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Chile: un gran festival

Los Gobiernos de la Concertación, si bien han tratado de cambiar el estado de cosas, es indudable que a pesar de este esfuerzo Chile sigue siendo un pésimo ejemplo a nivel mundial en lo que se refiere al crecimiento con equidad.


Es un «lugar común» llamar a la sociedad global «la sociedad del conocimiento» y/o «la sociedad de la información». Con ello, no sólo se hace referencia al masivo empleo que comienza a hacerse de las tecnologías informáticas, sino que también al hecho de que el conocimiento entra a jugar el papel del recurso productivo más importante y con ello al reconocimiento del rol de los seres humanos en los procesos productivos de bienes y servicios, ya que el conocimiento sólo puede ser producido por éstos, debiendo estar en constante expansión y renovación, debido al permanente peligro de obsolescencia que lo afecta.



Es asimismo un «lugar común» la comprensión de que para participar y aprovechar las eventuales ventajas de una sociedad del conocimiento, es necesaria una comunidad con altos niveles educacionales sujetos a una permanente expansión y cambio, para mantenerse al día, hacer aportes creativos y asumir liderazgo en algún ámbito. Queda, en consecuencia, en clara evidencia que un país de «analfabetos» no podría tener ninguna posibilidad en la sociedad del conocimiento, no obstante sus «declaraciones» de participar en ella, en forma activa, y sus tratados de libre comercio, ya que poco o nada podría aprovechar de los mismos. Sería más bien como un burro frente a un piano o un elefante en una cristalería.



En todo caso, la incorporación del conocimiento como el factor productivo esencial era algo fácil de prever, pues indicadores del nuevo papel que aquél asumía en la actividad productiva ya estaban presentes en el mundo desarrollado, desde hacía bastante tiempo.



Sin embargo, la elite chilena, sobre todo la política, ha sido completamente ciega a esta nueva realidad, pudiendo hablarse de ceguera «dolosa» en su caso. Una reciente crónica en un diario de circulación nacional, al dar cuenta de los resultados de la prueba internacional Pisa, cuya finalidad es evaluar la capacidad lectora, señalaba un dato alarmante: un profesional universitario chileno tendría el mismo nivel de comprensión de lectura que un obrero sueco que no terminó su enseñanza secundaria, agregando a continuación que tres de cada cinco chilenos entendería con dificultad la fórmula para preparar una mamadera impresa en un tarro de leche en polvo. Pero eso no es todo, la educación chilena se ubicaría en el nivel de peor rendimiento académico, es decir, el Nivel 1.



Tal como lo dice el animador de turno, durante el Festival de Viña del Mar, «Chile tiene festival». Sí, un festival de la estupidez, del embrutecimiento de millones de seres humanos, al ser gobernados por una elite política, social y económica mediocre, que ha convertido la pobreza de la gran mayoría del país, en su gran negocio. Porque eso es el subdesarrollo: un negocio lucrativo de las elites gobernantes.



De ahí el carácter criminal que asume el subdesarrollo, el cual debería ser tipificado como un delito de lesa humanidad y las elites del subdesarrollo deberían ser tratadas como los peores delincuentes que ha conocido la Humanidad, tal como sucedió con los jerarcas nazis en el siglo pasado.



En nuestro país, ya nadie se refiere al negro legado que nos dejó la dictadura militar en este campo. En efecto, los señores del poder político y económico de los diez siete años de Pinochet, hoy tratan de ocultar esta realidad de crecimiento desigual bajo el manto protector de las manoseadas cifras macroeconómicas.



Los Gobiernos de la Concertación, si bien han tratado de cambiar el estado de cosas, es indudable que a pesar de este esfuerzo Chile sigue siendo un pésimo ejemplo a nivel mundial en lo que se refiere al crecimiento con equidad.



El subdesarrollo al que se condena a la mayoría de nuestro país y de América Latina, no es otra cosa que una modalidad de «genocidio» y los genocidas han sido considerados por la legislación penal internacional como hotis humani generis, esto es, «enemigos del género humano». ¿Qué otro trato podrían recibir criminales de esta envergadura?



(*) Analista Político.



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