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El triunfo de la libertad

El sistema electoral presidencial, por su parte, permite elegir al candidato que obtenga la mitad más uno de los votos, en primera o segunda vuelta, previniendo entonces que, como en 1970, una minoría del 37% se imponga por sobre una mayoría.


Comprendo que, a estas alturas, estemos todos algo saturados con el 11 de septiembre de 1973 y con las variadas interpretaciones que se han dado respecto de sus orígenes y consecuencias.



Sin embargo, en medio de esta catarsis colectiva y de la nostalgia de los setenta que ha contagiado al país, me parece imprescindible que nos detengamos un momento y reconozcamos, con sinceridad y sin caer en la tentación de los lugares comunes que se han repetido hasta la saciedad por estos días, que tras el derrocamiento del gobierno de la Unidad Popular, Chile experimentó la más importante transformación política, económica y social de su historia.



TRIUNFO DE LA LIBERTAD. La intervención de las Fuerzas Armadas el 11 de septiembre del 73, que contó con el amplio respaldo ciudadano (aunque las versiones históricas más remozadas insistan en ocultar esa verdad), fue el punto de partida de un camino que impuso en Chile el triunfo de las ideas del mundo libre. Democracia versus dictadura del proletariado; libertad individual versus el control ciudadano auspiciado por el marxismo; economía social de mercado y rol subsidiario del Estado, versus la estatización de los medios de producción y el socialismo.



A partir de esa fecha, fatídica para algunos, redentora para otros, comienza una transformación radical para el país, no sólo en el plano de las ideas, sino fundamentalmente a través de reformas sociales y económicas, que comenzaron a materializarse en los 80 y a dar frutos en los 90. La revolución silenciosa que percibió tempranamente Joaquín Lavín, en 1987, fue, por supuesto, mucho más que un eslogan propagandístico; era el auspicio de lo que vendría después.



Hoy, Chile es el país más estable y confiable de América Latina; los tratados de libre comercio que hemos celebrado con los principales mercados internacionales son la respuesta a esa estabilidad. Gozamos de una condición privilegiada respecto de nuestros vecinos, porque en pleno gobierno militar nos atrevimos a ser pioneros en un proceso modernizador que el resto del subcontinente iniciaría, al menos, una década después.



GOBIERNOS DE MAYORÍA. Dado nuestro actual ordenamiento constitucional, en Chile sería prácticamente imposible que pudiera revivirse una situación como la de la Unidad Popular, un gobierno elegido por una minoría, que pretendió imponerle a la mayoría un determinado modelo de sociedad.



La Constitución impulsada por el gobierno militar, aprobada en 1980 y reformada en 1989 (con el apoyo de la Concertación y del 83% de los electores), estableció reglas claras de gobernabilidad; y un sistema electoral que ha garantizado la estabilidad institucional, basado en dos conceptos complementarios, binominalismo y segunda vuelta presidencial.



El sistema binominal ha promovido la existencia de dos grandes coaliciones políticas, representantes hoy del 90% del electorado, que han privilegiando los consensos y las posiciones moderadas, permitiendo, por tanto, una transición democrática ordenada y sin traumas. El sistema electoral presidencial, por su parte, permite elegir al candidato que obtenga la mitad más uno de los votos, en primera o segunda vuelta, previniendo entonces que, como en 1970, una minoría del 37% se imponga por sobre una mayoría.



En la práctica, desde 1990 gran parte de las decisiones fundamentales para Chile, incluidas las leyes, han sido aprobadas por los sectores que representan a la mayoría ciudadana. Y en definitiva, la Constitución, el sistema electoral y en general todas las instituciones políticas buscan precisamente eso, acuerdos, estabilidad, progreso y paz social.



DERECHOS HUMANOS. Sin duda, este es el punto de mayor sensibilidad a la hora de hacer balances y sacar lecciones. Las consecuencias de la violencia política propiciada por la izquierda radical y los movimientos terroristas; y de los atropellos a los derechos humanos y excesos cometidos durante el gobierno militar, han conmovido a todos los chilenos por igual y ningún sector puede arrogarse hoy la propiedad exclusiva de ese dolor.



No obstante la necesidad de encontrar la verdad y asegurar una reparación para las víctimas de esa violencia y sus familiares, creo que esa experiencia nos ha permitido construir, entre todos, una plataforma ética y política que resguarda a nuestra sociedad. Tal como quien ha sufrido una grave enfermedad valora la salud cuando la recupera, los chilenos valoramos profundamente y estamos decididos a reguardar la vida, la libertad y los derechos fundamentales del ser humano.



En treinta años nuestro país y el mundo han cambiado, han caído los muros, la violencia está en retirada, se ha impuesto la democracia como la mejor forma de gobierno y las ideas de la libertad han triunfado. Los chilenos estamos en condiciones de mirar hacia el futuro, porque tenemos grandes desafíos que superar, convertirnos en un país plenamente desarrollado, derrotar la pobreza y la desigualdad de oportunidades, aprender a convivir con nuestras diferencias.



No podemos dejar pasar otros treinta años para convertir en realidad esos sueños.





Escriba al correo personal del diputado Patricio Melero



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