Publicidad

Bolaño ha muerto

Bolaño es un escritor que avanza, que abunda, que llena. Con un libro de Bolaño en las manos nos dejamos de sentir solos.


De la cobertura periodística en torno a la muerte de Roberto Bolaño, me llama la atención el desmedido acento en su lengua polémica al opinar sobre las generaciones recientes de escritores, tanto chilenos como mexicanos y latinoamericanos en general. Cierto es que le gustaba espantar a las academias y despeinar a los escritores aferrados a sus tronos de camarilla, pero guardo la esperanza de que lo más valioso que nos ha heredado salga a la luz tarde o temprano, a partir de la lectura masiva de sus obras.



Le debemos a Bolaño un espacio privilegiado en el consciente colectivo de los lectores chilenos. Y lo digo porque es un escritor para todos, sus libros están depurados de academicismos, de laboratorios del lenguaje, de complejidades innecesarias, son libros llanos, vivaces, con un lenguaje que se cuela en el alma del lector con un ritmo nunca antes escuchado. Es música nueva y provoca la misma sensación que deben haber experimentado las grandes masas cuando se vieron subyugadas por las primeras obras de rock.



Bolaño es un escritor que avanza, que abunda, que llena. Con un libro de Bolaño en las manos nos dejamos de sentir solos.



Desde sus biografías «nazi» hasta los personajes de Putas Asesinas, pasando por Llamadas Telefónicas, Estrella Distante y el centro ineludible que constituye su magnífica novela Los Detectives Salvajes, Bolaño nos libra del dedo incriminatorio del creador y su carga de deberes y a cambio nos ofrece como balsámico consuelo la certeza de que la humanidad está formada por un sinnúmero de posibles biografías, de que son miles los caminos, insospechadas las vías del azar. Cuando llegué a la última página de Los Detectives Salvajes, me sentí aliviado de la carga de mi pasado, me perdoné por ser quién soy, me alegré de tener un futuro ante mí.



Así, a partir de la diferencia innegable de cada individuo, se presenta una nueva posibilidad para nuestro arreglo social, donde ya no es necesario darnos una importancia que no tenemos, o buscar poder para prevalecer sobre los demás, ambos afanes grabados en el disco duro de los chilenos como instrumentos de convivencia. Bolaño hace desaparecer por arte de su magia la reja del gallinero en el cual creemos estar encerrados, donde secretamente nos sentimos como un montón de gallinas indiferenciables unas de otras. Salgan de ahí, nos dice, nos son tan importantes como creen, sentadas en sus tronos enhuevados, salgan a la luz y se darán cuenta de que son diferentes.



Esta es la gran herencia de Bolaño, un chileno que salió, que se atrevió a ser extranjero y desde ahí nos devolvió una mirad esclarecida de nuestro país. Su espíritu universal nos delata y nos incita a cambiar.



El corolario de esta lectura de su obra, lectura que quizá él hubiese considerado un delirio o una estupidez, es la tolerancia hacia nosotros mismos y hacia los demás. ¿Hay alguien que piense que un bálsamo como éste no debiera ser derramado sobre nuestra sociedad? Podríamos partir por incluir la lectura de Los Detectives Salvajes en los programas de Enseñanza Media. Estoy seguro que contribuiría a que en unos años más el país entero, en todos sus niveles, experimentase una poderosa sensación de alivio.



No desperdiciemos a Bolaño, que su muerte sirva para despertar nuestras conciencias y en vez de ocultarnos a la luz como lo hemos hecho por siglos, de sacarlo del medio como a una gallina ajena a nuestro gallinero, atrevámonos a seguirlo en sus aventuras más allá de la seguridad. Por fin aprenderemos a mirarnos con otros ojos.



*Escritor.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias