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Bush y Blair en el «cajón con vidrios»

La verdad sobre Irak salió a la luz pública, atrapando en arenas movedizas a Bush y Blair. La pregunta ahora es cuál será el monto de la factura que la opinión pública y el electorado le pasarán a los victoriosos guerreros de salón


El encuentro en Washington entre George Bush y el Primer Ministro británico Tony Blair estaba presupuestado como una visita victoriosa tras el triunfo militar en Irak. Pero la realidad de la post guerra está siendo dura y cada vez más conflictiva para ambos mandatarios: ambos ven cuestionada su permanencia a la cabeza de sus respectivos países.



Tras saberse que no era tal la «amenaza inminente» de Irak que justificaba ir a la guerra, el peso de la verdad se ha hecho difícil de ocultar o negar. Las «armas de destrucción masiva» sencillamente no existen. La lección para Bush y Blair es que «más rápido se pilla a un mentiroso que a un ladrón».



En su informe a la nación del 28 de enero pasado, el Presidente Bush dijo que Irak representaba una amenaza inminente. Dentro de ese discurso, 16 palabras se han transformado en el eje de la polémica post-guerra: en ellas Bush decía que Irak había comprado en Níger uranio enriquecido para reiniciar un programa de armas nucleares.



Según Bush, la información provenía de una fuente confiable: los servicios de inteligencia británicos. Pero como ahora se sabe, tal información sólo era parte de la campaña de desinformación angloamericana destinada a sembrar dudas sobre el trabajo de los inspectores de armas de Naciones Unidas y a crear la impresión de que Hussein engañaba al mundo al negar que poseía armas de destrucción masiva.



Demostrada la mentira, los hombres de Bush se turnan para adjudicarse la responsabilidad y «blindar» al Presidente ante los ataques de la prensa y la oposición demócrata. De esa forma han esquivado por ya varias semanas la presión política que genera usar y difundir informes de inteligencia dudosos; por no decir inventados.



El primero en adjudicarse responsabilidad ante una comisión del Senado fue George Tenet, director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Le siguió Stephen Hadley, asesor subrogante de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, quien asumió como suyas las 16 palabras del discurso. Hadley fue el primer operador político de la Casa Blanca en asumir responsabilidad por tales dichos.



Al proteger a Bush, Tenet y Hadley están sigilosamente blindando al Vicepresidente Dick Cheney, quien a fines del año pasado visitó a Tenet en compañía de su asesor de seguridad nacional. Según ha informado la prensa, la visita tenía por objetivo «mejorar la inteligencia sobre Irak». En otras palabras, buscar forma de «cuadrar» los informes de inteligencia con las posturas del gobierno.



Según se ha especulado en la prensa, la visita de Cheney fue una presión directa para que la CIA entregara informes que justificasen la decisión de la Casa Blanca de invadir Irak.



El anuncio de la muerte de los hijos de Hussein ayudó fugazmente a Bush, pero de inmediato los demócratas volvieron a la carga sobre «las 16 palabras». El senador demócrata Ted Kennedy exigió que Bush, como Presidente, asuma su responsabilidad política personal por el discurso. Sorpresivamente, el ex presidente Bill Clinton pidió a sus camaradas de partido que cambien de táctica. Para Clinton, los demócratas deben preocuparse más sobre la política exterior de Bush; sobre todo de los serios problemas que existen en Irak desde que Bush anunció el cese de hostilidades el 1 de mayo.



Al día siguiente de la muerte de los hermanos Hussein murieron cinco soldados más a manos de la naciente resistencia iraquí, rompiendo el récord diario de soldados muertos desde el fin de la guerra (3). Además, apareció ante las cámaras un grupo de fedayines iraquíes, jurando venganza por la muerte de los hermanos Hussein. Las constantes muertes de soldados a manos de la guerrilla pueden tornarse un tema cada vez más difícil para el electorado de Estados Unidos, que desde Vietnam no tolera la muerte de soldados en conflictos militares.



La bruma londinense



En Londres, Blair confronta un escenario político aún más complejo tras el presunto suicidio del científico David Kelly, experto en armas del Ministerio de Defensa. Durante su gira por Asia, un conmocionado Blair tuvo que enfrentar serias acusaciones sobre la muerte de Kelly e incluso responder si estaba dispuesto a renunciar.



Blair repitió lo que dijo en el Congreso norteamericano: que considera la intervención en Irak moralmente acertada, agregando que la historia le dará la razón. Además, defendió los informes de inteligencia; aquellos que su aliado en Washington ahora dice que no son fidedignos y que la propia prensa inglesa dice que fueron «cocinados». En efecto, el 29 de mayo el periodista de la BBC Andrew Gilligan denunció que los informes de inteligencia fueron «cocinados» para apoyar el aserto hecho por Blair en septiembre del año pasado: que Irak no sólo poseía armas de destrucción masiva, sino que estaba en condiciones de activarlas «en 45 minutos».



Gilligan denunció que los informes de inteligencia elaborados por el mismo Kelly jamás dijeron una palabra sobre activación de armas «en 45 minutos». Según éste y otros reportajes de la BBC, fueron los asesores directos del Primer Ministro quienes «cocinaron» los informes. La referencia a los «45 minutos» aparece cuatro veces en el informe de inteligencia entregado al Parlamento en septiembre y publicado en el sitio Web del gabinete del Primer Ministro el mismo día.



¿Quién «cocinó» los informes de inteligencia? Según toda la prensa, Alistair Campbell, encargado de comunicaciones de Blair, aún cuando una comisión del Parlamento lo exoneró de toda responsabilidad.



Blair ha negado haber politizado los informes de inteligencia para lograr el apoyo del Parlamento, agregando que el conjunto de los servicios de inteligencia arribaron a la conclusión de los «45 minutos» y que nadie en su gobierno «cocinó» el expediente sobre las armas de destrucción masiva.



Pero Kelly, principal experto en armas de destrucción masiva en Irak dentro del Ministerio de Defensa, le confirmó a la BBC en forma reservada que los informes efectivamente fueron «cocinados». Su identidad sólo salió a luz pública cuando el Ministro de Defensa Geoff Hoon lo acusó de ser la fuente de la BBC.



Kelly fue citado a declarar al Parlamento. Compareció, y días después el respetado científico apareció muerto, presuntamente tras haberse suicidado. La muerte de Kelly ha sido un fuerte golpe al gobierno de Blair, acusado de ser «un gobierno con sangre en las manos». Según Martin Wolf, columnista del Financial Times de Londres, a «Blair se le acabó todo su capital moral».



Según las encuestas, una ínfima mayoría apoya hoy al gobierno. Para el electorado Blair ha perdido toda credibilidad y ha pasado a ser un gobernante a prueba.



Al nombrar una comisión independiente que investigue el naciente escándalo, Blair busca distanciarse de la controversia, ganar nuevamente la confianza del electorado y lograr un tercer período como Primer Ministro.



A pesar de una revuelta de diputados laboristas, para su fortuna Blair sigue contando con el apoyo de la mayoría de su bancada y con tiempo para lograr que el electorado le perdone sus mentiras. Pero, por ahora, transita por arenas movedizas.



Bush, por su parte, puede verla más difícil aun. Según Antonia Zerbisias, columnista del Toronto Star, «las mentiras de Bush sobre la compra de uranio son la punta del iceberg». La periodista se pregunta cómo Bush ha podido sacarle cuerpo a la mentira de que Hussein no permitía entrar a Irak a los inspectores de armas.



Según la oposición demócrata, la polémica está erosionando la confianza del electorado, y de hecho, las encuestas son cada vez más negativas para Bush. Hoy su gestión cuenta con un 59% de aprobación, el punto más bajo desde los ataques del 11 de septiembre de 2001.



Los demócratas buscan debilitar a Bush con miras a las elecciones presidenciales de noviembre de 2004. Argumentan -con justa razón- que un Presidente capaz de falsificar informes de inteligencia para ir a una aventura bélica, que es responsable por la inestabilidad que se vive en Irak y que, además, hace un pésimo manejo de la economía, simplemente no es de fiar.



La verdad sobre Irak salió a la luz pública, atrapando en arenas movedizas a Bush y Blair. La pregunta ahora es cuál será el monto de la factura que la opinión pública y el electorado le pasarán a los victoriosos guerreros de salón.



* Jorge Garretón es periodista chileno residente en Canadá..



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