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Allende fue un precursor de la renovación de la izquierda chilena

Allende nos lega el sentido de la igualdad, el deber de la solidaridad, la ética como parte insustituible de los comportamientos políticos. Por ello, Salvador Allende estará siempre en nuestro recuerdo, en nuestros ideales y en la capacidad para no perder nunca la irrenunciable capacidad de soñar.


A 30 años de la muerte de Salvador Allende, la Cámara de Diputados le rendirá homenaje. Él entró como diputado en el año 1937 y permaneció en el Parlamento, como senador, hasta el momento en que el Congreso Pleno lo designó Presidente de República, en 1970.



Allende vivió toda su vida dentro de las instituciones democráticas como representante de la soberanía popular y murió defendiéndolas. Buena parte de la construcción del Estado de derecho y del perfeccionamiento que la democracia chilena experimenta en la década de los 50 y 60 está adscrita legislativa y culturalmente al nombre, a la acción y al pensamiento de Salvador Allende.



La defensa del cobre, el fin del latifundio, la consagración de leyes en defensa de los derechos del mundo laboral, la salud pública, la educación para todos, son temas en que se encuentra la huella de Allende como legislador y político.



Allende marcó la vida pública de Chile como Ministro, como parlamentario, como médico, como líder indiscutido del mundo popular y de la izquierda, como Presidente constitucional, como mártir y como mito.



Allende fue un demócrata y un republicano en el sentido más puro del término. Provenía de una familia que en buena medida marcó su pensamiento desde pequeño. Su abuelo, Ramón Allende, que organizó los servicios médicos del Ejército en la guerra del pacífico, fue senador Radical y Serenísimo de la Gran Logia de Chile: De su padre extrae el laicismo, la tolerancia, una enorme fuerza de voluntad, una profunda vocación social, y la admiración embelesada por los obreros que conoció desde su infancia en las minas del salitre de Iquique y en el puerto de Valparaíso.



Por ello, no es extraño que Allende contribuyera a fundar el Partido Socialista que, en su Acta de Fundamentación teórica escrita por Eugenio González, señalaba: «no nos parece posible separar el socialismo de la democracia, más aún: solo utilizando los medios de la democracia puede el socialismo alcanzar sus fines sin que ellos se vean desnaturalizados». Allende se mantuvo fiel a estas ideas cardinales y a estos objetivos que alumbraron su pensamiento político: el de unir siempre la democracia con la justicia social, con la igualdad, como dos componentes inseparables de un mismo todo».



Fue un revolucionario, y su pensamiento, tal como ocurrió con Ponce, Ingenieros, Mariátegui y otros grandes intelectuales latinoamericanos, estuvo más ligado a la revolución Francesa que a la de Octubre, a la trilogía de la libertad, igualdad y fraternidad -que son inherentes a la manera iluminada como Allende miraba el mundo y los procesos sociales- que a los soviets, al Contrato Social de Rousseau que al Qué Hacer de Lenín que nunca leyó.



El Marx de Allende era el de la Renania, es decir, el que afirmaba que nunca cambiaríamos la libertad por la igualdad y él que al final de su vida apreciaba el voto universal como la mayor conquista revolucionaria conseguida en Europa. Allende estuvo muy lejos del Marx del Programa de Gotha donde enunciaba la dictadura del proletariado, y nunca entró en su formación cultural el modo como esta tesis marxista fue aplicada por Lenin y sobre todo por Stalin en los llamados socialismos reales.



Probablemente, Allende no estudió el pensamiento de Antonio Gramsci, que en Chile se hizo conocido por las traducciones argentinas y mexicanas en los años 60 y que recién se popularizó a mitad de los 70 y 80 en nuestro país. Sin embargo, Allende era intuitivamente gramsciano ya que al igual que él señalaba que la batalla política se daba en la construcción de la hegemonía en la sociedad civil y en el plano de las ideas en la superestructura mucho más que en la fórmula tecnicista y completamente extraña a su cultura del asalto al poder tan típico de los revolucionarios del inicio del siglo.



Es relevante que Salvador Allende haya apoyado a Tito, el líder yugoslavo, en su fuerte controversia con Stalin y la URSS, y que se haya colocado desde el primer momento al lado de Dubcek y de la Primavera de Praga en rechazo a los tanques rusos que aplastaron ya a fines de los años 60 esta experiencia reformadora en Checoslovaquia. Como es emblemático que el Che Guevara, que fue su amigo, que él destacaba era aquel que aparecía en aquellos años como emblema del sueño bolivariano de una América única, libre, sin fronteras, mucho más que al propulsor de la insurrección militar en Cuba, en el Congo y en Bolivia.



Esta posición lo identificó y lo diferenció de la cultura comunista chilena que mantuvo su ortodoxia pro-soviética y cuyo pensamiento político se construye a través de la revolución rusa, del leninismo y del stalinismo.



En efecto, el propio Luis Corvalán señala: «Con Allende no teníamos las mismas concepciones. Habían serios vacíos y debilidades en su formación marxista. Disentíamos, por ejemplo, de su criterio que nuestra vía revolucionaria conformaría un segundo modelo de realización del socialismo que excluiría o haría innecesaria la dictadura del proletariado en un período de transición». Es decir, la posición «socialdemócrata» de Allende, como era motejado despectivamente por sus enemigos de ultraizquierda, era considerada un debilidad intelectual y no un mérito político.



Allende fue, por todo ello, el primer renovado de la izquierda chilena. No fue un jacobino sino un reformista. Su idea y su proyecto de una «vía chilena al socialismo», construida dentro de las instituciones, por los métodos y los fines de la democracia, buscaba ser un modelo completamente alternativo al de los socialismo reales. En este proyecto Allende fusiona su concepción socialista con el liberalismo democrático y con la matriz racionalista de su pensamiento. Allende fue un político moderno, iluminista, un hombre de acción, un luchador social, un estadista, un hombre poseído de una idea trascendente de la política y de la vida. Un hombre elegante, refinado, culto, amante de lo bello, capaz de sorprenderse con las novedades del mundo. Un infatigable buscador del consenso y del diálogo político y social.



Por ello, Allende fue también un visionario que trató de construir un acuerdo con el mundo cristiano porque más que otros en la Unidad Popular tenía claro que la dimensión de los cambios que su Gobierno impulsaba requerían de una sólida mayoría política que solo podía obtenerse con una alianza más amplia que la propia Unidad Popular.



Que duda cabe que Allende estaría hoy junto a nosotros en la Concertación por la Democracia porque más que nadie, en aquel tiempo, estaba consciente de la necesidad de una alianza histórica que reuniera a las grandes fuerzas populares de nuestra patria.



Sin embargo, Allende, visto con el criterio historicista que se debe mirar a los grandes personajes, era también hijo y contemporáneo de su tiempo, era un profeta en el mundo de las divisiones ideológicas confrontacionales, era un buscador de la paz en el mundo de la guerra fría, era parte de las concepciones de los destacamentos de clase, de las vanguardias iluminadas, del determinismo, de la época de la existencia de los enemigos en el campo nacional e internacional, de una visión ineluctable de la construcción de la sociedad socialista que de cualquier forma, incluso en la versión más amplia y democrática, implicaba una partición de la historia, otra civilización ajena y radicalmente distinta de aquella en la cual el propio socialismo forjaba sus bases.



Allende y la Unidad Popular intentaron realizar una revolución sin precedentes en la historia de Chile con una alianza social minoritaria, dividiendo a las fuerzas democráticas de la izquierda y del centro, permitiendo que se radicalizara y polarizara el enfrentamiento social de manera que no quedó espacio para alianzas de ningún tipo, tolerando complacientemente las políticas ultraizquierdistas y la fraseología violentista dentro y fuera de la alianza de gobierno y, con ello, se facilitó y favoreció el desarrollo de una derecha nacionalista y golpista y de los movimientos armados de la ultraderecha -que nacieron antes, estuvieron siempre latentes, pero no eran hegemónicos- y que reemplazó a la derecha parlamentaria y republicana hija y heredera del alessandrismo y de la Constitución del año 25.



En mi opinión, el propio proyecto que Allende encabezaba era inviable, ya a esa altura de los acontecimientos, porque el mundo comenzaba a caminar hacia la universalización del mercado y no hacia la estatización de la economía. Allende mismo fue víctima del ideologismo, del sectarismo, de la ausencia de gobernabilidad como valor de la democracia. De hecho es sorprendente que las fuerzas principales de esta izquierda chilena mirara poco o nada a la experiencia de los países socialdemócratas que en aquel tiempo habían logrado construir un gran estado de bienestar para sus habitantes y cuya experiencia es, sin duda, el máximo patrimonio de democracia e igualdad que las fuerzas progresistas han construido históricamente en el mundo.



Sin embargo, tal como lo demuestran todas las investigaciones que años después llevó a cabo el Congreso de EEUU y hasta el propio filme Nixon, la originalidad de Allende, el carácter democrático de un socialismo que llegaba al poder por las urnas, tenía una capacidad de expansiva enorme en un continente pobre, dependiente, intervenido, hambriento de justicia y de cambios, como el de los años 60, y ello era demasiado peligroso para los intereses del Pentágono dirigidos por la peor política internacional norteamericana conocida, y para aquellos que como la ITT y los grandes consorcios multinacionales de la época buscaban mantener el control sobre nuestras economías. Por ello estimularon el golpe de Estado en Chile.



Hoy el tiempo de Salvador Allende no existe más. El mundo ha cambiado veloz y radicalmente. Grandes revoluciones advienen por vías distintas a las de la política y la propia revolución como cambio palingenético ya no existe. Son otros los temas, otros los sujetos, otros los problemas a los cuales hay que dar respuesta en la sociedad globalizada y de mercado mundializado y altamente tecnologizada.



Sin embargo, Allende nos lega el sentido de la igualdad, el deber de la solidaridad, la ética como parte insustituible de los comportamientos políticos. Por ello, Salvador Allende estará siempre en nuestro recuerdo, en nuestros ideales y en la capacidad para no perder nunca la irrenunciable capacidad de soñar.





* Sociólogo, diputado del PPD.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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