que se derivan de ello, tiene hoy tanta o más importancia que la despectiva frase con que Bolívar quiso salvar la imagen de las clases dirigentes al momento de la independencia: «déjenlos que vivan su propio medioevo..».



Lo grave es que estos grupos de manipulación están cada vez menos solos, pues las potencias que dirigen la globalización usan la información para sus propios fines, no excluidos los bélicos.



Menos mal que hay italianos como los de esa noche en la Piazza Farnese y, también, hay ingleses como los que hoy están demostrando que Blair mintió para justificar su innoble participación en la invasión de Irak.



Menos mal que sigue habiendo prensa libre que aún es capaz de denunciar estas tropelías, que son atentados contra los derechos humanos, tan punibles como los crímenes por los que está siendo hoy juzgado Milosevic en la Corte de La Haya.



A treinta anos del golpe que sigue dividiéndonos, sería saludable revisar la prensa que fomentó el odio entre chilenos y, más particularmente, a la que justificó los crímenes. Hasta es admisible pensar que en el primer grupo estuvieron todos o casi todos.



Pero en el segundo me da la impresión que estuvieron los mismos que ahora pontifican, en la defensa de intereses bien definidos. Tienen la palabra el Colegio de Periodistas, el gobierno, el parlamento, la magistratura y toda la institucionalidad que tiene como obligación el perfeccionamiento de la democracia.





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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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