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Jugando a los bolos en Estados Unidos

Estados Unidos ha sido y es «la tierra de las oportunidades». Nace como una nación de inmigrantes europeos. En los años veinte la inmigración se detiene, pero se retoma en los años sesenta abriéndose a asiáticos y sudamericanos. Se trata de una nación abierta. Pero, al mismo tiempo su historia es el relato de minorías que son inasimilables y segregadas.


Ir a ver «Bowling for Columbine» es una experiencia que sacude nuestra apacible vida cotidiana. En ella el director investiga las causas del alto índice de asesinatos en Estados Unidos. En particular se pregunta: ¿cómo es posible que dos jóvenes secundarios, luego de jugar a los bolos, ingresen a su colegio en Columbine y maten con armas automáticas a sus compañeros?



La pregunta lo conduce a desarrollar un largo viaje hasta el fondo del alma norteamericana. ¿Qué descubre? Básicamente que su nación tiene una larga tradición violenta en su política interior y exterior. Vemos interesantes análisis sobre el papel de la familia, la influencia de la música en los jóvenes, el sentido de la vida comunitaria, etc. En esta columna quisiera resaltar un problema central de la sociedad norteamericana: el odio racial y las consiguientes desigualdades sociales no resueltas. Insisto en que la película es mucho más rica y compleja.



Estados Unidos ha sido y es «la tierra de las oportunidades». Nace como una nación de inmigrantes europeos. En los años veinte la inmigración se detiene, pero se retoma en los años sesenta abriéndose a asiáticos y sudamericanos. Se trata de una nación abierta. Pero, al mismo tiempo su historia es el relato de minorías que son inasimilables y segregadas. Recuerdo películas como «Pequeño gran hombre» o «Danza con lobos» en las que se nos presenta la lucha de la caballería contra los indios norteamericanos. O desde «Lo que el viento se llevó» a «Las pandillas de Nueva York», en que Hollywood reconoce sus culpas en la segregación racial.



Desde 1955 a 1968, el movimiento de ese extraordinario hombre que fue Martin Luther King logró sacudir a Estados Unidos entero. Y los presidentes Kennedy y Johnson hicieron aprobar leyes de derechos civiles y políticos en los años 1964 y 1965. Pero Martín Luther King fue asesinado a balazos, como lo fueron los hermanos Kennedy. Y a pesar de todos los esfuerzos del gobierno y de la sociedad norteamericana en pro de la integración racial, el odio prosigue.



Veamos los datos que nos aporta Emmanuel Todd. Sólo un 2,3% de las mujeres de color se casa con un hombre blanco. La mitad de las mujeres de color son madres solteras. La mortalidad infantil de los niños de color es de 14,6 por mil nacidos vivos. Entre los niños blancos esa tasa es de sólo 5,8 por mil. El salario de los jóvenes negros disminuyó a la mitad en los años ochenta. En un mundo alfabetizado y crecientemente educado, los que no saben leer y escribir o cuentan con una baja y mala educación quedan fuera. Se trata de los «trabajadores pobres», obreros sin especialización, negros e hispanos mayoritariamente, que ganan 150 veces menos que los directores generales de las empresas para las que trabajan.



Obviamente, las diferencias raciales y sociales generan odios y desconfianzas. La solución a tan explosivo problema puede ser la integración social o la segregación represiva. Kennedy con «La Nueva Frontera», Johnson con «La Gran Sociedad» y los keynesianos Nixon, Ford y Carter intentaron sentar las bases de un Estado de Bienestar. Avanzaron mucho, pero todo se detuvo a mediados de los años setenta y sobre todo con Reagan en los ochenta.



El sicólogo del Hogar de Cristo Paulo Egenau nos da algunas pistas: Estados Unidos con 280 millones de habitantes, tiene 1.800.000 personas encarceladas. La Unión Europea, con 370 millones de habitantes, tiene una población penitenciaria de sólo 300.000 personas. Mantener tamaña población penitenciaria le significa a Estados Unidos 31 mil millones de dólares. Más de lo que destina todo el presupuesto federal para el bienestar social de 8,5 millones de pobres. Y, por supuesto, los presos son, mayoritariamente, jóvenes negros y latinos. En 1998 había 193 presos blancos por cada 100.000 blancos; 688 hispanos presos por cada 100.000 hispanos y 1.571 negros presos por cada 100.000 negros.



«Las pandillas de Nueva York» nos mostraron las resistencias de los pobres del norte a enrolarse en una guerra que no entendían. En ese levantamiento de 1863 murieron 100 personas, en una ciudad de un millón de habitantes. El 29 de abril de 1992, estallaron en Los Angeles violentos tumultos tras saberse la absolución de cuatro policías blancos que brutalmente habían golpeado al negro Rodney King. Ciento cincuenta y dos fueron los muertos y los daños alcanzaron a los 1.000 millones de dólares.



Sabemos que diez años después las cosas no han avanzado mucho. Eso es lo que nos enseña «Bowling for Columbine». Sin embargo, la película deja abiertas las puertas a la esperanza. Cuando se nos muestra la vecina nación canadiense descubrimos que es posible una sociedad distinta, integrada social y racialmente. Una sociedad en que lo natural es la confianza en el otro y en la que los debates ciudadanos no es la preocupación por la seguridad individual sino el desarrollo real y equitativo de todos. Esperemos que ese sea finalmente el camino norteamericano. La nación de la democracia que edificaron personas como Jefferson, Lincoln y King lo debiera lograr.





(*) Director Ejecutivo Centro de Estudios para el Desarrollo, CED.



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