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Nueva York a oscuras

La tranquilidad y ausencia de desmanes, asaltos o crímenes mayores durante la falta total de electricidad, puede explicarse por el temor de millones de personas, especialmente en el área de Nueva York, sospecharan que el apagón era un plan terrorista, semejante al que derribó las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001.


En una toma del documental de Wim Wenders, Buena Vista Social Club, 1999, el cantante cubano Ibrahim Ferrer de 72 años, quien por primera vez visitaba Manhattan durante ese año, se ve impresionado hasta las lágrimas por aquella ciudad de gigantescos rascacielos iluminados, millones de personas y autos por todas partes. La misma ciudad -la capital del Primer Mundo, para muchos-que el jueves pasado se quedó completamente a oscuras por muchas horas.



Pero el mayor apagón en Nueva York, en Manhattan y sus otros tres condados (Queens, Brooklyn y el Bronx), ocurrió en 1977 y duró 25 horas. Aquella vez se recuerda por la gran cantidad de desmanes y actos de vilencia que se produjeron, especialmnete en el condado de Brooklyn.



Mario Hernández recuerda lo que hizo en 1977 durante aquel corte total de luz, según la edición del New York Time del 15 de agosto pasado: «Esa vez me robé cinco sillones, cinco televisores, cadenas de oro, cualquiera cosa que Ud. pueda imaginar robaba la gente. Incluso la gente decente, gente que iba a la iglesia todos los días, robaban cosas en el apagón de 1977».



Hasta ahora, las radios de Nueva York y los periódicos no han reporteado ningún tipo de vandalismo como los de 1977. Parece que el apagón 2003 (como lo llaman los locutores en este momento) no tuvo la violencia del anterior. La explicación del apagón del 14 de agosto estuvo en una falla en las poderosas centrales eléctricas que abastece a gran parte de la región noreste de Canadá y Estados Unidos.



El temor a un «acto terrorista» comenzó a propagarse en las grandes ciudades que se quedaron sin electricidad (Toronto, Detroit, Cleveland, Nueva York, Connecticut, entre otras). Pero las autoridades desmintieron inmediatamente que hubiera un plan terrorista detrás del corte de energía que sorprendió a millones de norteamericanos en medio de un verano con temperaturas que han trepado hasta los 90 grados Fahrenheit.



La tranquilidad y ausencia de desmanes, asaltos o crímenes mayores durante la falta total de electricidad, puede explicarse por el temor de millones de personas, especialmente en el área de Nueva York, sospecharan que el apagón era un plan terrorista, semejante al que derribó las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001.



Esto pudo contribuir a que la gente se inhibiera, se autocontrolara para no cometer actos vandálicos en medio de un despliegue de seguridad policial mucho más intensa. Además, de la «disuasión» que provoca el miedo a ser sorprendidos con «las manos en la masa» en un estado de psicosis generalizado que podría significar severísimas condenas.



Esa es una posible explicación del porqué este apagón tuvo, pese al temor inicial, un halo «romántico» que permitió disfrutar de un Manhattan sin la velocidad de la vida moderna y sumamente tecnologizada, iluminada solo con la luz de las estrellas, sintiendo la brisa refrescante que emana del río Este y del Hudson, y sin el zumbido de las plantas generadoras, ni el traqueteo incesante de los trenes del metro que cruzan las entrañas de aquella megalópolis.



Mucha gente parecía contenta (según reportajes de los diarios de Nueva York) de estar esa noche iluminados por velas en los restaurantes que permanecieron abiertos o en sus casas sin televisión, ni la estridente música de las discotecas. La noche del 14 jueves pasado permitió que mucha gente que lleva una vida agitada, globalizada, de primer mundo, se detuviera por un instante y gozara de un momento de quietud.



Sin embargo, la falta de electricidad, de la cual depende casi el 95% de la población de los países ricos para hacer funcionar su vida cotidiana, también afectó, pero negativamente, a otros millones que viven con dificultades: los ancianos pobres que tiene que padecer las altas temperaturas del verano y el frío del invierno; o los miserables de las capas afro-norteamericanas; y los miles de latinos hacinados en barrios semi-marginales.



Claro que los países ricos solucionan rápidamente sus fallas eléctricas. Pocas horas después del apagón la electricidad comenzó a retornar a sectores del noreste, dejando atrás una noche a oscuras que será recordada como un incidente dentro de sus vidas cotidianas y no como una condición permanente como ocurre en muchos lugares del Tercer Mundo.



La prensa norteamericana poco habla, o poco le gusta comparar lo que ocurre en lejanas regiones pobres del planeta y que suman millones de personas los que vivirán a oscuras por años o toda la vida. Esos que aún cocinan a leña, los que viven permanentemente alumbrados por velas o «chonchones». Los que no tienen acceso a la televisión ni a la radio. Y menos con acceso a los sofisticados medios electrónicos que provee la globalización (Internet, TV cable, etc.). De eso no se habló en apagón 2003 de Nueva York.



Siempre recuerdo la expresión de Ibrahim Ferrer en aquel documental de Wenders, cuando se quedó hipnotizado mirando las maravillosas luces de los edificios de Manhattan. Aquel cubano que en todos sus 72 años jamás había estado en un país rico donde todo parecía luminoso (artificialmente sin duda), inmenso y de otra belleza. Distinta a su querida Cuba. Distinta a la romántica luz de la velas y de la luna de los cielos tropicales estrellados.





* Javier Campos es escritor y académico chileno en EE.UU.



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