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Los católicos y la ley de divorcio

Lo ocurrido en el Senado es solo el reflejo de esta tendencia occidental secularizadora, y de los cambios experimentados en las opiniones y estilos de vida de los chilenos y de los propios católicos.


Entre paros y propuestas de derechos humanos, el Senado de la República aprobó la idea de legislar acerca del proyecto de Ley sobre Matrimonio Civil. Como se sabe este fue aprobado en la Cámara de Diputados, en 1997, y reconoce legalmente el divorcio vincular en una serie de casos. Los obispos de la Iglesia Católica de Chile, en 1998, discreparon del proyecto pues, en su concepto, «favorece el amplio uso del divorcio vincular, debilitando en consecuencia la institución del matrimonio y de la familia que se forma a partir de éste». Con este predicamento se desarrolló una intensa actividad sobre el Senado en orden a impedir lo que ya parecía inevitable. Pero por 33 votos a favor y 13 en contra fue aprobada la idea de legislar.



La verdad es que estamos frente a un proceso que han vivido todos los países en que la mayoría se declara católica. Partiendo por la propia Italia. En 1970 la socialista Fortuna y el liberal Baslini presentaron una ley que permitía el divorcio en Italia. Rápidamente, el Parlamento la aprobó en diciembre de 1970. Un grupo de católicos formó un Comité Nacional para un Referéndum acerca del Divorcio. En poco tiempo recolectaron 1.370.134 firmas. Un millón era suficiente para exigir un referéndum para derogar la ley. Para muchos católicos se trataba de una cuestión discutible. Pues la pregunta no era: «¿La doctrina católica permite el divorcio?» En ese caso hubiese sido un deber religioso participar en contra. Pero la pregunta era si ley aprobada era o no buena para la Italia de 1974. Y el catolicismo se dividió, como en casi todas las opciones temporales ocurre. El 12 de mayo de 1974, el 59,1% de los italianos votó a favor de mantener la vigencia de la ley que establecía el divorcio vincular. En 1978 un referéndum, también, aprobó la legalización del aborto.



¿Qué está pasando? Que avanza un proceso de secularización en el mundo occidental que consiste en que cada vez más personas, en conciencia, deciden qué es lo bueno y qué es lo malo. Se trata no de un proceso de pérdida de importancia de lo religioso. Por el contrario, si vemos no Europa, sino que Estados Unidos, Asia, África y América Latina la religiosidad tiene una importancia enorme. De lo que se trata es de la disminución de la influencia de los clérigos y la jerarquía eclesiástica en la determinación de los estilos de vida de sus feligreses. Mejor aún, se trata del surgimiento de un nuevo tipo de autoridad, que ya no podrá basarse en dogmas e imposiciones, sino que en la persuasión y acompañamiento de los sacerdotes, monjas y diáconos con y para los laicos.



Y aquí están dos datos centrales que quiero destacar.



El primero, es que los católicos chilenos somos minoría. Sí, minoría. Es cierto que más de un 72% de los chilenos se declara católico. Pero sólo un 14% se declara observante, en 1998, en el Mapa de la Religiosidad en 31 países dado a conocer por el CEP. Chile se ubica en niveles muy parecidos a los europeos, continente que ha sido llamado postcristiano. Peor aún. Es cierto que sólo un 50% de los franceses se dice católico, pero un 23% de ellos es observante. Y en América Latina los chilenos somos los menos observantes, sólo superados por los muy laicos uruguayos. Eso sí, Chile es un país de altísimas creencias religiosas, sólo superado por Filipinas, Estados Unidos y Chipre. Se cree mucho en Dios, en la vida después de la muerte, en el cielo, en el infierno y en los milagros. Pero otra cosa es la práctica cotidiana.



El segundo, es que los católicos difieren en aspectos importantes con el discurso oficial de la Iglesia Católica. El divorcio es un caso. En 1999 sabíamos que un 79% de los chilenos estaba de acuerdo con una legislación que autorizara el divorcio en ciertos casos. Los católicos observantes declaraban lo mismo en un 66% y los evangélicos observantes, en un 60%. Sabemos que los chilenos se casan cada vez menos, cada vez más tarde, tienen cada vez menos hijos y cada vez más fuera del matrimonio.



Lo ocurrido en el Senado es sólo el reflejo de esta tendencia occidental secularizadora, y de los cambios experimentados en las opiniones y estilos de vida de los chilenos y de los propios católicos.



¿Qué hacer? Desde ya, abandonar todo intento final de ganar una batalla legal que, como se planteó, estaba llamada a la derrota. Una ley no cambiará la realidad antes descrita. Luego desechar la reacción fácil de echarle la culpa al que está al lado. Y partir a escuchar a la sociedad civil y política preguntándoles: ¿Qué está pasando? Y creo, humildemente, que dos preguntas deben orientar el debate entre los católicos. La primera es: ¿qué ha pasado en Chile que ha impedido una adecuada comunicación entre jerarquía, laicos y sociedad? y ¿cómo mejorar dicha comunicación y lograr así que en la sociedad civil y luego en la política se fortalezcan valores y prácticas que los católicos consideramos centrales como son la familia fundada en el matrimonio para toda la vida?





(*) Director Ejecutivo Centro de Estudios para el Desarrollo, CED.



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