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Herederos residuales


Andar por Castilla la Vieja es recordar no sólo una parte de nuestro paisaje, sino algo del carácter que nos tocó por herencia en este rincón del mundo. Hechas las diferencias que hay entre la construcción de piedra y nuestro criollo adobe, lo cierto es que hay más de una similitud en las formas que son un tanto simples y austeras en lo que hace a la arquitectura.



Los viejos castillos que asoman tras el paisaje de colinas tienen una rudeza que deja bastante que pensar. Claro si a eso se le agrega como condimento un recuerdo de lo que Machado dijo de aquellos parajes, nos damos cuenta que de allí, más que de las luchas internas de los años 60 y 70 del siglo pasado, proviene esa fuerza desesperada de los latifundistas por mantenerse en el control y en la propiedad de las tierras que quiso redistribuir la Reforma Agraria. También, el radicalismo de los que querían acceder a la tierra y de quienes políticamente los apoyaban.



Viendo ese paisaje de rastrojos de trigo y calculando la posible productividad de esas tierras, que sólo hoy disponen de riego tecnificado y aún así escaso, se nos viene a la cabeza la evocación de las figuras que nos legó la poesía y la literatura, aquellas del señorito español y la del peón, que son como graficar lo que en filosofía son los epicúreos y los estoicos.



Se me ocurrió que el odio, motor subjetivo importante de lo que después los marxistas llamaron «lucha de clases», nació más en Castilla que en Nahuelbuta o en las riberas del Maule.



Lo curioso es que la producción artística siguió usando como paradigma al señorito en Castilla y León, mientras que más acá de los Andes se exaltó como virtud la del peón, el desposeído, el humillado y triste que era objeto de toda la nueva trova popular que nace en la década del 60. Allá estaba Franco y aquí cambiaban las cosas. Se murió Franco y todos decidieron civilizarse para que no siguieran diciendo que Europa terminaba en los Pirineos.



Aquí las cosas cambiaron y tanto, que ya quisiera un campesino nuestro, y mucho más un temporero, tener tan sólo un tercio de las garantías que tiene un jornalero europeo en las tierras de Castilla y León.



Es decir, somos herederos residuales de una injusticia que ya no existe. Que nosotros la hacemos real porque mientras allá no subsisten las condiciones para que Machado siga denunciando en poesía la tontera, aquí la riqueza se luce siempre que haya pobreza que la mire, que la desee y hasta la envidie.





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