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Divorcio: pregunten a los hijos

El matrimonio es para toda la vida y es posible lograrlo con fuerza, confianza, perseverancia, paciencia y amor, sobre todo mucho amor.


Tal como lo anticipáramos en esta misma columna hace poco más de un mes, hemos visto cómo el tema del divorcio ha vuelto al primer plano de la agenda de discusión pública. Digamos, como principio elemental anterior a cualquier opinión, que hay que terminar con la situación actual, que permite la nulidad del matrimonio civil por una vía fraudulenta, además de la necesidad de buscar una solución a los problemas de tantas personas que hoy son separadas o anuladas. Hasta ahí, todos de acuerdo, pero otra cosa es legislar para permitir el divorcio y por esta vía incentivarlo, como lo demuestran las experiencias de otros países.



Desgraciadamente, el debate sobre la materia se ha centrado en forma exclusiva en la posibilidad de divorciarse para los adultos. Se ha ignorado la opinión de las víctimas, en este caso los niños, quienes tienen derecho a vivir en un ambiente seguro, donde los problemas de los adultos puedan ser subordinados por el bien de los hijos.



Se habla del derecho de los adultos a rehacer su vida, pero los hijos en cambio deben acatar una situación de vida que claramente no les acomoda. Siempre se preguntarán cómo sería su vida si sus padres estuvieran juntos, lo que todos íntimamente desean.



Creo que si se tomara en cuenta la opinión de los niños y de los jóvenes, la gran mayoría de ellos dirían que no quieren que les quiten la posibilidad de luchar por sus futuras familias, intentándolo en un matrimonio que sea de verdad. El hombre tiende siempre a escapar por la vía más fácil y, con una ley de matrimonio que permita el divorcio, a la primera de cambios se pensará en dejar al otro, porque la puerta está abierta y eso es más fácil que luchar por superar las dificultades.



En este tema, además, se juega algo más profundo, como es el principio de la libertad. Porque hay quienes pretenden imponer el matrimonio «divorciable» a un grupo importante de chilenos que desean casarse sin disolución de vínculo. Por eso, soy partidario que al menos exista la posibilidad de elegir libremente el sistema al momento de contraer matrimonio, ya sea con divorcio o con vínculo permanente.



Esto por, lo demás, lo confirman las encuestas recientes que otorgan más de un 70% e incluso un 80% para la posibilidad de optar entre casarse con divorcio o vínculo permanente.



Creo que este debate nos está mostrando en toda su dimensión el pesimismo y el relativismo que está surcando nuestra sociedad por la moda, por los intereses de la comunicación social. Yo estoy muy impresionado por la fuerza de lo «políticamente correcto», ya que hoy día sostener una posición distinta al divorcio es prácticamente remar en contra de la corriente, pero hay muchos que estamos dispuestos a correr el riesgo en defensa de principios e interpretando a miles de chilenos que no tienen posibilidad de intervenir en el debate.



Quienes están a favor del divorcio incluso han rechazado, restándole validez y excluyéndolas, las opiniones que puedan dar autoridades morales de tanta envergadura como los pastores de la Iglesia, manifestando que éstos se deben solo a los temas religiosos. Nada más errado, porque el peso moral de autoridades de esta trascendencia muestra el camino de lo valóricamente recomendable para el conjunto de la sociedad, más allá de la religión que profese cada persona, porque será la sociedad entera la que se vea afectada en sus cimientos, como es la familia, al aprobarse definitivamente el divorcio.



Digamos que un matrimonio por cierto puede fracasar, a pesar de todos los esfuerzos que se hagan por evitarlo y de estos casos por cierto hay que preocuparse y acoger a quienes tengan esta triste experiencia. Pero otra cosa es facilitar su término a través de una ley que restringe el matrimonio a un mero contrato civil al que fácilmente se puede poner término por medio del divorcio.



El matrimonio es para toda la vida y es posible lograrlo con fuerza, confianza, perseverancia, paciencia y amor, sobre todo mucho amor.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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