Publicidad

Centralismo: un obstáculo para la modernización

¿Qué interés puede tener Estados Unidos en firmar un Tratado de Libre Comercio con Chile, si su mercado equivale a 148 veces el nuestro y su ingreso por habitante es 8 veces superior?


El Ministerio de Transportes y Telecomunicaciones ha iniciado el proceso de licitación para las plantas de revisión técnica (PRT) de vehículos que, básicamente, apunta a reducir su número a 69 -de las 107 que, actualmente, existen en todo el país-, y lograr que todas sean automatizadas.



Las consecuencias y efectos de esta «nueva política» no han sido suficientemente dimensionadas por la autoridad, y amenazan con provocar innumerables trastornos a los ciudadanos de regiones. En efecto, la disminución de las PRT obligará a muchos automovilistas y transportistas a viajar cientos de kilómetros para cumplir una obligación que les impone el Estado. Además, las mayores exigencias que traerá aparejada la medida aumentará el riesgo no pasar la revisión a vehículos antiguos, microbuses de recorridos rurales y camiones de modestos transportistas, entre otros.



Esta decisión de la autoridad encierra un problema de muy superior envergadura, que se arrastra por demasiado tiempo, y sobre el cual no parece haber voluntad política suficiente para superarlo: el centralismo.



Normalmente, el centralismo produce sus efectos porque buena parte de los recursos que maneja el Estado se invierten en la Región Metropolitana y también porque un alto porcentaje de los que se destinan a regiones, lo deciden autoridades del nivel central.



En el primer caso, la desigualdad es irritante y genera la convicción de que para la autoridad gobernante son mucho más importante los problemas y necesidades de Santiago que de cualquier comuna o ciudad en regiones.



Algunos ejemplos: los cientos de millones de dólares destinados a la permanente ampliación del Metro de Santiago, frente a la postergación histórica de viejos proyectos y anhelos regionales, como obras de riego o caminos; la completa inequidad en la distribución de recursos para obras de diversa índole, con motivo del Bicentenario, entre Santiago y las regiones; y los miles de millones invertidos en la descontaminación de la capital, mientras las regiones ruegan por mejoras a su infraestructura. Tantos ejemplos se pueden encontrar como la información lo permite.



En el segundo caso, es decir, inversiones en regiones que se resuelven en Santiago, basta con señalar que más de la mitad de los recursos los decide uno o varios burócratas de alguna oficina en el centro de la capital. En este caso, el centralismo muestra un verdadero desprecio por las capacidades de la gente de regiones, al no otorgarles ni siquiera el derecho a priorizar.



Otra expresión del centralismo son aquellas decisiones que se toman para resolver problemas santiaguinos y que a poco andar se «exportan» a las regiones. Este es el caso de las PRT, que se fundamenta en la contaminación y en el excesivo parque automotriz -lo que justificó la pretensión de aumentar el impuesto al diesel-, o de algunos Tratados de Libre Comercio que benefician a los que exportan y que afectan a ciertas regiones, cuya principal actividad es la sustitución de importaciones. Aquí se demuestra como todos los chilenos pagamos la cuenta por tener una capital que concentra el 40% de la población total de Chile.



Para ser justos, es preciso reconocer que muchos chilenos padecen de un «centralismo mental crónico», lo cual se confirma, por ejemplo, en los medios de comunicación nacional. Cientos de minutos destina la TV a las inundaciones en Santiago y ni un segundo a las familias de la cordillera en la Araucanía cuando quedan aisladas y se mueren sus animales. Cuando un peaje en el Área Metropolitana molesta a los vecinos, se hacen reportajes especiales y los matinales lo destacan, en el caso de las provincias, desfilan las autoridades regionales por Santiago intentando ser escuchados. Si en la capital es asaltado un negocio, todo Chile se entera a través de los noticiarios y los crímenes horrendos ocurridos en las regiones, pasan desapercibidos para el resto del país.



Podría extenderme latamente describiendo cientos de ejemplos de las diversas expresiones del centralismo, pero es mejor continuar luchando por un anhelo que invariablemente tenemos todos en regiones: incentivos para hacer posibles más inversiones; políticas de largo plazo para nuestras principales actividades económicas; recursos públicos invertidos con equidad y decididos en las propias regiones, son parte de los sueños compartidos y un desafío en el proceso de modernización del Estado.





el autor es diputado de RN por el Distrito 49, IX Región.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias