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Frivolidades varias, «cosismo» y Francis Fukuyama

Tiemblo cuando pienso en la ceguera de la clase dirigente de un país, cuando nos la pasamos el día discutiendo acerca del delincuente que robó diez autos, en la pelota de fútbol que llenó, nuevamente, la red, o en las infinitas andanzas sentimentales de nuestros ídolos musicales o de televisión.


Ser patriota, de lo que hemos hablado en este septiembre que se va, no significa ser un nacionalista extremo o un provinciano estrecho. Seamos claros, el amor por Chile, y por nuestras localidades, pasa por un enérgico pensamiento y acción globales. En efecto, los desafíos mundiales que se nos han venido encima son portentosos.



Desde el mundo desarrollado ha llegado quizás el desafío central para la naturaleza humana. La biogenética ha avanzado a tal punto que podemos trascender al hombre. Nada menos que el autor del «fin de la historia» nos advierte hoy de los excesos de la biotecnología. Francis Fukuyama, en obra divulgativa «El fin del hombre», nos propone analizar tres situaciones hipotéticas:



«La primera tiene que ver con los nuevos fármacos. De resultas de los avances en neurofarmacología, los sicólogos descubrirán que la personalidad humana es mucho más moldeable de lo que se creía (…) en el futuro los conocimientos del genoma humano permitirán a las compañías farmacéuticas diseñar fármacos específicos según el perfil genético de cada paciente y minimizar considerablemente los efectos secundarios no deseados. Las personas serias podrán adoptar una personalidad el miércoles y otra para el fin de semana. Ya nadie tendrá excusa para sentirse deprimido o desdichado; incluso la gente «normalmente» feliz podrá serlo aún más sin preocuparse por posibles adicciones, resacas o lesiones cerebrales a largo plazo».



«En la segunda situación hipotética, los avances en la investigación de las células madre permitirán a los científicos regenerar casi cualquier tejido del organismo, de forma que la esperanza de vida sobrepasará con mucho los cien años. Cuando alguien necesite un corazón o un hígado nuevo, se desarrollará uno en la cavidad torácica de un cerdo o de una vaca».



En la tercera situación, los ricos seleccionarán los embriones antes de su implantación para optimizar la naturaleza de los hijos que van a tener. Podrá saberse, cada vez en mayor grado, la extracción social de un joven por su aspecto y su inteligencia; si alguien no está a la altura de las expectativas sociales, tenderá a achacarlo a la mala selección genética realizada por sus padres, en lugar de culparse a sí mismo. Se habrían transferido genes humanos a animales, e incluso a plantas, con fines científicos y para producir medicamentos nuevos; y se habrán añadido genes animales a ciertos embriones para incrementar su fortaleza física o su resistencia a las enfermedades».



Debemos asumir entonces el enorme desafío que para la humanidad significa esto. Principios tan caros como la libertad, la fraternidad y la igualdad estarán en jaque. La libertad supone nuestra autodeteterminación o sea que seamos autónomos para optar por qué tipo de vida queremos vivir. ¿Nos lo permitirán los biogenetistas que podrán hacer seres humanos destinados a ser obreros y otros científicos? La igualdad humana sostiene que todos somos sujetos de los mismos deberes y derechos. Pero, ¿qué pasará cuando, como exclama Fukuyama, seamos capaces de producir unos individuos con sillas de montar en las espaldas y otros con botas y espuelas?». La fraternidad viene de «frater», hermandad, pues somos todos hijos de un mismo Padre, en la creencia religiosa. ¿Lo seremos en cien años más?



Por eso, si leemos a Arnold Toynbee llamando a la renovación espiritual de la humanidad o a Paul Kenendy pidiendo un liderazgo político lúcido, concluiremos que debemos exigir más a nuestros conductores. El liderazgo político, si ama Chile y su futuro, debe superar las viejas respuestas, pues de poco sirven ante los nuevos problemas. El pesimismo apocalíptico paraliza, al igual que el liberalismo conservador que ingenuamente apuesta por que, como en el pasado, los problemas se solucionarán solos o no se solucionarán. Lo que se requiere es de reformas, pues lo claro es que lo peor es mantenerse ciegos e inactivos ante un mundo en vertiginoso cambio.



Tiemblo cuando pienso en la ceguera de la clase dirigente de un país, cuando nos la pasamos el día discutiendo acerca del delincuente que robó diez autos, en la pelota de fútbol que llenó, nuevamente, la red, o en las infinitas andanzas sentimentales de nuestros ídolos musicales o de televisión. Por el contrario, necesitamos de filósofos políticos, teólogos orientados a este mundo, científicos con vocación republicana y democrática, intelectuales de fuste y políticos que sepan que Chile es demasiado pequeño y pobre para darse tantas insulsas diversiones en tan complejo mundo.





(*) Director Ejecutivo Centro de Estudios para el Desarrollo, CED.



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