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Rescate del cooperativismo

En esta sociedad se vive una vorágine de sucesos noticiosos que disgregan, distorsionan y manipulan el sentir de la opinión pública. La comunidad que vive en el capitalismo salvaje, desprotegida, se ve rodeada de factores que impiden compartir sueños de largo plazo, menos aún utopías, ya que podrían sonar a debilidad.


Cuando se seca la pluma. Cuando te quedas enronquecido frente a muros que pensaste demolidos, te das cuenta de la necesidad personal que te queda de seguir farfullando tus reclamos. Alguien en la aldea te escuchará, al menos eso crees. No serán de seguro los que han inclinado la cerviz y, ahora, adoran lo que antes quemaban en incendiados discursos.



No llegará el mensaje a los pragmáticos, a los renovados que declaman justicia social y actúan con fin de lucro, engrosando sus cuentas personales para asegurarse el futuro.



No conmoverá el mensaje a quienes sobreviven en torno a un happy drink, sin dibujar poesías en las servilletas, haciendo cálculos sobre sus cuotas de poder y comunicándose a través de redes de ayuda mutua.



No mellarán estas palabras a esas sectas amuralladas que disgregan el mapa ciudadano y usan el marketing para flotar con la debida obsecuencia en el nuevo orden. Es el poder, es la política, es el nuevo estilo de surfear por los huracanes. Una habilidad necesaria para sobrevivir dentro de escenarios imperiales.



Para poder sobrevivir, se trata hoy de establecer alianzas estratégicas. Cuantitativas formas de alcanzar ciertas fortalezas y neutralizar disimuladas debilidades. Estas alianzas no llegan, sin embargo, a desmantelar las desconfianzas; todos participan resguardándose para prevenir deslealtades.



Plantear en este minuto el rescate del cooperativismo, proponer fórmulas para dar poder a las comunidades de base, participación de la sociedad civil en las decisiones locales y nacionales, proyectos sociales sin paternalismo y con protagonismo de los actores, es un mensaje quizás extemporáneo.



Despolitizar en el sentido de sacarle el caudillismo sectario a la representación popular, debe sonar como un despropósito a oídos de los grupos dominantes. Plantear la evolución de los consumidores hacia estadios de mayor control de sus intereses, exigir que el Estado respete al ciudadano, que la Justicia funcione, son paradigmas de profundización democrática que deben sonar como proclamas bolcheviques en los oídos de los grupos que comparten el poder en las estructuras y estilos actuales.



En esta sociedad se vive una vorágine de sucesos noticiosos que disgregan, distorsionan y manipulan el sentir de la opinión pública. La comunidad que vive en el capitalismo salvaje, desprotegida, se ve rodeada de factores que impiden compartir sueños de largo plazo, menos aún utopías, ya que podrían sonar a debilidad.



Sin embargo, los que se resignaron a asumir el capitalismo neoliberal y bailar sus ritmos, se han acostumbrado a ser durísimos para preservar el poder. El individualismo se traslada al interior de las organizaciones, de los barrios y de las familias. Ni la amistad queda libre de esta acometida. Ser contestatario a esas tendencias depredadoras significaría, por ejemplo, invocar el cooperativismo, pero las quintas columnas socavan hasta las mejores intenciones y vemos cooperativas quebradas, asociados estafados, desconfianza que humea como después de un bombardeo. Así, como en un circo romano, con millones de gladiadores del mercado parece funcionar una sociedad de egolatrías.



Quienes alguna vez, y reiteradamente muchos, extendimos las manos y el abrazo para encontrar la compañera o el compañero de ruta, en tiempos en que se encumbraba la palabra como punto de ensamble para las visiones de futuro, cuando el trabajo era compartido, cuando nadie debía defenderse de trepadores, de arribistas, de intrigantes, pudimos conocer que había formas alternativas viables para crear sociedad, que era posible construir juntos, pavimentar juntos, alfabetizar juntos. Quizás este mensaje no pueda ser decodificado por los jóvenes que nacieron sumidos en una sociedad fracturada moralmente, pero es nuestra obligación persistir en él para que provoquemos ese diálogo que se necesita para humanizar nuestros sistemas, profundizar nuestras débiles democracias y lograr relativos equilibrios frente al poder avasallador del sistema corporativo global.





(*) Consultor internacional, escritor y columnista



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