Publicidad

Me falta el aire

Al menos a mí, víctima como soy de la podredumbre de nuestro aire, me sobran excusas para que me falte el aire.


La semana pasada caí en cama con una gripe fulminante, de 37 a 40 grados en una tarde. Cuando me comencé a sentir mejor me sobrevino una tos seca e irritante. Neumonía, me diagnosticaron, agravada por el hecho de ser asmático, condición que me priva del aire pleno en mis pulmones desde hace unos cinco años. ¿Les ha faltado el aire alguna vez? De seguro, en esos días cuando parece que el smog nos va a convertir en estatuas de hollín, han sentido algo semejante.



Me falta el aire cuando veo a Longueira y su pandilla ultraderechista hablando de los detenidos desaparecidos, cuando Espina habla de las víctimas del extremismo y las iguala con las víctimas de Pinochet, cuando leo las declaraciones de Krashnoff, cuando Lavín defiende su último ataque de infantilismo (¿irá a instalar una piscina riñón en la Plaza de Armas para bañarse con los concejales después de almuerzo?), cuando veo a la gente apiñada en los servicios de urgencia de los hospitales, tirados en los pasillos porque no hay camas para atenderlos de una pulmonía.



Me falta el aire cuando me agreden, cuando me roban, cuando violan mi intimidad, me falta el aire cuando Lagos tiene más de político arrogante que de hombre inteligente y razonable, cuando la canciller Alvear busca la manera de darse a entender, cuando Vidal agita sus belfos en cámara, me falta el aire cuando veo los programas humorísticos chilenos, cuando me topo en el zapping con la doctora Cordero, cuando Nicolás Larraín grita como energúmeno por el micrófono y se cree divertido, cuando el noticiero no tiene más tema que el asalto en San Bernardo, el hígado en Valdivia y la vaca en la carretera (¿por qué no se deciden a aburrirnos durante sólo media hora?).



Me falta el aire cuando escucho a ciertos honorables y percibo que piensan que somos todos unos imbéciles fáciles de manipular, cuando hablan del «Nico» al referirse a Massú y su teatrero tenis de segunda, cuando la voz de Carcuro reverbera para chuparle las medias a Zamorano, cuando mi amiga copuchenta se encarniza en el teléfono para obtener hasta el último detalle morboso de la muerte de Bolaño.



Me falta el aire cuando intento hacer algún trámite por el 107 de Telefónica.



Me falta el aire cuando escucho las brillantes ideas de algunos paquidermos en vías de extinción de cómo mejorar la justicia en Chile (lo primero es pedir plata, ¿se han dado cuenta?).



Me falta el aire al comprobar una y otra vez que no todos somos iguales ante un tribunal de justicia y menos ante la ley, cuando una mujer debe esperar que su marido o el padre de sus hijos se digne a pasarle una platita para mantenerlos, cuando leo las opiniones de los demócrata cristianos en cuanto al divorcio.



Me falta el aire, cómo no, cuando veo al señor Pinochet paseando por Iquique (¿cómo irá a ser el día de su muerte? Prepárense para un maremoto de hipocresía).



Me falta el aire cuando los diarios informan los índices de contaminación medidos a las diez de la mañana y no a las cuatro de la tarde, cuando la nube cubre la ciudad entera, cuando se discute en torno a la concentración partidista en la Conama y no a la concentración de contaminantes, cuando se habla de una nueva comisión, cuando compruebo que nadie le confiere la suficiente gravedad a la crisis ambiental que estamos viviendo.



Al menos a mí, víctima como soy de la podredumbre de nuestro aire, me sobran excusas para que me falte el aire.



*Escritor.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias