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Conservar, renovar o morir


El 15 de noviembre de 1811, don José Miguel Carrera da un golpe de Estado y asume la totalidad del poder. Es claro ya que el joven autócrata se ha impacientado y quiere acelerar un proceso que desembocará en la Independencia Nacional. No sólo los patriotas más moderados recelan. España toma la decisión de la reconquista militar de Chile. Para ello el Virrey del Perú don Fernando de Abascal toma dos decisiones. Primero se dirige al Obispo de Concepción para que siembre la discordia entre los patriotas invocando el Dios de España y Chile. La cruz será nuevamente utilizada políticamente. Junto con ello envía a Don Antonio Pareja para desembarcar en Chiloé, reunir milicias, engrosarlas con las de Valdivia y atacar Talcahuano. El se hará cargo del poder militar, de la espada. Así conquistaron Chile y así lo reconquistarán.



¿Por qué recurrir a un Obispo? Porque el poseía el poder ideológico, aquel que usa palabras, símbolos y escrituras para persuadir y guiar las mentes en la dirección de los poderosos, los sacerdotes egipcios o los ideólogos jacobinos, bolcheviques o neoliberales de hoy. El Obispo poseía un poder formidable: durante tres siglos se había enseñado que la causa española era la de Dios, y contra Él no se podía combatir. Y Antonio Pareja parte a Chiloé y Valdivia con apenas cinco buques mercantes, cuatro oficiales y 50 soldados veteranos. Parte al sur del mundo a reclutar miles donde el pensamiento es conservador, no se conoce nada de Rousseau, ni del Washington de 1776, del Robespierre de 1789 ni del Napoleón de 1810. Lo que sí saben los chilotes y valdivianos es que hay un rey y una madre patria España que defender, legada por sus padres y por los padres de sus padres. Fue tan adecuada esta estrategia, que sumó poder ideológico y militar, que el 27 de marzo de 1813, Talcahuano cayó en manos realistas.



Han pasado doscientos años. Si los penquistas apreciáramos nuestras raíces deberíamos ir al Cerro Amarillo, Cerro Chepe o el valle de Paicaví que separaba Concepción de Talcahuano. Si comenzamos a escarbar descubriríamos balas, quizás fusiles y cañones junto con restos de chilenos que pelearon contra chilenos. Porque la guerra de la independencia nos enfrentó en lucha fratricida. Los chilenos que integraron las filas realistas no eran traidores. Por el contrario, ellos creían que eran fieles a las lealtades que les habían enseñado su religión y su patria durante casi trescientos años: seguir al rey de España, a la Iglesia Católica y a la que aún es la Madre Patria España.



Ellos no supieron entender la magnitud del cambio que se había producido en otro mundo: en el viejo mundo. Llegaban tiempos republicanos y de libertad. Pero era muy difícil entender que un cambio tan lejano nos afectara tanto y que ideas tan nuevas fueran aceptables. De hecho sólo hombres que vivieron en Europa pudieron adecuarse a ese cambio. Es el caso de Francisco Miranda, que combatió en la Revolución Francesa y en el Arco del Triunfo en París se inmortalizó su nombre, y de José Miguel Carrera, Don Bernardo O’Higgins, Don José de San Martín, Don Pedro de Braganza o del joven Simón Bolívar.



Bernardo O’Higgins fue un revolucionario porque entendió la magnitud del cambio ideológico, político, económico y cultural acaecido en Estados Unidos, Inglaterra y Francia. Los argumentos medievales que decían que así como hay un sol en torno al cual giran los planetas no era ya más adecuado para justificar la monarquía del «Rey Sol». De hecho el había leído cómo los araucanos sesionaban en círculo para elegir a su toqui. No había entre ellos monarquía hereditaria.



Simón Bolívar fue educado por su maestro Simón González que le enseñó a los catorce años a Juan Jacobo Rousseau, su «Contrato Social» y «El Emilio». José de San Martín había nacido en las misiones jesuitas de Argentina y sabía de la igualdad y de la hermandad universal de los pueblos.



Un insigne romano decía que la «Historia es maestra de la vida». Ella nos da, si somos capaces de escucharla, lecciones que de seguirlas pueden evitarnos cometer los mismos errores del pasado o acertar en los éxitos de otros tiempos o incluso de otros pueblos.



Si he recordado 1810 es porque cuando nos acercamos al 2010 un cambio histórico ha reventado en 1989 en una lejana Alemania. La resistencia al cambio y las impaciencias imprudentes por asumir todo cambio han provocado buena parte de nuestros nuevos problemas como chilenos. Y así como en 1810, hay hoy jóvenes y viejos que se siguen aferrando a un mundo que muere y no quieren escuchar los signos de los tiempos. Hay otro grupo de viejos y jóvenes que piden conquistar una tierra tan nueva como ignota, pero muchas veces olvidando su identidad y valores más preciados. Y de ese choque y empate catastróficos surge la crisis. Pero como la filosofía de la esperanza dice que las «Tempestades hacen nacer héroes», es hora ya que surjan nuevos liderazgos comunitarios que rompan el empate, hagan la síntesis y a partir de lo mejor de lo nuestro, se abran y conquisten un mundo nuevo, una tierra nueva.



Don Ramón Freire, cuando se enfrentaba a la oligarquía y centralismo capitalinos, firmaba sus manifiestos como La Concepción de los Libres. Es tiempo ya que con toda la libertad del mundo nos abramos a un mundo nuevo a partir de nuestra identidad latina.



(*) Director Ejecutivo Centro de Estudios para el Desarrollo, CED.



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