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El paro: un despertar

Nuestras actuales autoridades se encierran en una campana de vidrio reforzado cada vez que escuchan las protestas de los trabajadores. ¿Cómo no van a necesitar gritar ante tanta sordera?


El Presidente Lagos ha dicho que los trabajadores no necesitan gritar para ser oídos. El Ministro del Interior descalificó el paro e insistió en la absoluta normalidad del país, pero al mismo tiempo se vanaglorió de que se hubieran cumplido sus profecías sobre incidentes violentistas. Confieso que comprender este último enunciado me requirió casi un esfuerzo de adivinación, porque la sintaxis y la pronunciación del ministro empeoran a pasos agigantados.



El Intendente de Santiago, bastante más elocuente que el alto dignatario, volvió a repetir el majadero eslogan de la normalidad. Para justificar la acción imprevista y violenta de Carabineros que desbandó una marcha pacifica, adujo que los propios dirigentes de la CUT solo habían pedido permiso para llegar hasta Los Héroes. En verdad, tiene razón Trivelli. Pasarse dos cuadras implica una grave amenaza a la seguridad del Estado. Hay que agradecerle que no haya mandado sacar los tanques.



Las livianas reacciones de las autoridades son una evidente demostración que han superado la marca de la ministra de la dictadura que confeso haber vivido encerrada en una burbuja. Nuestras actuales autoridades se encierran en una campana de vidrio reforzado cada vez que escuchan las protestas de los trabajadores. ¿Cómo no van a necesitar gritar ante tanta sordera?



Al contrario cuando los empresarios desean algo, el Presidente los recibe con una sonrisa. Se traslada a dialogar con ellos donde sea, en el CEP, CasaPiedra, la punta del cerro o dónde ustedes digan.



Quizás Edwards Bello hubiera escrito, con su lengua mordaz que no perdonaba a nadie, que este socialista renovado, colocado en las máximas alturas de lo político, tiene ante nuestra elite de multimillonarios, con quienes le gusta discutir en el CEP, la conducta de los antiguos siúticos que adulaban a los hombres que representaban la riqueza y el éxito y que caían rendidos de admiración ante ellos, reconociendo que allí estaba al verdadero poder.



Sin embargo, el asunto no tiene que ver con las fascinaciones del Presidente, aunque las tenga. El problema es estructural. Como Lagos hace tiempo que optó por administrar el sistema heredado de la dictadura y de los anteriores gobiernos de la Concertación, no tiene más camino que entenderse con los empresarios y desoír a los trabajadores.



No puede hacerse cargo de sus demandas por empleos menos precarizados y de sus exigencias de mayor poder de negociación para los trabajadores organizados. La mantención de esos rasgos es una condición esencial para el funcionamiento del modelo. Este sistema ha demostrado que puede convivir con una democracia política de baja intensidad, pero no puede aceptar que los sindicatos aumenten su poder. Ese es su talón de Aquiles.



Por eso, la CUT y las otras organizaciones de los trabajadores están enfrentados a un enorme dilema: ¿cómo construir capacidad de movilización en un sistema que la dificulta y con una cultura de masas que produce atomización? Sin movilización se facilita la tendencia inercial del modelo cuya reproducción exige que se mantengan las actuales condiciones de explotación y dominación de la fuerza de trabajo. Pero, ¿cómo liberar las energías que los mecanismos y dispositivos de control y de disciplinamiento de la masa trabajadora han impedido e impiden que se desarrollen?



Una condición necesaria, aunque no suficiente, es la unidad de acción de las expresiones variadas y distintas que en la actualidad constituyen el movimiento popular de izquierda partidario y sindical. Estos implica luchar contra los climas de mutua sospecha, destruir los dogmatismos, eliminar las practicas de manipulación para construir lo que hoy no hay: confianzas.



Ello exige también ampliar hacia la centro izquierda el arco de alianzas de la izquierda. En el plano sindical hay espacios posibles de entendimiento que es necesario reforzar. En vez de criticar a los dirigentes socialistas que se pliegan a las movilizaciones es necesario acogerlos sin sectarismos y aprovechar el clima de decepción creado entre sus bases por el continuismo del Gobierno.



Pero quizás lo fundamental sea reforzar el trabajo en los niveles locales, de modo que las articulaciones y la producción de planes de acción y programas se construyan desde abajo hacia arriba. De este modo se aprovecha mejor nuestra reducida fuerza inicial y se crean condiciones para su ampliación a través de acciones localizadas y especificas donde sea posible tener éxito en la aglutinación de fuerzas y en la recuperación de las esperanzas de triunfo. Al mismo tiempo, en esos niveles es posible ampliar la participación democrática de los trabajadores, buscando incentivar la movilización a través de experiencias donde se desarrolla el poder de base.



Los medios de comunicación van a imponer una lectura del paro y de las movilizaciones. Pero cualquiera que haya sido la real magnitud de la convocatoria, ella ha tenido el valor de hacer reaparecer energías de luchas, de producir un despertar.





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