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Mes de la Patria

Este es el mes en que recordamos que Chile participó en una revolución continental que puso término a las monarquías, y sentó los cimientos de la república y de la democracia. Y es el mes que nos recuerda lo difícil que es alcanzar tan alto propósito.


Chile vivió un agosto enteramente distinto a los habituales. Los medios de prensa se cubrieron de reportajes en torno a los treinta años del quiebre de la democracia. Eso es positivo pues los pueblos, como las personas, deben saber de dónde vienen para saber hacia dónde van. Es valorable pues la memoria es una facultad humana única. El recordar nos invita a agradecer lo que hemos recibido de esta vida, pedir perdón por lo que hemos hecho de malo, aprender de nuestros fracasos y éxitos. El hombre y la mujer no estamos condenados a «tropezar dos veces con la misma piedra».



Por eso, este mes de la Patria es más importante que nunca. Se cumplen treinta años de un hecho que nos sigue dividiendo. Mal que mal, entre tableteo de metralletas, estruendos de cohetes, llamas y humo, un Presidente de Chile se suicidó y una de las democracias más antiguas del mundo se desplomó. Y derrotado el Estado de Derecho vinieron las violaciones sistemáticas a derecho tan elementales como los de la vida, la integridad física y moral de las personas.



Otros países han vivido los quiebres de sus democracias. La Alemania de Weymar previa a Hitler, la Italia parlamentaria previa a Mussolini, la España débilmente republicana previa a Franco, la Checoslovaquia democrática previa a Stalin son parte de una infinidad de países que vivieron la desgracia que en Uruguay y en Chile experimentamos en 1973.



De estas dolorosas experiencias la ciencia política ha extraído ciertas lecciones. Y, por cierto, los chilenos también hemos realizado una aún débil autocrítica del «Nunca más». Si volvemos la mirada a 1973 diremos que hemos aprendido que:



1.- Debemos siempre rechazar el ser parte activa de conflictos ideológicos mundiales que dividan a naciones como la chilena en guerras que no son las nuestras. Las democracias de los países como el nuestro, pequeños y de desarrollo intermedio, difícilmente sobreviven cuando hay un poder externo imperial que decide intervenir alentado por actores internos.



2.- Debemos estar muy atentos al reinicio de una cultura de la intolerancia y de la descalificación de nuestros adversarios. La esencia de la política es la capacidad de diálogo y de compromiso entre adversarios. Lo otro es la guerra. Cuando en Chile empezamos a creer que había chilenos antipatriotas o prescindibles, la suerte de la democracia empezó a oscurecerse.



3.- Por lo mismo, debemos rechazar rotundamente la agresión verbal, que es la antesala del ataque político y la violencia de las armas. El garabato, la grosería y el ataque personal sobre todo en la prensa escrita, parten por divertirnos. Pero al poco andar, cuando se dirigen en contra de nuestros líderes o personas queridas, nos gustan bastante menos. Y así es muy fácil caer en la escalada que parte en el insulto, pasa a los puños y termina en las calles.



4. – La democracia sólo vive en el respeto del Estado de Derecho. Es decir, cada uno de los actores debe asumir un inviolable compromiso público de emplear sólo los medios legales para llegar y mantenerse en el poder y rechazar el uso de la fuerza. Por ello jamás apoyar o realizar acciones conjuntas con organizaciones manifiestamente antidemocráticas, que practican la violencia o desarrollan la destabilización política vía huelgas expresamente antirégimen democrático.



5.- En particular, jamás se debe buscar apoyo político en los militares. Ellos son por definición actores que deben mantenerse al margen del conflicto político, ideológico y partidista. Cuando las Fuerzas Armadas dejan de ser controladas por el poder civil, la democracia se acaba. Y cuando las Fuerzas Armadas entran o son empujadas a entrar al conflicto político, se abren los abismos de la guerra civil o del Golpe de Estado.



6.- En otro sentido, jamás se deben politizar instituciones como son la Contraloría General de la República, el Tribunal Constitucional y los Tribunales de Justicia. Ellas deben ser órganos de control e instituciones jurisdiccionales que declaran el Derecho, no sometidas a presiones ni injerencias indebidas de ningún poder particularista. Y cuando fallan, sus resoluciones deben ser respetadas.



7.- Por muy enconada que sea la lucha política y aunque los que están en el gobierno crean sinceramente que sus objetivos son nobles y miserables sus adversarios, jamás debemos caer en la política de promover restricciones a las libertades públicas y civiles de nuestros contradictores y de la ciudadanía. Atacada la diversidad de opiniones, silenciada la voz opositora, no sólo violamos derechos civiles y políticos elementales, sino que, además, corremos el riesgo de conducir al país y a nosotros mismos al despeñadero.



8.- La democracia, más allá de sus resultados socioeconómicos, tiene un valor en sí mismo. Se consulta a todos, se respetan los derechos civiles y políticos de todos y la libertad entendida como autogobierno se practica. Desde esta sólida base, y sólo desde allí, podrá existir un crecimiento económico sustentable en el tiempo y equitativo en la distribución de sus beneficios.



9.- En virtud de lo anterior, cuando un gobierno vive una crisis que compromete el sistema político, la seguridad nacional o aspectos centrales de la vida económica, la oposición debe ofrecer su apoyo aunque ello signifique pérdidas electorales de corto plazo.



Aquí se presentan lecciones políticas que otros pueblos -y espero que también Chile-, han aprendido de sus quiebres democráticos. Sin embargo, lo esencial no está dicho. ¿Y qué es lo esencial? La noción de Patria, de nación, de historia común y proyecto común. Si ponemos el interés general, el bien común, por encima de cualquier otro interés particular es porque creemos que Chile merece nuestro mejor esfuerzo y nuestros más altos sacrificios.



Cuando tomamos conciencia que aquí nacimos y que aquí queremos ser enterrados surge esa solidaridad con todos lo nuestro y los nuestros. Pensamos distinto y tenemos intereses distintos, pero nos sabemos en un mismo y pequeño barco en medio de las tempestades de la humanidad. Y aquí no hay chilenos privilegiados y otros miserables. No puede haberlos pues cuando una nación desprecia a uno de los suyos, actúa como si sobraran connacionales, entonces la democracia, que es el gobierno del pueblo, más temprano que tarde se quiebra.



Celebrar el Mes de la Patria es para esto. Este es el mes en que recordamos que Chile participó en una revolución continental que puso término a las monarquías, y sentó los cimientos de la república y de la democracia. Y es el mes que nos recuerda lo difícil que es alcanzar tan alto propósito. El mes de la Patria es esto o simplemente es una conmemoración sin sentido más que el festivo.





(*) Director Ejecutivo Centro de Estudios para el Desarrollo, CED.



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