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Editorial: La aguda demencia de la institucionalidad chilena

Si un mes atrás resultaba arduo explicar a los europeos la ambigua situación de Augusto Pinochet en Chile, ahora resulta aún más difícil. El anciano militar ha mantenido, durante las dos últimas semanas, una seguidilla de reuniones y conversaciones telefónicas con altos mandos del Ejército -en servicio activo y en retiro- y, más aún, pronunció un discurso de cinco minutos en el almuerzo del Centro de Generales en Retiro (Cenge) en el Club Militar de Lo Curro, el jueves pasado.


El 16 de julio pasado, durante su visita a la cumbre de la Tercera Vía en Londres, el presidente Lagos fue entrevistado por Tim Sebastian en el programa Hard Talk de la BBC. El periodista británico, conocido por su ímpetu inquisidor, interrogó al Presidente chileno sobre la situación judicial de los casos de violaciones a los derechos humanos en el país. Sobre todo, insistió en saber por qué Augusto Pinochet se paseaba con plena licencia por Iquique y compraba regalos a sus nietos con tarjetas de crédito, en circunstancias de que había sido procesado en Chile por encubrimiento de crímenes de lesa humanidad y luego sobreseído por "locura".



Cómo olvidarse, además, de que tres años antes el gobierno laborista de Londres interrumpió el proceso de extradición de Pinochet a España y permitió su regreso a Chile, ante el argumento aducido por la defensa de que el general no se encontraba en condiciones para ser sometido a juicio, debido a su "grave estado de salud": ¿Pinochet se está burlando de la Justicia chilena y del ordenamiento jurídico internacional?



El presidente Lagos intentó explicar, como pudo, lo que a todas luces es inexplicable: que en el Chile actual todavía hay ciudadanos que están ostentosamente por encima de la Ley.



Si un mes atrás resultaba arduo explicar a los europeos la ambigua situación de Augusto Pinochet en Chile, ahora resulta aún más difícil. El anciano militar ha mantenido, durante las dos últimas semanas, una seguidilla de reuniones y conversaciones telefónicas con altos mandos del Ejército -en servicio activo y en retiro- y, más aún, pronunció un discurso de cinco minutos en el almuerzo del Centro de Generales en Retiro (Cenge) en el Club Militar de Lo Curro, el jueves pasado.



Querámoslo o no, Pinochet, aquejado de "demencia subcortical de moderada a leve", según los exámenes del Servicio Médico Legal que sirvieron para sobreseerlo, está una vez más intentando perfilarse como el indiscutido padrino de la familia militar. El demente Pinochet aparece hoy garantizando la unidad del Ejército, avalando la gestión del general Juan Emilio Cheyre e, indirectamente, endosando la propuesta de Derechos Humanos que pronto entregará el gobierno.



Como en sus mejores tiempos, el general sigue repartiendo los naipes a vista y paciencia de la ciudadanía y de la dirigencia política.



¿Está Chile demente?



Cuando Pinochet fue sobreseído en el caso Caravana de la Muerte, luego de su desafuero y procesamiento, la Corte acogió la tesis de la defensa, en cuanto a que el general en retiro no estaba en condiciones mentales para defenderse en un proceso. Caso único en la historia procesal penal chilena, porque hasta esa fecha siempre se había aplicado la doctrina de que un demente era igualmente procesado y condenado. Posteriormente, la pena no se le aplicaba, puesto que al condenado se le recluía en un sanatorio u hospital para enfermos mentales.



A pesar de lo excepcional del fallo, la mayoría del país exhaló un suspiro de alivio e hizo vista gorda ante los reclamos de los querellantes que denunciaron irregularidades en los exámenes médicos a Pinochet, o en sus conclusiones. A fin de cuentas, el ex gobernante se salvaba de una manera no muy elegante y, por lo mismo, se suponía que pasaría el resto de sus días encerrado en su casa, consumido por el silencio y su propia senilidad.



Sin embargo, así como se levantó de su silla de ruedas el día que llegó de Londres para demostrar al mundo que había engañado a los laboristas ingleses y al gobierno chileno, hoy, al pretender asumir nuevamente el liderazgo de la familia militar, se burla del entero entramado de la institucionalidad chilena. No olvidemos que los poderes del Estado concurrieron todos juntos a la salida «decorosa» de Pinochet de los tribunales.



Porque, cómo es posible que un «demente» hable hora y media por teléfono con el general Sinclair, como lo hizo Pinochet pocos días atrás; o que reciba a altos oficiales en su oficina y al general Cheyre en su casa de La Dehesa el martes pasado; o, por último, que maneje cuentas corrientes bancarias, firme cheques y haga compras pagando con tarjetas de crédito cada vez que sale de shopping.



Y todo esto cuando un ministro de fuero ha pedido nuevamente su desafuero y otros dos estudian hacerlo en distintas causas de graves violaciones a los derechos humanos. ¿Podrá la Corte aplicar de oficio el sobreseimiento por demencia frente a este resucitado Pinochet, nuevamente protagonista activo de la vida nacional?



Son nuestras instituciones las que padecerían de una demencia aguda, si le permitieran a Augusto Pinochet salirse con la suya nuevamente y seguir provocando al Estado de Derecho. Más aún cuando no se ve nada en el horizonte que haga temer por la estabilidad política, económica y social del país.

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