Publicidad

Nunca más


Nunca Más es la frase sagrada del movimiento de los derechos humanos. Suena como una exclamación al cielo y como una presencia inasible en la memoria. Se arroja sobre el futuro, como una flecha que en su trayecto conserva el impulso inicial que le da origen. Es una determinada fuerza, una cualidad intrínseca que incide en la profundidad y sentido de sus consecuencias. Es un compromiso y al mismo tiempo una plegaria; un grito insolente, un acto de infinita sabiduría. En fin, una señal genuina de arrepentimiento y humanidad cuando es el alma quien la declara.



El 11 de septiembre de 1973 es una tragedia para Chile. Un pedazo de nuestra historia que no se puede cambiar ni se puede reescribir. Ocurrió de la manera que sabemos y hubiésemos querido que ello jamás sucediera. La pérdida de la democracia y las sistemáticas violaciones a los derechos humanos perpetradas durante la dictadura de Pinochet marcaran durante generaciones la memoria de nuestro país. No obstante, las diversas fuerzas políticas tenemos la enorme responsabilidad de no endosar a las futuras generaciones un pasado de odio y divisiones. Como dijera el Presidente Lagos en su reciente discurso del 11 de septiembre: en Chile la mitad de la población no había nacido en 1973.



Es sabido que un grupo de parlamentarios, algunos de oposición y otros de gobierno, quisimos contribuir a 30 años del golpe militar a testimoniar una lección con la historia, a través de un Nunca Más que comprometiera nuestra adhesión insustituible a la democracia, la paz, la tolerancia y el respeto irrestricto a los derechos humanos. Queríamos abrir una nueva mirada, recuperar confianzas, avanzar en la reconciliación y mirar al futuro. Estábamos convencidos que el poder legislativo debía enviar una señal de unidad y arrepentimiento, porque antes y después del 11 de septiembre de 1973, habríamos podido hacer mucho más por resguardar la convivencia democrática y los derechos humanos.



En este esfuerzo por acercarnos a una visión compartida de los hechos, coincidimos en destacar las consecuencias imborrables del golpe de Estado. Hubo un gran consenso en señalar que el 11 de septiembre de 1973 fue la culminación de un proceso de deterioro del orden institucional y de una perturbación sustantiva en la vida social del país. Se produjo un progresivo debilitamiento de la democracia y la legitimación de la violencia como vía de acceso al poder. Sin embargo y a pesar de constatarse profundas diferencias respecto de las causas que originaron el golpe de Estado, se materializó un amplio consenso en torno al juicio inapelable que ninguna circunstancia podía justificar los sistemáticos crímenes ocurridos con posterioridad a la instalación de la Junta Militar.



El Partido Por la Democracia quiso ir más allá al señalar que había responsabilidades compartidas en el clima de enfrentamiento y descalificaciones acontecido durante los primeros años del gobierno de la Unidad Popular y que en las sistemáticas violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la dictadura de Pinochet no había espacio para las responsabilidades compartidas, ni para empatar a víctimas y victimarios. La responsabilidad política de esos hechos pertenece a quienes apoyaron la dictadura y guardaron un silencio cómplice frente a las políticas de persecución, torturas y asesinatos selectivos ocurridas durante 17 años. El PPD fue enfático en afirmar que este gesto de arrepentimiento y unidad era un Nunca Más a todo y en ningún caso el intercambio de un Nunca Más por otro.



Finalmente, el mundo político no supo aprovechar este momento. La clase dirigente ocupó su retórica de siempre para huir de una reflexión serena y verdadera. A falta de voluntad política para encarar con profundidad estos hechos, preferimos comentar los acontecimientos pretéritos a ser protagonistas de nuestro propio testimonio. Debimos actuar con generosidad y altura de miras, pero sucumbimos a la mezquindad y a los intereses de corto plazo, demostrando una vez más cuán lejos nos encontramos de interpretar a la ciudadanía. Justo en estos días cuando hemos sido testigos de una catarsis colectiva sin precedentes a través de una amplia cobertura mediática a los 30 años del golpe militar. La ciudadanía como nunca antes quería hurgar en el pasado para restablecer ese vínculo perdido con nuestra memoria histórica.



¿Por qué resulta tan difícil entonces que cada uno admita aquello que ya nadie ignora? ¿En qué momento nuestra sociedad se abrirá al perdón y el arrepentimiento? ¿Por qué es el General Cheyre quien propone un Nunca Más antes que la clase política? ¿Por qué la UDI insiste en notariar una opinión aberrante de los hechos para evitar el gesto de pedir perdón de una vez por todas?



Este Nunca Más por ahora no resultó, pero su voz se escucha en todas partes. Estamos contentos con haber tomado esta iniciativa. La llevamos a cabo pensando en nuestros valores y no en la tiranía del éxito, porque muchas cosas tienen sentido a pesar de no conseguir todo lo que se proponen: abren puertas, ensayan nuevos caminos. Nos asiste el convencimiento que hicimos una buena contribución a Chile en un momento de profundo recogimiento nacional. Ha quedado claro que este Nunca Más es necesario, tiene un enorme sentido y lo seguirá teniendo.





* Presidente del PPD.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias